La realidad transfigurada

Luis Villoro

La novela El Quijote habla de una realidad ilusoria, como la de los sueños, creada por la imaginación. Todo se transforma, todo tiene otra traza. Es una ilusión imaginaria. Todo es otro de lo que parece. Aunque todo es real, es una realidad transfigurada. Es la misma pero imaginaria. Se abre entonces a un: existe, sin duda, una realidad empírica, la de todos los días, pero frente a ella se abre otra realidad que presenta una figura distinta: es una realidad transfigurada.

Todo no deja de tener al mismo tiempo su propia realidad empírica y es una realidad otra. Así, Aldonza Lorenzo, la campesina, es Dulcinea del Toboso, la dama soñada por el Quijote, sin dejar de ser ella misma.

Todo es lo otro de lo real, sin embargo, no es lo falso. No es un engaño. Es la misma realidad con una forma otra, elevada a un nivel superior: el nivel del valor. Es lo más deseable, lo que es más difícil, lo que habría que luchar por alcanzar. Esto es por lo que combate el caballero andante.

En la novela de Cervantes lo otro se expresa también en el arte. Tomemos un ejemplo: el de la verdadera poesía. La poesía es un ejemplo de lo otro en el lenguaje. ¿No es la verdadera poesía una transfiguración de la realidad empírica?

Podríamos tomar un ejemplo actual en la obra de Octavio Paz. En el lenguaje discursivo se nombra lo que empíricamente existe, lo que se ve. Si desea designar un simple dato de percepción, puede decir tal vez: “en el centro de la semiesfera celeste se ve un disco luminoso de color amarillo claro”. Pero un poeta, refiriéndose al mismo fenómeno, dirá:

Coronado de sí, el día extiende sus plumas
¡Alto grito amarillo, caliente surtidor
en el centro de un cielo imparcial y benéfico!

El mismo fenómeno es, a la vez, un astro en determinada posición en el horizonte y un “alto grito amarillo” en un “cielo imparcial y benéfico”. El lenguaje ha transfigurado la realidad en otra realidad poética, a la vez imaginada. ¿No es eso también lo que sucede en el Quijote?

Lleguemos pues, por fin, a la novela de Cervantes. En ella, el mundo entero, como en la poesía, es lo otro sin dejar de ser él mismo. Es lo mismo pero elevado, sublimado, a lo que tiene un valor superior. Es la misma realidad pero con otra figura. Con la poesía se expresa en el lenguaje, con la pintura con los matices y las formas en el claroscuro, con la prosa se manifiesta en la novela. De eso es de lo que habla Cervantes.

Porque la transfiguración puede expresarse en todo. En el espacio y en el tiempo. En el espacio, con los viajes en el Mediterráneo (de los que supo Cervantes); en el tiempo, con el viaje a la utopía. Del viaje en el tiempo, nos habla Cervantes, entre el pasado y el futuro, con la utopía. En el pasado se dio una antigua edad de oro, en la que no había posesión individual, no había distinción del “tuyo y del mío”.

Dice el Quijote: “Dichosa edad y siglos dichosos aquellos a quien los antiguos pusieron nombre de dorados, y no porque en ellos el oro, —que en nuestra edad de hierro tanto se estima—, se alcanzara en aquella sin fatiga alguna, sino porque entonces los que en ella vivían ignoraban estas dos palabra de tuyo y mío. Eran en aquella edad todas las cosas comunes.”

Porque el camino hacia la posible realización de la utopía se abre al realizar ciertas acciones en la sociedad, dirigidas por ciertos valores superiores como la libertad y la justicia. La realización de estos valores tiene sus contrarios en la injusticia y la pobreza.

“Porque me parece duro caso hacer esclavos a los que Dios y la naturaleza hizo libres. Cuánto más, señores, —añadió el Quijote— que esos pobres no han cometido nada contra vosotros. Allá se lo haya cada uno con su pecado. Dios hay en el cielo, pero no descuida de castigar al malo ni de premiar al bueno, y no es bien que los hombres honrados sean verdugos de los otros hombres, no yéndoles nada en ello.”

