La atroz toma
de la Alhóndiga de Granaditas1

José A. Aguilar V.

Considerada la primera batalla independentista, la toma de la Alhóndiga[2] de Granaditas en la ciudad de Guanajuato generalmente se celebra como un gran triunfo del bisoño e improvisado ejército de Hidalgo. Se le considera un acto heroico colectivo, cuya culminación fue propiciada por un acto de heroísmo individual de un humilde minero que militaba en el ejército insurgente: El Pípila[3] —cuya existencia real no está plenamente establecida—. Supuestamente, este personaje, protegido con una losa de piedra atada a la espalda, para evitar las balas de los españoles atrincherados, se acercó al portón del granero y le prendió fuego, lo que permitió que los atacantes pudieran entrar.

            Ante la noticia de la llegada de Hidalgo y sus huestes, el intendente [gobernador] del centro minero que entonces tenía por sede a la ciudad de Guanajuato, Juan Antonio Riaño —un veterano y eficiente militar español— ordenó que las familias españolas y criollas afines al gobierno de la Nueva España y la escasa partida militar de que disponía se refugiaran en la alhóndiga. Esta era un edificio sólido, rectangular, de poco más de 5 mil metros cuadrados, en el que buscaron refugio cientos de personas entre soldados, españoles y criollos. Allí fueron a dar niños, mujeres, hombres y ancianos, pero también víveres y bienes ordinarios o suntuosos de algunos de los refugiados. El pueblo llano fue dejado fuera, a su suerte. Sigue leyendo

Editorial

Abre Perseo con un texto de Octavio Paz —Escombros y semillas— que parecería haber sido escrito con motivo del terremoto que  hace pocos días sacudió trágicamente a México. Pero no, fue escrito a raíz del sismo de 1985. Las reflexiones de entonces del poeta son completamente pertinentes ahora.

            El Observatorio de Salarios de la Universidad Iberoamericana fija su posición ante el sismo y propone medidas para que los gobiernos federal y de las entidades afectadas por la tragedia la enfrenten con justicia y eficacia.

            Mario Bunge, uno de los pensadores vivos más importantes, acaba de cumplir 98 años en plena actividad creadora. El filósofo peruano Emanuel Campos Madrigal nos hace una semblanza de la vida y la obra del gran polímata argentino-canadiense que, según afirma, no tiene tiempo para morirse.

            En clásicos, Eva-Lis Worio, fina escritora finlandesa del siglo pasado, nos relata la historia —El silencio armónico— de un viejo pescador español con un alto sentido del deber, y Jorge Luis Borges versea —Los justos— sobre las personas que sin aspavientos salvan cada día al mundo.

            La ONU, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, la Corte Interamericana de Derechos Humanos, Amnistía Internacional, Human Rights Watch, la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), el Tribunal Europeo de Derechos Humanos, la CNDH, la Corte Suprema de Justicia de la Nación (Argentina) y la Suprema Corte de Justicia de la Nación nos brindan sus resoluciones e información más relevantes.

            Cosas veredes nos recuerda a Lady Diana a veinte años de su muerte; condena los absurdos intentos de Trump de expulsar a los jóvenes estudiantes hijos de migrantes; se duele y se conduele por el terremoto, señalando los extremos de hazaña y de vileza a que ha dado lugar, y finalmente se azora ante el infundio conmovedor sobre la niña Frida Sofía atrapada entre los escombros de su escuela.

            Karla Salazar Serna nos brinda un relato —Trepidatorio— sobre los afanes y las tribulaciones que desató el sismo.

            Aun en la tragedia o, con más razón, en ella, son indispensables los acostumbrados rincones amables de Perseo, entre los que se encuentra ahora un recuerdo a “El Santo” —“El Enmascarado de Plata”—, superhéroe nacional justamente entronizado en el afecto popular, a 100 años de su nacimiento. Ω

 

Un gringo se hace mariachi de Garibaldi

José A. Aguilar

Jonathan Clark (¿1950?) nació en San Gabriel, condado de Los Ángeles, California, EUA, de madre alemana y padre inglés. No hay en él ni una gota de sangre mexicana o latina. Cuando tenía 10 años, sus padres lo llevaron a vivir a San José, en el mismo condado, poblado por un gran número de mexicanos.

