Malleus maleficarum. El martillo de las brujas: para golpear a las brujas y sus herejías con poderosa maza.

(El “Malleus maleficarum…” es probablemente el tratado más importante que se haya publicado en el contexto de la persecución de brujas y la histeria brujeril del Renacimiento. Es un exhaustivo libro sobre la caza de brujas que, luego de ser publicado en Alemania en 1486, tuvo docenas de nuevas ediciones. Se difundió por Europa y tuvo un profundo impacto en los juicios contra las brujas por cerca de 200 años. Esta obra es notoria por su uso en el período de la histeria por la caza de brujas que alcanzó su máxima expresión desde mediados del siglo XVI hasta mediados del XVII. Fue escrita por dos monjes inquisidores dominicos, Heinrich Institoris, nacido en Alsacia —perteneciente entonces al Sacro Imperio Romano Germánico, y anexada a Francia en 1648—, y Jacob Sprenger, nacido en Basilea —perteneciente también entonces al Sacro Imperio Romano Germánico y anexada en 1501 a la Confederación Helvética de la que surgió la actual Suiza—).[1]

Capítulo III[2]

Remedios para aquellos a quienes el maleficio
ha procurado un odio o un amor desordenado

De la misma forma que se produce el maleficio en lo referente a la potencia genital, igualmente tiene su formación y origen en la voluntad el amor y el odio. Ahora debemos tratar de la causa, y, en la medida de lo posible, de los remedios:

El amor loco por una persona puede provenir de tres causas, a veces de la imprudencia de la vista únicamente, a veces únicamente de la tentación del demonio, a veces del maleficio de los nigromantes o brujos al tiempo que de los demonios.

De la primera causa vemos que se habla en la Carta de Santiago: «Dios no tienta a nadie, cada uno es tentado por su propia concupiscencia, que le arrastra y le seduce. El deseo concibe y da a luz el pecado, y el pecado, cuando madura, engendra la muerte»[3]. Así, cuando Siquem vio a Dina, que salía para ver a las mujeres de la región se sintió dominado de un amor loco por ella, la raptó y yació con ella y su corazón no pudo separarse de ella. Según la Glosa: esto es lo que le ocurre al alma débil, cuando se ocupa de los asuntos de los demás, hasta el punto de no ocuparse de sí misma. Se deja dominar por el hábito y da su consentimiento a cosas ilícitas[4].

En el segundo caso la causa principal de la tentación es el diablo. Así Amnón, se sintió prendado de su bella hermana Tamar, y este amor le corroía hasta el punto de enfermar de amor. Y realmente, no hubiese sido corrompido lo suficiente como para pasar al crimen de violación, de no haber sido gravemente tentado por el demonio[5]. El libro de los Santos Padres habla también de este género de amor: se cuenta allí que incluso en sus ermitas les hizo falta arrancarse el amor carnal. Algunos, no obstante, continuaron siendo tentados por el amor de las mujeres hasta extremos que resultaría difícil creer. Así dice el Apóstol a los Coríntios: se me ha dado un aguijón para mi carne, un ángel de Satanás, para que me abofetee y no tenga soberbia, acerca de lo cual, lo glosa: siendo tentado por la concupiscencia se me ha dado un aguijón[6]. Algunos dicen: la tentación a la que no se consiente no es un pecado, sino que es materia para el ejercicio de la virtud. Ello hay que entenderlo de la tentación que viene del demonio, no de la carne: esta es siempre pecado venial aunque no se consienta en ella. De todo ello encontramos ejemplos en diferentes lugares.

