La guerra contra las mujeres en el ámbito de la ciencia: un problema de derechos humanos

Dra. Gabriela Frías Villegas

Hombres necios que acusais
a la mujer sin razón
sin ver que sois la razón
de lo mismo que culpáis.

Sor Juana Inés de la Cruz

Es bien sabido que en el ámbito científico las mujeres han quedado relegadas. En el siglo XIX, las mujeres que querían estudiar una carrera científica tenían que recurrir a todo tipo de artimañas para poder acudir a la universidad. Por ejemplo, la gran matemática alemana Emmy Noether logró que la dejaran asistir a algunos cursos, pero pronto su “privilegio” se suspendió porque las autoridades argumentaban que las mujeres no deberían estudiar matemáticas porque eso les produciría esterilidad y que su presencia era un insulto para los soldados que habían estado en alguna guerra. Por su parte, la matemática rusa Sofía Kowalevskaya tuvo que contraer un “matrimonio blanco” con un amigo, es decir, un matrimonio sin amor, que le permitiría viajar a Alemania para poder estudiar. En dicho país tampoco pudo entrar a la universidad. No obstante, Karl Weiestrass, uno de los matemáticos más famosos de su tiempo, aceptó dirigir su tesis doctoral, que la convirtió en la primera mujer con un doctorado en Europa.

Ya en el siglo XX, las mujeres eran aceptadas en las universidades, pero el acoso y la violencia hacia ellas continuaron de un modo alarmante. Dicha violencia consistía en excluirlas de los espacios comunes para los investigadores y en quitarles el crédito por sus investigaciones, del que se apropiaban sus colegas varones. Entre los casos famosos podemos mencionar el de Rolalind Franklin, quien era experta en observaciones con rayos X. Ella decidió estudiar el ADN y tomó la “fotografía 51” que mostraba por primera vez la estructura de doble hélice de la molécula. Uno de sus colegas robó la fotografía y se la proporcionó, sin permiso de Franklin, a dos investigadores del laboratorio: James Watson y Francis Crick. Ellos publicaron un artículo que describía la estructura del ADN, sin darle crédito a Franklin y, por dicha publicación, obtuvieron el Premio Nobel de medicina en 1962. Otro caso que ha causado indignación entre las comunidades de mujeres científicas es el caso de Joselyn Bell Burnell, una estudiante de doctorado de la Universidad de Cambridge, que investigaba las señales obtenidas por un radiotelescopio. En varias entrevistas ella ha comentado que se sentía como una impostora al ser aceptada como estudiante en una universidad con gran prestigio y que debía trabajar con más ahínco que el resto para justificar su presencia en dicho lugar.  Mientras estudiaba las señales, encontró unos pulsos muy regulares y al principio pensó que se trataba de “enanitos verdes”, que trataban de contactarnos desde el espacio. No obstante, pronto se percató de que en realidad éstos provenían de un nuevo tipo de estrellas que nadie había documentado antes: los pulsares. Su asesor Anthony Hewish no le creyó y la envió a revisar los resultados una y otra vez. Finalmente, aceptó la interpretación de Bell, publicó el resultado como primer autor y obtuvo el Premio Nobel de Física por los hallazgos de su estudiante en 1974. Joselyn Bell ha señalado que ella no recibió el premio “por ser estudiante y ser mujer”.

Hay casos incluso más tristes que los anteriores, como el de la primera esposa de Albert Einstein, Mileva Maric. Ella colaboró con el científico en los artículos que publicó en su “año maravilloso” en 1905. Cada uno de dichos artículos revolucionó la física moderna y todos en conjunto suponían un trabajo prodigioso para una sola persona. Sin embargo, muchas historiadoras suponen que dichos artículos fueron el resultado de una coautoría entre Einstein y Maric, sin ningún crédito para ella. Al respecto, Mileva comentó en una carta: “estamos trabajando en una investigación que hará famoso a mi esposo”. En efecto, a partir de dicha publicación Einstein se convirtió en el científico más importante del mundo, pero le prohibió a su esposa seguir colaborando con él y la relegó al trabajo doméstico. Otro caso, que es casi desconocido, es el de Marie Laurent, esposa de Louis Pasteur. Ella fungió como su colaboradora en el laboratorio y como la persona que escribía sus libros, especialmente después de que Pasteur sufrió un derrame cerebral. No obstante, ella vivió y murió sin crédito alguno por su trabajo.

