El líder opositor venezolano Leopoldo López ha cumplido más de un año en prisión. Un poder judicial absolutamente sometido al presidente Nicolás Maduro lo mantiene privado de su libertad, acusado de conspiración contra el gobierno, sin más pruebas que la palabra del presidente, quien lo amenazó con cárcel en innumerables ocasiones en cadena nacional de televisión y radio. Se le imputa haber instigado los disturbios ocurridos de febrero a mayo de 2014, en ocasión de los cuales murieron 43 personas, 800 fueron heridas y tres mil detenidas. La acusación es absurda. Por una parte, no hay indicio alguno de que López indujera a actos de violencia; por otra, las víctimas fueron los manifestantes y los victimarios los elementos de las fuerzas de seguridad y de los grupos de choque auspiciados por el gobierno.
Leopoldo López tuvo oportunidad de huir y exiliarse, pero optó por entregarse a la policía para enfrentar el juicio. A pesar de ese gesto, Maduro no respondió con nobleza: una y otra vez ha demostrado que eso no está en su índole. López fue recluido en una celda minúscula en la cárcel militar de Ramo Verde, a 30 kilómetros de Caracas, se le sometió a un régimen de aislamiento y ha sido objeto de vejaciones que sólo una mente sádica podía concebir, como lanzar excremento a su celda. Se impidió visitarlo a los expresidentes Andrés Pastrana de Colombia, Sebastián Piñera de Chile y Felipe Calderón de México.
Muchos otros líderes están encarcelados en Venezuela, entre ellos el alcalde de Caracas, Antonio Ledezma, por el único delito de ser opositores al gobierno nacional, acusados también de conspiración e igualmente sin más elementos probatorios que el señalamiento de Maduro. Ledezma firmó un manifiesto opositor en el que no hay llamamiento alguno a la violencia ni a una intervención militar, pero Maduro dice que es parte de un plan golpista para derrocarlo. Detenido Ledezma, miles de venezolanos han suscrito el manifiesto. Decenas de estudiantes están asimismo privados de su libertad y han sido torturados por participar en las protestas de hace un año contra Maduro.
Venezuela sufre desabastecimiento de los productos más elementales, economía desquiciada (la caída de los precios del petróleo ha acabado de derrumbarla), represión de las manifestaciones pacíficas, acoso a los medios de comunicación, la inflación más elevada del mundo y una de las tasas de homicidios dolosos más altas. Venezuela abandonó la Corte Interamericana de Derechos Humanos con el señalamiento de que no es sino un instrumento intervencionista del imperialismo yanqui.
No hay semana que Maduro no denuncie una conspiración, la guerra económica contra el pueblo, los intentos de derrocarlo de la burguesía “parasitaria y apátrida”. Para cerrar el círculo opresivo, ha sido investido de poderes extraordinarios aprovechando las medidas tomadas contra su gobierno por el presidente estadunidense Barack Obama. Maduro ha superado ya a su antecesor Hugo Chávez, de quien contó, también en cadena nacional, que se le apareció en forma de pajarillo para indicarle, con trinos, cómo debía actuar. Ya es el dictadorzuelo que siempre quiso ser. Ante esa situación es vergonzoso el silencio, e incluso la defensa de Maduro, por parte de los gobiernos y los sectores más notorios de la izquierda de América Latina, incluido el PRD mexicano.