En el tercer caso, el amor loco proviene de los demonios, pero también de los maleficios de las brujas. En nuestra primera parte hemos tratado de la posibilidad de estos maleficios, allí donde preguntábamos, si los demonios, por medio de las brujas, pueden excitar y obsesionar los corazones de los hombres hacia el amor o el odio. Por extenso hemos probado estas cosas mediante un sinnúmero de ejemplos que hemos recogido. Hay todavía que decir más, entre todos los maleficios este es el peor por su generalidad. Si se pregunta, Pedro, preso de amor loco, etc., no sabe si lo está de la primera, de la segunda o de la tercera manera. Se responde, que el odio entre esposos hasta llegar al crimen de adulterio, puede provenir de la obra del demonio; pero cuando alguien se encuentra envuelto e inflamado por el amor de concupiscencia carnal, hasta el punto de no poder resistir, ni por la vergüenza ni las palabras, ni los golpes, ni los gestos, entonces ciertamente hay maleficio. Del mismo modo cuando alguno abandona a su bella esposa para unirse a una mujer fea. Lo mismo ocurre cuando algunos hombres no pueden dormir durante la noche y deliran hasta el punto de tener que dirigirse hasta sus amantes, por caminos imposibles. Hay príncipes, prelados, y otras personas ricas y principales, que muy frecuentemente son arrastrados a estas miserias. Este tiempo es el tiempo de la mujer, respecto del cual predijo Hildegardo, según Vicente de Beauvais en su Espejo histórico, que no duraría más tiempo de lo que éste persistiera. Realmente este mundo está lleno de adulterios sobre todo entre los principales[7].

¿Para qué, pues, sugerir remedios a quienes no los desean? Esto es cierto, pero para responder al deseo del piadoso lector, conviene que tratemos con brevedad del loco amor sin maleficio. Avicena propone siete remedios, para el momento en que este amor haga que alguno caiga enfermo. Realmente son poco útiles para nuestra investigación, salvo en el caso en que, de forma misteriosa, ayudasen al alma enferma. Dice que la raíz de tal enfermedad se descubre tomando el pulso y variación en el momento en que se nombra a la persona amada. Si lo permite entonces la ley, conviene que se celebre el matrimonio, porque también se cura siguiendo el dictado de la naturaleza. En otro caso prescribe que se apliquen los remedios de los que trata en el mismo lugar: bien para que, mediante remedios lícitos el enfermo vuelva su amor de una persona a otra, que previamente se le haya escogido, bien para que huyendo de la presencia del ser amado, el espíritu se oriente hacia otro objeto. O bien, si todavía cabe la posibilidad de la corrección, que se le exhorte y pruebe que la obra del amor es la mayor miseria. Aun todavía se le puede dirigir a alguien que de acuerdo con la verdad y Dios mismo, le hable de los males del cuerpo, de la pasión de amor, de los hábitos carnales, exagerando en lo posible hasta darle una visión sórdida y deforme.  O, finalmente, que por lo menos se le ocupe de trabajos molestos y tareas entretenidas. Realmente, si el hombre, animal carnal, se ve curado mediante remedios de este tipo, si cada uno de ellos es trasladado al plano espiritual, reformarán al hombre espiritual, siempre que obedezca la ley del espíritu más que a la ley de la naturaleza, que vuelva su amor a ciertos otros gozos, que recuerde lo pasajero que es el deleite y eterna la tortura, que busque sus delicias en aquella vida en la que comienzan para no terminar nunca, que sepa que aquel que quiera amar con este loco amor perderá esta vida, y no encontrará la otra, sino que será enviado a los suplicios eternos: tres irreparables desgracias provenientes del loco amor. Si este loco amor proviene de un maleficio, se pueden aplicar aquí, sin ningún inconveniente los remedios propuestos en el capítulo anterior. Principalmente el exorcismo mediante palabras sagradas, que incluso puede aplicarse a sí mismo el embrujado. Que cada día invoque al ángel diputado para  su guarda. Que frecuente la confesión, los santuarios de los Santos y sobre todo los de la Bienaventurada Virgen María, y sin duda alguna se verá libre. Pero, qué despreciable resulta la conducta de los hombres que desprecian como bárbaros sus bienes naturales, y dejan de protegerse con las armas de la virtud. Cuando en muchas ocasiones las débiles doncellas han rechazado por medio de estas armas los maleficios, en cuya fe presentamos el ejemplo siguiente. En una aldea cerca de Lindau, en la diócesis de Constanza, había una doncella ya mayor, hermosa de rostro, y de elegante porte. Únicamente ante su vista, un cierto hombre de costumbres disipadas se sintió enamorado. Este hombre era clérigo, aunque sólo de nombre y ojalá hubiera sido sacerdote, y no pudiendo ya ocultar por más tiempo la herida de su alma vino al lugar donde se encontraba trabajando la doncella. Lanzando la red del demonio con palabras honestas, por primera vez, finalmente se atrevió, aunque sólo con palabras, provocar a la doncella a que lo amase. Ella conociéndolo con un espíritu divino, intacta de espíritu y de cuerpo, le respondió: señor, haced el favor de no volver a mi casa con semejantes pretensiones, de no ser así me veré obligada a echaros en nombre del pudor. Él le contestó, tú te niegas a amarme tras de estas dulces palabras mías, pero te prometo que de aquí en adelante te verás obligada a hacerlo por mis gestos. Este hombre era sospechoso de practicar encantamientos y maleficios. Pero esta virgen no dio importancia a sus palabras, no teniéndolas en mayor estima que al viento, y en aquel momento no sintió la chispa del amor carnal por aquel hombre. Pero un poco tiempo después, empezó a tener sueños e imaginaciones de amor respecto de él. Notando esto, por inspiración divina se puso bajo el amparo de la Madre de la Misericordia, y le pidió devotamente que le consiguiera el auxilio de su hijo. Al mismo tiempo, buscando una honesta compañía, se dirigió en peregrinación hacia el lugar de las Ermitas Einsiedeln, que es una iglesia que así se llama, situada en la citada diócesis, milagrosamente consagrada en honor de la Bienaventurada Virgen María. Allí hizo su confesión sacramental, con el fin de que el espíritu maligno no pudiese encontrar nada en ella. Una vez que hubo hecho sus oraciones a la madre de Piedad, inmediatamente cesó toda maquinación del enemigo, hasta el punto de que después ya no la tocó nunca. También hay hombres que tienen ánimo. Atacados en este campo por las inoportunas solicitaciones de mujeres brujas hasta el punto de parecer no poder escapar ya al amor loco, resisten empero virilmente. Pueden sentirse impulsados fuera del camino por imaginaciones escabrosas, pero, no obstante, han conseguido vencer mediante los medios citados, todas las maquinaciones del diablo. Tenemos una imagen que puede reflejar esta lucha, en la historia de un hombre joven y rico de la ciudad de Insbruck, el cual se encontraba tan alterado como consecuencia de los maleficios que no podía sostener la pluma, empero, conservando siempre un corazón viril, salió de ello sano y salvo mediante los remedios citados. De donde se ha de concluir que los precitados remedios contra esta enfermedad, son muy seguros y que son ciertamente liberados todos cuantos emplean este tipo de armas.

