LECCIÓN 3
Realismo e idealismo

Hemos analizado el significado de la palabra democracia. Ahora debemos establecer qué es o bien qué debería ser. A la primera pregunta hay que responder con una óptica realista. A la segunda hay que responder con una óptica racionalista que subraya los ideales de la democracia, y en ese sentido, con una óptica idealista.

El realismo es contemplar la democracia como realmente es. La tradición realista se remonta a Nicolás Maquiavelo, de quien se dice que se centraba en la “realidad efectual” y que de ese modo descubría la política, o, mejor dicho, fundaba la autonomía de la política. La fundaba recurriendo a la observación directa y registrando sin tapujos que la política no obedece a la moral. No obstante, al interpretar a Maquiavelo, al hacerlo nuestro contemporáneo, no debemos olvidar que él observaba un microcosmos político (los principados renacentistas) imposible de comparar con nuestro mundo. Un mundo que aún no estaba animado por ideales políticos, sino, a lo sumo, por ideales ético-religiosos.

En cambio, el racionalismo político no acepta la realidad tal y como es; si acaso la construye deductivamente. Y con el tiempo -primero con las utopías, y posteriormente, de la Ilustración en adelante- imagina una sociedad “ideal”, o en todo caso guiada por ideales. Y es el racionalismo el que establece que sin ideales no puede haber democracia.

Estas dos ópticas han producido, por un lado, las democracias empírico-pragmáticas, y, por otro, las democracias de razón.James Bryce, que es uno de los grandes autores que han abordado este tema, escribe que la democracia racionalista por excelencia es la francesa, mientras que la democracia anglosajona es de tipo empírico-pragmático, y puntualiza lo siguiente: Francia adoptó la democracia “no sólo porque el gobierno popular parecía ser el remedio más completo para los males inminentes, [ … ] sino también para honrar unos principios abstractos generales, considerados verdades evidentes”. Y Alexis de Tocqueville

subraya así la diferencia: “Mientras que en Inglaterra quienes escribían de política y quienes hacían política llevaban la misma vida, [ … ] en Francia el mundo político quedó drásticamente dividido en dos zonas no comunicantes. En una se administraba; en la otra se formulaban los principios abstractos. [ .. . ] Por encima de la sociedad real [ … ] poco a poco se construía una sociedad imaginaria, en la que todo parecía simple y coordenado, uniforme, justo y racional”. He ahí, pues, el contraste y la diferencia entre una democracia de tipo racionalista a la francesa y una de tipo empírico a la inglesa.

Una diferencia que también lo es en desarrollo histórico. Mientras que las democracias de tipo francés nacen ex novo de una ruptura revolucionaria, la democracia anglo-estadourlidense surge de un proceso continuo. La Revolución inglesa de 1688-1689 no reivindica un nuevo comienzo, sino la restauración de los ”derechos primigenios” del hombre inglés, es decir, el restablecimiento de los principios de la Magna Carta violados por el absolutismo de las dinastías Tudor y Estuardo. Da igual que aquel pasado fuera en gran medida mítico; lo que importa es que la Gloriosa Revolución no fue una ruptura innovadora, sino que se concibió como una recuperación, como una nueva toma de posesión. En cuanto a la denominada “Revolución americana”, no fue una revolución, sino una secesión. La Declaración de Independencia de 1776 reivindicaba, en sustancia, el derecho de los colonos a avanzar libremente por el trazado de las libertades de que ya gozaban los ingleses. No fue así en Francia, donde la Revolución de 1789 se reafirmó, precisamente, como una ruptura concebida para rechazar y borrar in toto el pasado.

En conclusión, el racionalista tiende a preguntar qué es (la democracia), mientras que el empirista instintivamente tiende a preguntarse cómo funciona.

Fuente: Sartori, Giovanni. La democracia en 30 lecciones. México, Taurus, 2009, pp. 23-26.