La ceguera moral en nombre de la “tolerancia”1

Sam Harris[2]

De la idea simplista de que cualquier persona es libre de valorar —desde el punto de vista moral—[3] lo que sea, se derivan preocupaciones muy prácticas. La más relevante de ellas es, precisamente, que permite a personas altamente educadas, laicas y, además, bien intencionadas detenerse a pensar, a veces interminablemente, antes de condenar prácticas como el uso obligatorio del velo, la ablación genital, la incineración de la esposa viva con el cadáver de su marido, el matrimonio forzado y los demás productos de la “moralidad” alternativa de otras partes del mundo. Los seguidores de la distinción “ser/deber ser” de Hume nunca parecen comprender lo que está en juego y no se dan cuenta de que los fracasos vergonzosos de la compasión están alentados por esta “tolerancia” intelectual a las diferencias morales. Mientras que mucho del debate sobre estos temas debe darse en términos académicos, dicho debate no lo es. Actualmente hay niñas cuyos rostros son quemados con ácido por haberse atrevido a aprender a leer o por no consentir en casarse con un hombre desconocido o incluso por el “crimen” de haber sido violadas. Lo asombroso es que algunos intelectuales occidentales ni siquiera tendrán un parpadeo si se les pide que defiendan estas prácticas en términos filosóficos. En una ocasión hablé de temas como estos en una reunión académica. Cuando iba a terminar mi conferencia expresé lo que me pareció una afirmación irrebatible: Ya tenemos buenas razones para creer que ciertas culturas están menos adaptadas que otras para maximizar el bienestar humano. Cité la misoginia despiadada y el engaño religioso de los talibanes como ejemplos de una visión del mundo que no parece perfecta para el florecimiento humano.

Resultó que denigrar a los talibanes en una reunión científica es invitar a la controversia. Al final de mi charla entré en debate con una de las oradoras invitadas, quien a primera vista parecía estar muy bien calificada para razonar efectivamente acerca de las implicaciones de la ciencia en nuestra comprensión de la moralidad. De hecho, ella ya ha sido nombrada como miembro de la Comisión Presidencial para el Estudio de Asuntos Bioéticos y es ahora una de las trece personas que asesorarán al Presidente Obama sobre “los problemas que puedan surgir de los avances en biomedicina y las áreas relativas de la ciencia y la tecnología” con el fin de asegurar que “la investigación científica, la atención de la salud publica y la innovación tecnológica se lleven a cabo de manera éticamente responsable.”[4]

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¿Miente la estadística? Datos, pruebas, y “las grandes mentiras”1

Tony Crilly[2]

[George Gallup, pionero en la realización de encuestas, es conocido por comentar que podía probar que Dios existía con las herramientas de la estadística. El escéptico historiador del siglo XIX, Thomas Carlyle, igualmente conocido, despreció la estadística por su habilidad para probar cualquier cosa que uno desee. Éstos fueron los extremos, pero sus afirmaciones llaman la atención. Guste o no, hoy vivimos en un mundo abarrotado de estadísticas, ejércitos de investigadores se dedican a la recolección de datos y sacar conclusiones de ellos. Pero ¿qué significado matemático emplean? Y ¿qué es lo que, en el caso de que haya algo, podemos afirmar con las estadísticas?]

Las estadísticas con frecuencia sufren de mala prensa, siendo vistas con recelo como un medio engañoso de exponer un punto, especialmente en el terreno político, un terreno en el cual surgió el término «estadística». Mark Twain atribuyó la acusación «mentiras, grandes mentiras y estadísticas» a Benjamin Disraeli y, aunque no es seguro si el estadista victoriano realmente dijo la frase, desde entonces ha sido pronunciada muchas veces para expresar desprecio por argumentos discutibles «reforzados» con datos.

Pero ¿está esta reputación justificada? A pesar de ella, no cabe duda de que la sociedad actual y la economía no podrían funcionar sin estadísticas; ellas apuntalan las decisiones de gobiernos, organizaciones nacionales e internacionales y compañías grandes y medianas.

Los estadísticos son, en consecuencia, profesionales muy demandados. Hay algo reconfortante y no abstracto en sus prácticas matemáticas lo que las hace parecer mucho más ligadas a aplicaciones prácticas.

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