Pocas veces en la historia una trifulca ha tenido consecuencias sociales tan trascendentes. Este año la pandemia boicoteó las celebraciones multitudinarias que cada aniversario reúnen, festivos y orgullosos, a decenas de miles. Todo se inició hace poco más de medio siglo en el bar neoyorquino Stonewall Inn, ubicado en el barrio de Greenwich Village.
A mediados del siglo pasado se solían clausurar los bares que servían a homosexuales, y sus clientes eran arrestados y exhibidos en los diarios. Se realizaban campañas para librar de gays a los vecindarios, los parques, los bares y las playas. Se prohibía usar ropa que no correspondiera al sexo del usuario. Miles de homosexuales, hombres y mujeres, fueron públicamente humillados, acosados, despedidos de sus empleos —aun en las universidades—, encarcelados o internados en hospitales siquiátricos. Las lesbianas podían perder la custodia de sus hijos.
El Stonewall no tenía licencia para vender bebidas alcohólicas, por lo que pagaba soborno a la policía. No contaba con agua corriente, por lo que los vasos sucios se enjuagaban en una palangana para ser usados de nuevo. Era el único lugar para homosexuales en el que se permitía bailar. Acudían blancos, negros y latinos, entre ellos jóvenes sin techo que dormían en el cercano Christopher Park, pues no faltaba quien les invitara una copa. Era el bar gay más popular de la ciudad. En las redadas la policía arrestaba a quienes no portaran identificación y a los travestidos.
A la 1:20 del sábado 28 de junio de 1969, con unas 200 personas dentro, la policía bloqueó las puertas del bar y ordenó que los asistentes formaran una fila con su identificación en la mano. Los que iban vestidos con ropa de mujer se resistieron a ser detenidos. Los demás se negaron a mostrar su identificación. Asombrosamente, los que no fueron arrestados no se retiraron como siempre. (Algo, que ciertamente no se nombra / con la palabra azar, rige estas cosas: Jorge Luis Borges). A ellos se unieron, fuera del bar, más de 100 vecinos del barrio.
Cuando subían a los empleados del bar a una patrulla, de la muchedumbre salió un grito: “¡Poder gay!”. Alguien empezó a cantar We shall overcome (Venceremos). Un agente aventó a una transexual, y ésta lo golpeó con su bolso en la cabeza. Fue la gota que derramó el vaso. Los congregados abuchearon y arrojaron botellas al automóvil policial. Una mujer que era conducida a otra patrulla arengó a la multitud: “¿Por qué no hacen algo?” Cuando fue subida al vehículo, numerosos espectadores se lanzaron contra los policías, quienes derribaron a algunos, lo que alebrestó aún más los ánimos.
Algunos de los arrestados escaparon de la furgoneta a la que habían sido subidos, la cual tenía para entonces ponchadas las llantas, misma suerte que corrieron dos vehículos policiacos más. Los muchachos sin techo del Christopher Park se habían agregado a la batalla. El gentío intentaba volcar la furgoneta. La riña atrajo a más gente. Algunos vociferaban que la actuación de la policía se debía a que el bar no había pagado el soborno. Alguien gritó: “¡Paguémosles!”, y acto seguido volaron monedas hacia los agentes. Se escucharon más gritos: “¡Cerdos! ¡Policías maricones!”.
En ese momento los agentes policiacos ya estaban notoriamente superados en número: los enfrentaban unas 600 personas. No obstante, se hicieron algunas detenciones. Eso no calmó a los alebrestados: arrojaron contra el bar contenedores de basura, botellas, piedras y ladrillos, por lo que se rompieron las ventanas. Se arrancó un parquímetro que se usó como ariete contra las puertas del local.
Una transexual que estuvo dentro del local declararía: “Nos han tratado como mierda todos estos años. ¡Ahora nos tocaba a nosotros! Fue uno de los momentos más grandes de mi vida”. Basura a la que se había prendido fuego fue lanzada al interior. Los más frenéticos entraron a través de las ventanas rotas. Los policías que estaban en el bar, sintiéndose gravemente amenazados, desenfundaron sus pistolas. Por fortuna, ninguno disparó. Alguien echó un chorro de combustible al suelo y arrojó un cerillo. El incendio aumentó el dramatismo del momento. Se destrozaron cabinas de teléfono, baños, espejos y máquinas expendedoras de tabaco. Llegaron los bomberos.