Todo esto lo hemos dicho respecto del amor desordenado, pero se comprenderá que vale también para el odio desordenado, porque la misma regla es válida para las realidades que se oponen. Si hay igualdad, empero en el género del maleficio, no la hay en un punto únicamente. La persona que es objeto de odio, tiene interés en buscar también otro remedio: el hombre que efectivamente detesta a su mujer y la expulsa de su corazón no volverá fácilmente hacia ella, si ha sido adúltero, por muchas peregrinaciones que haga. Pero puesto que, según las confesiones de la bruja, estos maleficios para el odio aparecen causados por las serpientes, ya que la serpiente fue el primer instrumento del diablo y tras de su maldición inauguró la enemistad hereditaria entre él y la mujer. Por ello se comprende que estas mujeres brujas intenten suscitar estas enemistades mediante las serpientes, poniendo la piel y la cabeza bajo el umbral de la puerta de la cámara o de la casa. Esta es la razón por la que resulta conveniente, en la medida de lo posible, irse a vivir a la casa de otro. Y cuando se ha dicho, por otra parte, que los embrujados pueden exorcizarse ellos mismos, se quiere decir que ellos pueden llevar sobre sí en torno a su cuello palabras sagradas, bendiciones, cantos, en el caso en que no supieran leerlos para bendecirse a sí mismos. Pero vamos, a continuación a decir cómo debe hacerse todo esto.


[2] SPRENGER, Jacobo e INSTITORIS, Enrique. Traducción de Miguel JIMÉNEZ MONTESERÍN. Malleus maleficarum. El martillo de las brujas: para golpear a las brujas y sus herejías con poderosa maza. Editorial Maxtor. Valladolid, España. 2004, p. 365 a 369.

[3] Santiago I, 14-15.

[4] Génesis XXXIV, 4.

[5] II Samuel, 13, 1.

[6] II Corintios XII, 7.

[7] Espejo mayor IV, 31, 94.