Al estudiar casos como los anteriores, no hay duda de que, en el edificio de la ciencia, las científicas son las “débiles” bajo la dominación de los varones que son los “fuertes” en el sentido de los términos que ha discutido Amador Savater en su libro La fuerza de los débiles. Y es que, como señala Rita Segato, “la historia de los hombres es audible, la historia de las mujeres ha sido cancelada, censurada y perdida en la transición del mundo-aldea a la colonial-modernidad” [Segato, 2021].

El fenómeno en que se suprime o se invisibiliza la contribución de las mujeres en el desarrollo de los inventos o la investigación y se le da el crédito por dicha labor a sus colegas del género masculino se conoce como efecto Matilda. Una de las primeras mujeres en denunciar este fenómeno fue Matilda Joslyn Gage, una activista del sufragio de las mujeres, que vivió a finales del siglo XIX en Estados Unidos. El efecto Matilda en la ciencia ha sido documentado en numerosas ocasiones y a partir de dichos estudios se creó el movimiento #NoMoreMatildas, para recuperar a las figuras olvidadas por la historia de la ciencia, para llevarlas a los libros de texto “para que despierten con su ejemplo, sus hallazgos y aportaciones, la vocación científica de todas esas niñas a las que, hasta hoy se les ha hecho creer que la ciencia es cosa de hombres” [‘#NoMoreMatildas’, n.d.]. Este tipo de movimientos son de suma importancia, pues visibilizan las violencias que imperan en las comunidades científicas. 

Es importante señalar que el edificio de la ciencia funciona como una “corporación”, tomando el sentido del término que ha propuesto Rita Segato. Dicha corporación se fundó dentro del patriarcado y se creó para responder a los intereses y las necesidades de los hombres. Para acceder a dicha corporación, hay que completar una larga serie de estudios y pasar varias pruebas, entre ellas, completar un doctorado, pasar por varios posdoctorados y contar con la aceptación de la comunidad científica al obtener un puesto en algún instituto o centro de investigación.

Aunque en teoría cualquiera puede entrar en la corporación científica, en realidad el camino que tienen que seguir las mujeres para lograrlo está lleno de violencias, exclusiones e invisibilizaciones. Cada vez más, las mujeres en la ciencia están levantando la voz para denunciar los ataques de los que han sido víctimas. Las denuncias de algunas de estas científicas se pueden ver en el documental Mujeres en la ciencia donde se comentan, entre otras cosas, los acosos sexuales, verbales y laborales que perpetraron sus asesores o sus compañeros de trabajo contra ellas.

Las dependencias científicas son sumamente jerárquicas, y se recompensa la lealtad entre los miembros y la alta productividad. Al mismo tiempo, se castiga a aquellos que critican al sistema o que se salen de su rígida estructura. Un ejemplo de ello es que, mientras que la corporación premia a las mujeres que se “masculinizan” y priorizan a la empresa sobre su vida personal, aceptando entre otras cosas, arduas jornadas de trabajo con horarios extendidos o en días de descanso, ésta castiga simbólicamente a las mujeres que se convierten en madres pues, durante el embarazo y el permiso de maternidad, disminuye su productividad. Por ello, estas mujeres pierden la oportunidad de obtener promociones o estímulos.

