30 lecciones de democracia, por Giovanni Sartori

Lección 16
Socialismo

Guido De Ruggiero, en su excelente Historia del liberalismo europeo, afirma que en la Revolución francesa estaban presentes en potencia tres revoluciones: la revolución liberal, la revolución democrática y la socialista. Y señala, acertadamente, que la única revolución que estaba madura era la liberal.

Tras recorrer el camino (desafortunado) de la palabra liberalismo, afrontamos ahora el otro término que ha marcado la historia de los dos últimos siglos: “socialismo”. Pese a que la palabra ya aparece empleada en 1830 por Pierre Leroux, y aunque en aquella misma época encontramos la voz socialistes para designar a los seguidores de Saint-Simon, el término deviene importante sólo hacia 1847-1848. El de 1848 es el año de las revoluciones liberales, pero no así en Francia. En Francia, la revolución adquirió tintes socialistas, asustó, fue derrotada y dio lugar poco después al golpe de Estado de Luis Bonaparte y al II Imperio. Así, la palabra socialismo sale de Francia, se traslada a Alemania, y desde ahí confluirá en la historia de la formación y de la difusión de los partidos obreros.

Si, como hemos visto, en el caso del “liberalismo” primero nace la cosa y después la palabra, con el “socialismo” ocurre lo contrario. El Manifiesto comunista de 1848 comenzaba con esta frase: “Un fantasma recorre Europa: es el fantasma del comunismo”. Marx no llegó a ver el triunfo de ese nombre (que tendría que esperar

a Lenin), pero le dio tiempo a sentar las bases de un socialismo plasmado por su doctrina. Mientras que para el liberalismo hicieron falta tres siglos para pasar de la cosa a la palabra, para el socialismo el paso de la palabra al “socialismo marxista” se produjo en dos décadas.

El primer partido socialista alemán fue el de Ferdinand Lassalle, a quien Marx detestaba (y era un odio correspondido). Lassalle fue derrotado, pero hicieron falta unos veinte años; y sólo con el Congreso de Erfurt de 1891 salió Marx finalmente vencedor, y el socialismo se hizo marxista. Y siguió siéndolo en los años de la II Internacional (1890-1914) para casi todos los partidos socialistas europeos. Durante aquellos años, y a lo largo de casi medio siglo, la doctrina de Marx fue la que establecía lo que era o no era el “socialismo”.

Lo insólito es que, hasta Lenin (y a despecho del Manifiesto de 1848), el comunismo no se convirtió en un partido en ningún país, y quedó como una palabra que hasta el propio Marx empleaba sólo raramente. El partido de la izquierda se llamaba “socialdemócrata”. También Lenin perteneció, hasta 1918, al Partido Obrero Socialdemócrata Ruso (POSDR). En aquel periodo, el socialismo recibía el nombre de “socialdemocracia”, y la socialdemocracia era lo que se consideraba una fase de transición al comunismo. Y aquella socialdemocracia seguía siendo en cualquier caso un partido revolucionario, aunque el partido siempre estuvo dividido entre quienes esperaban que la revolución se produjese por sí misma (por necesidad histórica) y quienes querían hacerla de verdad.

La siguiente fase comienza en 1918, cuando Lenin funda el Partido Comunista Ruso. Y precisamente a partir de aquel momento se abre una brecha insalvable entre el comunismo, que es leninismo-estalinismo, y el socialismo, que no lo es. Pero prácticamente en todas partes, entre 1920 y 1940 el socialismo europeo se ve “obligado al marxismo” por la competencia con el comunismo. Dejando bien claro que el marxismo europeo no era el leninismo soviético.

Para comprender la perturbadora reestructuración de la lucha política que se produce en Europa en los casi cien años posteriores a 1848, basta con fijarse en el “fantasma” retratado por Marx ese año. Era un fantasma que condenaba en bloque todo lo existente y que anunciaba la supresión definitiva de todos los males del mundo. Guizot había gritado a los franceses: enrichissez-vous, “enriqueceos”. Desde la orilla contraria, el socialismo respondía: os destruiremos.

En aquel mismo año de 1848, Tocqueville, el gran autor de La democracia en América, durante la Asamblea constituyente que tuvo lugar el 12de septiembre en tomo al debate sobre el derecho al trabajo, dijo: “La democracia y el socialismo tienen en común sólo una palabra, la igualdad; pero nótese la diferencia: la democracia quiere la igualdad en libertad, el socialismo quiere la igualdad en la penuria y en la servidumbre”. Con estas palabras, Tocqueville atribuye un nuevo significado al término “democracia”; su democracia es la “democracia liberal”.

En la experiencia que siguió a la Revolución de 1789, la nueva discordia de ideales, respecto a la contraposición monarquía-república del pasado, es entre liberalismo y democracia; pero fue por poco tiempo. Con la entrada en escena, en 1848, del socialismo, se impone una nueva realineación, una nueva contraposición. Tocqueville la capta al vuelo partiendo en dos el “democratismo”: su alma jacobina queda asignada al socialismo, mientras que su alma moderada queda asignada al liberalismo. La libertad y la igualdad siguen siendo enemigas, pero bajo etiquetas nuevas: la igualdad negadora de la libertad se canaliza hacia el socialismo, mientras que la igualdad afirmadora de la libertad confluye en la democracia antisocialista, en la democracia liberal.

Fuente:
Sartori, Giovanni. La democracia en 30 lecciones. México, Taurus, 2009, pp. 79-83.