Falsas acusaciones

Un juez absolvió a los cuatro acusados de lanzar granadas en la verbena popular del Grito la noche del 15 de septiembre de 2008 en el zócalo de Morelia. El atentado causó ocho muertos y más de 100 heridos: sin duda, un acto terrorista. La fiesta patria es una de las celebraciones más populares y sentidas. Muchos de los asistentes, hombres y mujeres de todas las clases sociales, llevan a sus niños, y todos disfrutan del relajo, los fuegos artificiales, la música vernácula y los antojitos. Arrojar explosivos a esa multitud desprevenida e indefensa fue un crimen gravísimo. El ataque ha sido considerado como el primero del narcotráfico contra la población civil en México.

Las razones de la absolución son inobjetables: los acusados fueron entregados al Ministerio Público severamente golpeados y los videos que se exhibieron con sus confesiones se grabaron sin la presencia de sus abogados defensores. Pero es otra la razón más poderosa: tres de los cuatro inculpados se encontraban en el momento de los hechos en el puerto de Lázaro Cárdenas, a 200 kilómetros de Morelia.

Poco después de esa sentencia se dictó otra resolución absolutoria en un caso que también causó conmoción. Fueron exonerados los tres acusados de tentativa de homicidio contra los hermanos David y Ricardo Monreal, este último exdiputado y hoy jefe delegacional electo. Como se recordará, la detención se llevó a cabo la madrugada del 4 de abril de 2013 en sitios distintos a los que señalaron las autoridades.

La información oficial atribuyó el descubrimiento de la preparación de los asesinatos a la labor de inteligencia del CISEN, específicamente a la escucha de la conversación telefónica en la que el supuesto autor intelectual, un empresario zacatecano, dio instrucciones a quienes ejecutarían los crímenes.

Además de que se acreditó que los supuestos pistoleros fueron golpeados antes de llegar al centro de arraigos para arrancarles sus confesiones, quedó demostrado durante el proceso que el teléfono del empresario que el CISEN aseguraba haber escuchado en realidad estaba apagado.

Estamos ante dos casos más de falsas acusaciones, práctica recurrente en los Ministerios Públicos del país, vicio mayor de la procuración de justicia mexicana, el peor de los crímenes que la infamia puede soportar. Aclaro: una falsa acusación no es una acusación que el juez finalmente desestime por no quedar convencido con las pruebas aportadas por el Ministerio Público, sino una acusación que se sabe mendaz, fraudulenta, con pruebas inventadas o sin pruebas.

La falsa acusación causa males gravísimos. El más evidente es que personas inocentes son sometidas al escarnio público y a las incomodidades, los gastos y la angustia que conlleva la acusación en su contra. Si enfrentan el proceso en prisión preventiva, se les priva de uno de los bienes más preciados del ser humano, la libertad, y su encarcelamiento los aleja de sus seres queridos, de su trabajo o su negocio y los correspondientes ingresos económicos, les roba el sosiego a ellos y a sus familias, y éstas tienen que hacer importantes erogaciones para solventar los pagos indebidos que se exigen a los presos en nuestros reclusorios.

Un segundo mal que produce la falsa acusación es el de que, al detenerse a las personas a las que se imputa el delito, el Ministerio Público deja de investigar, pues considera que su labor ha concluido, y, en consecuencia, los verdaderos autores de las conductas delictivas quedan impunes, como han quedado impunes los gravísimos delitos de la noche del Grito en Morelia.

Un tercer mal es de carácter pedagógico: al advertir que muchos de los casos que se presumen como resueltos en realidad son falsas acusaciones, los ciudadanos descreen de la procuración de justicia, lo que inevitablemente genera desencanto y desincentiva la denuncia de los delitos. Las víctimas quieren que se castigue a los culpables, no a chivos expiatorios.

Las elecciones acapararon la atención de los comentaristas; pero la persistencia de falsas acusaciones es un asunto de gravedad mayúscula que amerita la exigencia de que no se incurra más en tal vileza. Ω