La fuerza antidisturbios llegó a liberar a sus compañeros que permanecían dentro del Stonewall. Cuatro policías estaban heridos. Los gays no cesaban de gritar, cantar y bailar en la calle. Un automóvil particular fue volcado para bloquear el paso de los policías. Agentes policiacos eran perseguidos al grito de “¡atrápenlos!”.
Era como si los sentimientos de humillación sufrida durante años se hubieran concentrado, como si, espontáneamente, las minorías sexuales hubieran decidido que era necesario poner un hasta aquí, reclamar por lo que siempre se les había arrebatado, como si todo el enfado por los abusos y la discriminación se hubiera dado cita esa noche. Los gays cargaban el seudónimo twilight (crepusculares). Ya no iban a caminar sumisamente por las noches y dejar que se metieran con ellos. Había algo en el aire, la libertad que siempre se les había negado.
Los disturbios continuaron la noche siguiente. A los que habían estado la noche anterior se unieron muchos curiosos, incluso turistas. Un hecho inaudito fue que los homosexuales se daban muestras de afecto en la vía pública. Llegaron miles de personas al lugar. Los sucesos de la noche anterior habían sido materia de notas destacadas en The New York Times, The New York Post y The New York Daily News.
Ahora la gente ocupaba hasta las calles adyacentes. Como la noche anterior, se quemaron contenedores de basura, esta vez por todo el barrio. Acudieron a contener la revuelta más de 100 policías, a los que se sumaron, como a las dos de la madrugada, numerosos antidisturbios. Cuando la policía capturaba a algún participante, otros lo liberaban. La batalla callejera se extendió hasta las cuatro de la madrugada. Durante los días siguientes se produjeron alborotos esporádicos y se distribuyeron panfletos que demandaban sacar a la mafia y a la policía de los bares gays, y boicotear a los establecimientos propiedad de la mafia, incluso al mismo Stonewall.
Seis meses después se fundó el diario Gay. El mero nombre es importante porque, hasta entonces, The Village Voice se negaba a imprimir la palabra “gay” en los anuncios del Frente de Liberación Gay (GLF) que invitaban a sumarse a la organización. En sólo seis semanas se fundaron otros dos diarios. Entre los tres periódicos la cifra de lectores era de alrededor de 25,000.
El primer aniversario de los disturbios del Stonewall se celebró como el día de liberación de Christopher Street (la calle donde estaba el bar) con la primera marcha del orgullo gay de la historia, que el 28 de junio de 1970 recorrió 51 cuadras hasta Central Park. The New York Times informó en su portada que la manifestación ocupaba 15 cuadras. Se realizaron marchas simultáneas en Los Ángeles y Chicago. El año siguiente se realizaron manifestaciones del orgullo gay en Boston, Dallas, Milwaukee, Londres, París, Berlín Oeste y Estocolmo. En 1972 se sumaron Atlanta, Buffalo, Detroit, Washington, Miami y Filadelfia. Hoy, las manifestaciones del Día del Orgullo Gay en el mundo son las más concurridas de todas.
Los historiadores Dudley Clendinen y Adam Nagourney reflexionan que los homosexuales, antes del levantamiento del Stonewall, eran una comunidad pasada por alto, de la que se reían o era despreciada. “Desde esa noche, la vida de millones de gays y lesbianas, y la actitud hacia ellos de la cultura mayoritaria en la que vivían, cambió rápidamente. Los homosexuales empezaron a aparecer en público como tales exigiendo respeto”.
En junio de 1999, el Departamento del Interior de Estados Unidos designó los números 51 y 53 de Christopher Street (domicilio del Stonewall), la calle misma y las adyacentes Hito histórico nacional. El 1º de junio de 2009 —mes en que se cumpliría el 40º aniversario del Stonewall—, el presidente Barack Obama declaró junio como el mes del orgullo gay, lésbico, bisexual y transexual.
Los triunfos del movimiento a partir del Stonewall son notables. En 1973, la American Psyquiatric Association votó unánimemente por excluir a la homosexualidad del Manual Diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales. En 1990, la Organización Mundial de la Salud tomó la misma decisión. Cada vez más figuras públicas salen del clóset. En años recientes, varios países occidentales han reconocido el matrimonio entre personas del mismo sexo y su derecho a la adopción.