30 lecciones de democracia, por Giovanni Sartori

Lección 18
“Políticamente correctos” y óptica ideológica

El ideologismo habitúa a la gente a no pensar, es el opio de la mente; pero es también una máquina de guerra concebida para agredir y “silenciar” el pensamiento ajeno. Y con el crecimiento de la comunicación de masas también ha aumentado el bombardeo de los epítetos: una guerra de palabras entre “nombres nobles”, nombres apreciativos que el ideólogo se atribuye a sí mismo, y “nombres innobles”, descalificatorios y peyorativos, que el ideólogo endosa a sus adversarios. Lo malo es que para el ideólogo el epíteto exime del razonamiento y lo sustituye. La descalificación ideológica no necesita explicación ni motivación. El ideologismo concede certeza absoluta y, por tanto, no requiere pruebas ni presupone una demostración.

Las ideologías -y en grado sumo la ideología marxista- ya están muertas, pero de ellas ha sobrevivido lo “políticamente correcto”: una ideología sin metafísica ni filosofía que lo respalde, que se reduce a ser una forma de matar el pensamiento sustituyéndolo con epítetos peyorativos. Me explicaré mejor. El fin de las ideologías lo profetizaron muchos estudiosos en los años sesenta, pero a decir verdad se trataba de una profecía un poco prematura. Además, el fin de la ideología significaba esencialmente el fin de la ideología marxista -que sin duda era la más importante y la más fuerte-, pero no de la ideología en general como (por utilizar la expresión de Benedetto Croce) “categoría del espíritu”. En cualquier caso, la profecía prematura de los años sesenta maduró con el derrumbe del muro de Berlín en 1989. Bajo sus escombros acabó también la ideología estalinista-leninista y todo lo que había sobrevivido de la ideología marxista o marxiana.

Ahora bien, lo cierto es que el deceso de aquella ideología no significa que haya desaparecido también la mentalidad ideológica, la forma mentís, y por tanto las gafas con las que se mira el mundo. En su día, la ideología se calificó como un pensar que ha terminado de pensar: un conjunto de pensamientos muertos que ya no piensan, sino que, por el contrario, repiten obsesivamente eslóganes y consignas. Lo políticamente correcto no es ni siquiera heredero de un pensamiento. Se limita a ser una guerra donde se combate a base de epítetos que eliminan las palabras “incorrectas”, declaradas incorrectas. Lo que nos deja a merced de una pura y simple ignorancia armada.

Desde hace ya casi dos siglos, el intelectual de Occidente vive libremente. Ya no es interrogado ni quemado por un Torquemada, ha dejado de estar al servicio de un mecenas que lo mantiene, ni acaba en la cárcel por delitos de opinión. Pero incluso viviendo en libertad, ¿somos verdaderamente libres de “pensar libremente”? Quien se ponga la mano en el corazón y rebusque bien, sabe perfectamente que no lo somos. Cárcel no, pero presión e incluso intimidación sí, y mucha.

Las verdades “de derechas” y “de izquierdas” siguen con nosotros. Quien no se deja intimidar conserva, es cierto, su libertad, pero también se queda en tierra, es un don nadie castigado con el silencio, con el ostracismo y la marginación. La fama, el éxito, los premios van casi siempre a parar a manos de los que husmean el viento de lo políticamente correcto. En el plano de la ideología como forma mentis y como “pensamiento bloqueante”, el ideologismo no ha sido derrotado. El fin de la ideología, para serlo de verdad, tiene que ser también el final del piensabien y de la tiranía de la ideología sobre el pensamiento.

Fuente:
Sartori, Giovanni. La democracia en 30 lecciones. México, Taurus, 2009, pp. 89-91.