Manual para salvar la Tierra1

Dr. Jostein Gaarder[1]

Hacia el final de su vida, el filósofo alemán Emmanuel Kant consideró que un imperativo moral imponía a cada país unirse a una suerte de “alianza de los pueblos”, única en grado de garantizar la coexistencia pacífica entre Estados. En ese sentido el pensador alemán fue el primero en apadrinar la idea de las Naciones Unidas.

      Dos siglos más tarde hemos celebrado el 50º aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de la ONU. Hemos tenido buenas razones para hacerlo porque los derechos humanos tienen ahora y siempre necesidad de ser protegidos contra los ataques y violaciones brutales de los cuales son objeto. La diferencia consiste en que desde hace más de medio siglo contamos con una institución y un instrumento que nos permite defenderlos.

      La Declaración Universal de los Derechos Humanos es sin duda la mayor victoria hasta la fecha de la filosofía. Debemos valorarla como tal porque los derechos humanos no nos fueron concedidos por potencias superiores ni nos llegaron por acto de magia. Son el logro de una maduración milenaria, de un lento proceso que adeudamos, en lo esencial, al trabajo de escritura. Detrás de esta tradición humanista se encuentran hombres de carne y hueso que, en diferentes momentos de sus vidas, tomaron la pluma y pusieron su pensamiento al servicio de la humanidad.

Hacia una Declaración Universal de Deberes Humanos

La cuestión que se nos plantea, al alba de un nuevo milenio, es saber cuánto tiempo podremos continuar hablando de derechos sin preocuparnos también por los deberes del individuo. Tal vez necesitemos de una nueva declaración universal. Quizá ha llegado la hora de adoptar una Declaración Universal de los Deberes Humanos. No podemos seguir contentándonos con invocar derechos sin insistir en los deberes de cada uno tanto en lo que concierne a los Estados como a las personas.

      En la base de toda ética se encuentra la famosa “regla de oro”; no hagas a los demás lo que no deseas que te hagan a ti. Principio de reciprocidad que Kant formuló de la siguiente manera: la acción justa es aquella que querríamos que cada uno cumpliera en una situación similar. A doscientos años de su muerte comenzamos recién a hacernos a la idea de que el principio de reciprocidad debe aplicarse también entre países ricos y países pobres. Y lo mismo vale para las relaciones intergeneracionales.

      Preguntémonos: ¿Hubiéramos deseado que las generaciones precedentes talaran más de lo que lo hicieron los bosques tropicales o los bosques en general? ¿Habríamos preferido que nuestros ancestros exterminaran aún más especies vegetales y animales? Si la respuesta es negativa, tenemos pues el deber de preservar la diversidad biológica. Nada prueba que Kant hubiera tolerado nuestro consumo desenfrenado de energías no renovables. Comencemos entonces a interrogarnos si nosotros hubiéramos querido que nuestros ancestros quemaran la misma cantidad de combustible por persona que nosotros hacemos hoy. Somos la primera generación en afectar el clima del planeta y sin duda la última en no tener que pagar por ello un precio muy elevado.

Somos primates

Algunos ya lo dijeron: el problema con la nave espacial Tierra es que nos fue entregada sin el correspondiente manual de instrucciones. De ser así, ¿por qué no redactarlo? Para hacerlo tenemos que recurrir sin duda a la filosofía.

      Con frecuencia suele repetirse que las ideologías han muerto. Sin embargo, ¿el consumismo no es una ideología? ¿Se trata realmente del único modelo posible? En el primer peldaño del tercer milenio existen temas que la filosofía no puede eludir: ¿Qué cambios de conciencia son necesarios? ¿Qué define una sabiduría durable? ¿Dar prioridad a qué calidades vitales? ¿Cuáles son los verdaderos valores? ¿Qué modo de vida adoptar? Y sobre todo ¿qué forma de movilización es posible en el seno de la aldea global?

      En la actualidad muchas personas tienen conciencia de los desafíos planetarios. Pero nos sentimos paralizados por los sistemas político y económico. Por otra parte las figuras políticas saben mucho más de cuánto sus actitudes dejan suponer. Tal es la paradoja, estamos plenamente informados y sabemos que el tiempo apremia pero no somos capaces de retroceder antes de que sea demasiado tarde. La filosofía tendrá un papel decisivo a desempeñar para permitirnos negociar la revolución necesaria a nuestra supervivencia. Los filósofos y los escritores estuvieron en la vanguardia de la lucha por los derechos humanos y también deberán estarlo en la vanguardia de la batalla por los deberes.

      Una vieja parábola alecciona que si se arroja una rana en agua hirviente ésta saltará de inmediato para salvarse. Pero si se coloca a la misma rana en una cacerola de agua fría cuya temperatura se va elevando gradualmente hasta que comience a hervir, la rana no será consciente del peligro y perecerá en el agua hirviente.

      ¿Nuestra generación se parecerá a la imagen de la rana y la filosofía moderna estará confrontada a idéntico peligro? No estamos seguros de que sea así, pero algo es seguro: debemos decidir. No podemos contar con ninguna ayuda externa. Nadie en el espacio que nos circunda, ninguna fuerza sobrenatural acudirá a salvarnos en el momento en el que el mundo comenzará a hervir.

      Somos, es verdad, criaturas eminentemente sociales. Pero además somos pasablemente egocéntricos y fatuos. No podemos seguir solo relacionándonos unos con otros: Pertenecemos también a la Tierra en la que vivimos. Esto constituye también una parte esencial de nuestra identidad.

      Es cierto que nosotros, modernos seres humanos hemos sido modelados en gran medida por nuestra historia cultural, por la civilización que nos ha nutrido, eso que denominamos patrimonio cultural. Pero también somos el producto de la historia biológica del planeta. Somos los portadores de un patrimonio genético. Somos primates. Somos vertebrados.

      Fueron necesarios billones de años para crearnos. Pero, ¿estamos seguros de que aún estaremos aquí al término del tercer milenio?

      Los humanos son sin duda las únicas criaturas vivientes del universo dotadas de una conciencia universal. Por tanto nuestro deber de preservación del medio ambiente viviente de nuestro planeta no es sólo mundial sino cósmico.

      La filosofía no es nada más ni nada menos que el elogio de la conciencia humana. ¿No es acaso entonces deber del filósofo ser el primero en defenderla contra su aniquilación? Ω


[1] Filósofo noruego, célebre autor de El mundo de Sofía.