El avión incendiado

Hasta el policía más impreparado y más lerdo sabe que las evidencias del delito que ha descubierto deben ser cuidadosamente preservadas a fin de que sirvan para que en su momento el fiscal pueda presentar ante el juez una acusación exitosa.

A ningún policía se le ocurriría prenderle fuego al botín de un ladrón a quien hubiera sorprendido saliendo de una casa, una tienda o un banco donde cometió un robo. Se prende fuego a aquello de lo que no se quiere dejar rastro: la carta de amor o ardiente deseo enviada por el amante para que no sea descubierta por el esposo, los libros que el inquisidor o el dictador considera heréticos o subversivos, los archivos en los que hay datos del delito que se pretende ocultar.

Si la fuerza aérea venezolana pilló sobrevolando su territorio sin autorización a un avión mexicano, lo hizo aterrizar y descubrió que iba cargado de droga ilícita, era evidente que la droga debía ser cuidadosamente conservada a fin de que fuera utilizada como prueba del delito de narcotráfico. Sólo después de eso podía destruirse. Si el piloto del avión sorprendido en una acción delictiva obedeció la orden de aterrizaje, ¿no era de esperarse que tanto él como los demás ocupantes de la aeronave fueran capturados ipso facto? ¿No era de elemental sentido común que, además de conservarse el avión y la sustancia que portaba, se buscaran en el vehículo aéreo las huellas digitales de la tripulación y los pasajeros?

¿Por qué la prisa en incendiar la aeronave? ¿Cómo pudieron escapar quienes viajaban en ella? ¿Acaso fueron asesinados por los agentes del presidente Maduro? Quizá la trama sea otra. El gobierno chavista no pudo esconder sus relaciones con grupos dedicados a la delincuencia como la ETA y las FARC. Se sabe que incluso protegió en su territorio a dirigentes y militantes de ambas organizaciones criminales. En esta ocasión, ¿el gobierno venezolano está otorgando un asilo inconfesado a delincuentes buscados por la justicia mexicana o la justicia estadounidense? ¿El avión fue destruido para ocultar el plan de vuelo y los supuestos prófugos fueron llevados a un lugar en el que pudieran ser encubiertos? ¿Los agentes que incendiaron el avión al menos guardaron la caja negra?

El presidente Maduro puede contar impunemente en un mitin que su antecesor Hugo Chávez se le aparece en forma de pajarito, deleitándolo con su gorjeo bolivariano, o deja dibujada su faz en las paredes para alentar los anhelos revolucionarios de sus seguidores. Por supuesto, no está loco: es un demagogo nocivo que sabe que sus partidarios fanatizados le aplauden frenéticamente tales ocurrencias. Otra cosa es que nos crea tontos a los mexicanos y a la comunidad internacional, y que nos cuente una historia torpemente concebida para velar una acción injustificable jurídica y diplomáticamente.

El gobierno mexicano, que se había apurado en intentar estrechar relaciones con el venezolano no obstante el autoritarismo de éste, debe exigir con toda energía una explicación convincente, y si no la obtiene ha de acudir sin más dilación a las instancias internacionales en demanda de justicia.