Los motivos tienen que ser tan honrados como los actos1

Lou Marinoff[2]

Un agente de policía de la ciudad de Nueva York se convirtió hace poco en la estrella de las noticias vespertinas gracias a esta sorprendente acción: mientras hacía su ronda a solas, encontró por casualidad treinta y cinco mil dólares de dinero blanqueado procedente del tráfico de drogas, se apoderó de ellos… ¡y los presentó como prueba! Los medios de comunicación dieron gran resonancia al caso. Los periodistas se deshicieron en alabanzas ante tamaña honestidad. El alcalde lo recompensó con una medalla a la integridad.

            A mí la noticia también me alegró (ya hemos oído más que suficiente sobre la corrupción policial) hasta que escuché al agente explicar por qué lo había hecho. Confesó que había pensado quedarse con el dinero, pero luego cayó en la cuenta de que su pensión valía mucho más. Dijo que no quería correr el riesgo de quedarse sin pensión si lo atrapaban. «¿Cómo iba a comprometer mi seguridad económica por treinta y cinco mil dólares?», razonó. Esto me hizo pensar. Me pregunté cómo habría reaccionado ese mismo policía si hubiese encontrado un alijo que valiera más que su pensión. De haber seguido su propio razonamiento, se lo habría apropiado sin pensárselo dos veces.

            Si el alcalde deseaba repartir medallas, en la de este sujeto tendría que haber inscrito «franqueza» en lugar de «integridad». El agente al menos tuvo la valentía de decir la verdad. No obstante, nunca pondría su razonamiento moral como modelo ante mis hijos. Lo que en realidad estaba diciendo era: «Cumpliré la ley siempre y cuando obtenga más cumpliéndola que quebrantándola.»

            Para mí, ésta no era siquiera la parte más espeluznante de la historia. Lo que me alarmó fue que nadie más diera muestras de detectar el error que había en las declaraciones de aquel hombre uniformado. Al parecer, yo era el único que se daba cuenta, el único a quien preocupaba que hacer lo correcto por un motivo equivocado no lo convertía a uno en un dechado de integridad. Los motivos tienen que ser tan honrados como los actos. La integridad supone una lealtad y un compromiso inquebrantables para con unos principios, no un cálculo frío y conveniente. Apoderarse de un dinero que pertenece a otros está mal, con independencia de la suma. Aquella historia era sobre un policía potencialmente corrupto, sólo que no le habían ofrecido su precio.

            No quisiera deshonrar por completo al agente, puesto que al fin y al cabo entregó el dinero. Con un humor más generoso, quizá diría que la pifió en su declaración a la prensa. Sin embargo, debería horrorizarnos la bajeza de las pautas morales que hemos adoptado. La regla que atañe al caso (no robar) es fundamental, y la sociedad en general debería comprenderla mejor, con inclusión de los agentes de la ley y los periodistas. No obstante, los medios de comunicación trataron a esa persona como una celebridad sin detenerse a pensar en la esencia de lo que había dicho y hecho. Ω

[1] Fragmento del cap. 11 “¿Por qué una moral o una ética? del libro Más Platón y menos Prozac. Ed. byblos. Barcelona. 2004. p. 299-301.

[2] (1951) Filósofo y escritor canadiense.