            En la universidad tuvo una novia de origen mexicano, violinista, que lo indujo a estudiar español. Una prima de su novia, que tocaba en un mariachi, los invitó a un concierto de música mexicana en el que participaban Miguel Aceves Mejía, Lola Beltrán y Vicente Fernández, acompañados del Mariachi Vargas de Tecalitlán

            Del concierto, lo que más le impresionó fue la vestimenta de los mariachis, la manera en que éstos se paraban para tocar, sus voces bravías y el sonido de las trompetas. Quedó fascinado con esa música poderosa. En un instante, su espíritu hizo a un lado el rock and roll, el jazz y el blues.

            Se aficionó a la música de mariachi e incluso comenzó a aprender a tocar el guitarrón, el bajo panzoncito de mariachi que se cuelga al hombro. Más adelante comenzó a tocar como invitado en algunos grupos.

            En febrero de 1977 fue invitado a tocar en el carnaval de Veracruz. Terminado éste, se disponía a regresar a San José cuando un gringo amigo de él, que andaba por allí de turista, lo invitó a ir a la ciudad de México para que conociera la Plaza de Garibaldi, la capital mundial del mariachi.

            Se instaló en un hotel de la ciudad de México, cercano a Garibaldi. Durante varios días fue a saciarse de música mexicana —lo que había escuchado en San José era muy limitado—

            Se le agotó el dinero y tuvo que pensar en el regreso, pero antes tenía que comprar cuerdas para su guitarrón. Le preguntó a un músico mariachi que dónde podía comprarlas, quien, extrañado de que un gringo las buscara, le preguntó que para qué las quería. Respondió que para su propio guitarrón, ya que sabía tocarlo. El músico no le creyó. Sacó un guitarrón y llamó a otros músicos mariachis y les dijo: este gringo dice que sabe tocar el guitarrón… vamos a compañarlo con alguna canción…

            Lo hicieron tocar La negra y otras piezas. Acabaron felicitándolo y lo invitaron a tocar en presentaciones. Comenzó a tocar y a ganar dinero. Ya no regresó a San José.

            Tenía la ilusión de conocer al Mariachi Vargas de Tecalitlán. Finalmente alguien le presentó a Nati Santiago González, el del guitarrón del famoso grupo, quien lo puso a tocar y, cuando apenas había comenzado, le dijo: espérate… así no se coloca el guitarrón… baja el brazo… esa nota no se pisa con ese dedo… tus notas parecen ‘pedos de puerco’… el sonido del guitarrón debe ser líquido, sonadito… las cuerdas se sueltan simultáneamente… no disparadas… deben oírse como campanas…

            Empezó a estudiar con Nati y a asistir a los ensayos y grabaciones del Mariachi Vargas, cada una de las cuales era para él una verdadera cátedra.

            Durante doce años —hasta 1991—, Jonathan Clark trabajó como mariachi profesional en distintos grupos de mariachi de la Plaza Garibaldi. Cumplió, además, su ilusión de conocer a don Silvestre Vargas, el legendario pilar del Mariachi Vargas de Tecalitlán, con quien hizo una profunda y fructífera amistad que indujo a Jonathan a estudiar la historia del mariachi y convertirse en una autoridad en el tema.

            Actualmente, Jonathan vive de nuevo en San José, donde toca, enseña, investiga y escribe sobre la música de mariachi —que en 2012 fue declarada por la UNESCO patrimonio cultural de la humanidad—.

Fuentes

http://www.periodicoelsur.com/columna.aspx?idopinion=29

 

 

La Decena Trágica

J. Antonio Aguilar V.

Así ha sido llamado el lapso de diez días —9 a 19 de febrero de 1913—en el que llegó a su culminación el acoso permanente de que fue objeto el gobierno legítimo y popular de Francisco I. Madero. La legitimidad y popularidad del Presidente no bastaron para protegerlo de los ataques del congreso y la oligarquía porfiristas, la prensa díscola y los antiguos partidarios resentidos.

Las rebeliones de Pascual Orozco y Félix Díaz en 1912 no habían sido más que anuncios estentóreos de lo que sucedería en ese febrero de 1913, triste y aciago para Madero y para México.

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