Otro ejemplo del funcionamiento de la corporación científica se puede observar cuando alguna mujer es víctima de un acoso sexual o laboral. Usualmente, cuando ella decide denunciar al perpetrador, que generalmente tiene una posición jerárquica superior a la de ella (por ejemplo, su asesor o su jefe directo), se le revictimiza y la corporación protege al acosador o violador. Este caso es similar al de la iglesia protegiendo a los curas pederastas, a pesar de que existan evidencias contundentes en su contra.

Es importante hacer un balance del funcionamiento del edificio de la ciencia pues, como sostiene Amador Fernández Savater, se hace balance de algo que fracasó, como comenta en su libro La fuerza de los débiles:

El balance inventa otra relación con el tiempo: revisar y elaborar, siempre desde el presente. El presente lee un pasado para abrirse a un futuro. Un tiempo histórico, una historicidad. […] Hacer balance es, por un lado, el ejercicio de elaborar e incorporar (hacer cuerpo) un aprendizaje. Sin garantía ninguna: no se previenen las nuevas equivocaciones que vendrán, pero se vuelve posible equivocarse distinto. Es el significado de la célebre cita de Beckett: “fracasa de nuevo, fracasa mejor” [Savater, 2021].

Los ámbitos de investigación científica están hechos por y para los hombres. Son una de las muchas expresiones del patriarcado. Por ello, en dichas instancias, las mujeres siempre quedan relegadas a un segundo plano y sufren una serie de violencias, que les impiden trabajar con plenitud y seguridad en sus áreas laborales de su elección. Más aún, muchas de ellas sienten que deben posponer la maternidad o la formación de una familia, pues dichas decisiones afectarán su vida laboral. Los puntos anteriores constituyen problemáticas importantes dentro de los derechos humanos.

En tiempos recientes, en concordancia con los movimientos feministas de los últimos años, algunas mujeres científicas han empezado a acceder a los puestos directivos de los centros e institutos de investigación científica. Éste es un fenómeno relativamente reciente en la Universidad Nacional Autónoma de México, donde hoy en día, la mayor parte de las personas que dirigen las dependencias del Subsistema de la Investigación Científica son mujeres.

Concuerdo con Rita Segato cuando comenta lo siguiente en su libro La guerra contra las mujeres:

Esto lleva a pensar que mientras no desmontemos el cimiento patriarcal que funda todas las desigualdades y expropiaciones de valor que construyen el edificio de todos los poderes —económico, político, intelectual, artístico, etc.—; mientras no causemos una grieta definitiva en el cristal duro que ha estabilizado desde el principio de los tiempos la prehistoria patriarcal de la humanidad, ningún cambio relevante en la estructura de la sociedad parece ser posible —justamente porque no ha sido posible [Segato, 2021].

Tanto en el ámbito científico como en muchos otros espacios laborales, se deben crear nuevas estructuras que sean incluyentes para representantes de ambos sexos y para los miembros de las comunidades LGTTB+. No es suficiente con cambiar el sexo de los directivos de una institución, sino crear nuevas organizaciones laborales que permitan que todos sus miembros puedan tener una vida plena, tanto en el ámbito laboral como personal y donde se respeten los derechos humanos.

Para lograrlo, sería importante adoptar la propuesta de Rita Segato en su libro La guerra hacia las mujeres, para terminar con la guerra hacia las mujeres en el ámbito científico: hay que desmontar, “con la colaboración de los hombres, el mandato de masculinidad; es decir, desmontando el patriarcado, pues es la pedagogía de la masculinidad lo que hace posible la guerra y sin una paz de género no puede haber una paz verdadera” [Segato, 2021].

Referencias:

#NoMoreMatildas. (n.d.). Retrieved 22 July 2022, from #NoMoreMatildas website: https://www.nomorematildas.com/

Savater, A. F. (2021). La fuerza de los débiles. El 15M en el laberinto español. Un ensayo sobre la eficacia política. Segato, R. (2021). La guerra contra las mujeres: Nunca la duplicación de un mal fue la respuesta.