Junto a la libertad y la justicia hay también la realización de otros valores. Ante todo, en el lenguaje, la poesía.

La poesía es el arte del lenguaje que no es mayor que el de la naturaleza. Ella transforma a la naturaleza perfeccionándola.

Pero en este mundo hay de hecho una inversión en la realización de los valores de libertad y de justicia. Igual que sucede con la belleza, a lo que sólo se opondría la necesidad.

La novela del Quijote habla, en general, en el fondo, de la posibilidad de otra realidad que no se manifiesta solo mediante el intelecto sino en medio de la emoción y la ilusión. Todo puede ser diferente y aún contrario a lo que parece ser. Pero entonces surgen las preguntas decisivas ¿cuál es la distinción entre la realidad y la ilusión? ¿No es todo una ilusión, un engaño? Dulcinea, es, en realidad, Aldonza Lorenzo; en la ilusión es, en cambio, la mujer más hermosa; al igual que los molinos de viento son gigantes en la imaginación y una manada de ovejas es un ejército en combate.

Todo, en la realidad es un engaño. ¿No nos recuerda esto a la tradición de una metafísica distinta a la occidental?

Si todo es en realidad un engaño, una ilusión ¿qué hacer? sólo habría una actitud: primero cobrar conciencia del engaño para poder superarlo. Luego, postular una realidad contraria, imaginada, pero superior, como un gigante —en la novela de Cervantes— es superior en fuerza y una doncella más hermosa en belleza.

Vencer el engaño es una manera de superarlo, postulando una realidad superior imaginada.

En toda la novela de Cervantes late una idea, sin ser expresada claramente: la realidad es un engaño que hay que superar. No oponiéndole otra realidad puramente imaginaria, sino buscando un camino para que se abra la posibilidad de otra realidad imaginada que es superior a la existente.

Esto implica una actitud, una acción que trate de abrir un camino para alcanzar otra realidad superior en valores; comprobar entonces el engaño para poder superarlo. ¿No nos señala entonces un camino hacia un mundo ideal donde ya no habría mentiras? Apunta entonces, sin decirlo expresamente, hacia el camino para otra realidad superior a la de los valores. Esa realidad otra hay que alcanzarla. Pero tiene una condición: la libertad.

“La libertad, Sancho, es uno de los preciosos dones que los hombres recibieron de los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra y que el mar encubre; por la libertad así que por la honra se puede aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede advenir a los hombres”.

Así, la libertad es la condición de posibilidad para poder alcanzar los valores superiores.

“Aunque los atributos de Dios son todos iguales, más resplandece y campea a nuestro ver el de la misericordia que el de la justicia.

Si acaso doblares la vara de la justicia no sea con el peso de una dádiva sino el de la misericordia.

El mayor contrario que el amor tiene es el hambre y la continua necesidad, porque el amor es todo alegría, regocijo y contento, y más cuando el amante está en posesión de la cosa amada; contra él pues son enemigos opuestos la necesidad y la pobreza”.

Así vivió y así murió Alonso Quijano el bueno, que llevó el nombre de don Quijote de la Mancha. Sus hazañas fueron escritas después de su muerte por el moro Cide Hamete.

Sus hazañas como caballero andante aún las recordamos. Las recuerda también el que fue su escudero, Sancho Panza, quien le insta con estas palabras a volver a sus aventuras de caballero andante:

«Mire, no sea perezoso, sino levántese de esa cama y volvamos al campo vestidos de pastores, como tenemos concertado. Quizás detrás de alguna mata hallaremos a la señora Dulcinea desencantada, que no haya más que ver. Si es que se muere de pesar por verse vencido, écheme a mí la culpa, diciendo que por haber yo cinchado mal a Rocinante le derrumbaron, cuanto más que vuestra merced habrá visto en sus libros de caballería es cosa ordinaria derribarse unos caballeros a otros y el que es vencido hoy ser vencedor mañana.»

Tiene razón Sancho Panza. Porque las hazañas del caballero andante no terminan con su muerte. Quedarán escritas en la memoria de los que supimos de sus hazañas esperando su despertar.

Fuente: http://filos.umich.mx/Devenires/Devenires-23/p7-11.pdf