30 lecciones de democracia, por Giovanni Sartori

Lección 17
Marx y el mercado

La democracia es un sistema político. En cambio, “mercado” y “capitalismo” son palabras que aluden a un sistema económico. Ambas cosas están entrelazadas, pero un sistema político y un sistema económico no son la misma cosa.

Empecemos por el mercado. ¿Qué es? El mercado es sobre todo un mecanismo, un automatismo que nos permite determinar los costos y los precios. Sin mercado, los bienes no tendrían unos costos auténticos, sino solamente unos costos ficticios. Añádase que el mercado es también un “orden espontáneo”. ¿Qué quiere decir eso?

Ese concepto fue introducido por Friedrich von Hayek, que distingue precisamente entre dos tipos de órdenes: los “órdenes organizados” y los “órdenes espontáneos”. El mercado pertenece al segundo tipo, en el sentido de que funciona por sí mismo y que no está gobernado por nadie. Lo que implica que no tiene costos de gestión, que es flexible y sensible a los cambios, que es el complemento de la libertad de elección, y que simplifica enormemente la información. En suma, el mercado es un mecanismo en verdad extraordinario.

Entonces, ¿por qué ha suscitado tanta hostilidad, por qué es tan odiado?

Admitámoslo sin tapujos: el mercado es cruel. Su ley es la del éxito del más capaz. Es cierto que tiene como objetivo encontrar un lugar adecuado para cada cual, pero también tiene la finalidad de obligar a los individuos al máximo esfuerzo: y los que irremediablemente son menos idóneos quedan marginados y son expulsados de la sociedad de mercado. ¿A quién, a qué, cabe atribuirle tanta crueldad? ¿A un individualismo exasperado y posesivo? Eso es lo que nos cuentan, pero me temo que en realidad es al revés. Es decir, que la crueldad del mercado es una crueldad social, una crueldad colectiva. Porque el mercado es individual blind, es ciego para distinguir a los individuos. Es, en cambio, una despiadada máquina de maximización de la utilidad colectiva. Vuelvo a preguntar: ¿por qué está tan demonizado?

Es porque, en lugar de hablar de mercado, nueve de cada diez veces nos estamos refiriendo al capitalismo. Es un error, porque el capitalista privado está en el mercado, forma parte del mercado, se enriquece gracias a las leyes del mercado; unas leyes que, por la misma razón, también pueden dejarle en la ruina de la noche a la mañana. No olvidemos que el mercado es un orden espontáneo nacido sin que haya sido concebido ni diseñado por nadie, y menos aún por los capitalistas. Pero dar tanta importancia a los capitalistas nos hace olvidar que el mercado, al bajar los precios, es beneficioso para todos, para todo el universo de los consumidores.

Marx estableció el principio del valor-trabajo: que el valor de un bien es el trabajo congelado en ese bien. Un principio que, en realidad, no tiene ningún fundamento económico. Consideremos, por ejemplo, un relojero que emplea varios días para hacer un reloj, y otro que emplea pocas horas. El mercado hará que todos se arruinen, salvo el relojero que emplee menos tiempo. Marx, por el contrario, haría una media: todo el mundo tiene que pagar ese reloj al precio de, pongamos, una jornada de trabajo.

¿Qué se deduce de ello? Que Marx es un individualista que protege el costo del trabajo de cada individuo, mientras que el mercado debería considerarse “socialista”, puesto que no protege al individuo, sino que, por el contrario, lo sacrifica al interés colectivo. La paradoja es, por tanto, que Marx es inconscientemente individualista, mientras que el mercado es, sin darse cuenta, colectivista.

Fuente:
Sartori, Giovanni. La democracia en 30 lecciones. México, Taurus, 2009, pp. 85-88.