Rosa Montero
Comentaba el otro día con unos amigos la nueva película de Wonder Woman, titulada en Latinoamérica con mayor propiedad Mujer Maravilla. Es el primer filme en el que este personaje de cómic aparece de protagonista absoluta, por fin una superheroína en lugar de tanta testosterona embutida en mallas. Para más novedad, la directora es una mujer, Patty Jenkins, y la historia incluye bastantes guiños digamos feministas. La película no está mal, dentro de ese tipo de superproducciones de entretenimiento, pero no puedo evitar que me dé la risa cuando veo a la protagonista, Gal Gadot, con su vestidito de guerrera, a saber, un prieto corpiño de escote palabra de honor cuyo diseño demencial amenaza con hacer desbordar el abundante seno al primer guantazo que arree la heroína (lo debe de llevar pegado con cola a la piel para evitar que se le despendolen los pezones), un mínimo culotte digno de la pasarela de un vodevil y unos taconazos con los que se supone que la guerrera corre cual gacela. Ya sé que esta imagen proviene del cómic y de un calenturiento prototipo de mujer parido por la mente masculina, pero puestos a innovar podría haberse atemperado un poco esa hipersexualidad tan tópica y antigua. Por cierto, y ahora que lo pienso, qué curioso que en el cómic las chicas representen siempre un ensueño machista, mientras que los superhéroes, tan apretaditos en sus licras, parecen dibujados por el deseo gay. Sigue leyendo