Mi caso más extraño1

D. Beresford

Le dije: —El criminal comete siempre algún pequeño error que ayuda a descubrirlo. ¿No es así?

         Hatton había sido detective de Scotland Yard. Respondió: —No, no siempre. Puedo recordar 3 o 4 casos muy conocidos de los últimos diez años, en los que el criminal nunca fue capturado. Y algunos asesinatos no se publican en los periódicos, y la gente nunca se entera de ellos.

         —¿Recuerda especialmente algún caso?— le pregunté.

         —Sí. Recuerdo el más extraño de todos mis casos. Podría escribirse un libro sobre él. Tiene algunos aspectos muy interesantes acerca de la mente de cierta mujer, acerca de la manera en que las mujeres piensan y sienten, y acerca de las debilidades y fortalezas que tienen. Fue la debilidad de una mujer la que hizo posible la comisión de ese crimen, y su fuerza la que me impidió descubrir quién y cómo lo cometió.

         —Entonces, cuénteme.

         —Tengo aquí mis antiguas anotaciones. Deme unos minutos para buscarlas. Recuerdo muy bien el caso, pero quiero estar seguro de las fechas.

Sucedió en la primavera de 1910. Entonces vivía yo con mi madre en el sur de Londres. En la misma pensión se alojaban dos mujeres que eran medias hermanas. Yo las conocía un poco y fue así como me vi envuelto en el caso. Tenían diferentes padres pero la misma madre, por lo que sus apellidos eran distintos. Hannah Grey era la mayor, de unos 35 años, alta, fuerte y de una profunda voz. Tenía un lunar piloso en la mejilla izquierda, de poco más de un centímetro de ancho. Era muy religiosa y le tenía muchos cuidados a su pequeña media hermana, Rose Moore. Rose tenía unos 20 años y veía a Hannah como madre, porque la madre había muerto cuando Rose tenía solamente algunos meses de edad.

Rose vino a verme un viernes 8 de abril. Me dijo: —”usted es detective, ¿no es así? Quiero que me asesore, pero no quiero que dé aviso a la policía. ¿Puede hacerlo?”

         —Sí— dije. —Puedo asesorarla como amigo, siempre que no se trate de que yo mantenga en secreto algún crimen.

         —No, no creo que haya un crimen, sino más bien un misterio. Hannah ha desaparecido. Fue a Westbourne el 12 de marzo. Dijo que no se sentía bien y que necesitaba unas vacaciones. Había estado bastante inquieta antes de irse. La escuché rezar en voz alta en su cuarto cuando ya era muy de noche. Se fue de repente y no dejó alguna dirección, excepto la oficina de correos de Westbourne.

         —¿Ha recibido cartas de ella?

         —Solamente cuatro. Tienen escrito únicamente el día de la semana, pero no la dirección. Recibí la primera el martes 15 de marzo.— dijo ella. —En esa carta decía: “No me gusta esta pensión y me mudaré de ella apenas pueda.” En las dos cartas siguientes no decía dónde estaba quedándose. Habían sido escritas de prisa. Sólo decía en ellas: “mi salud es mejor.” No traían noticias interesantes, pero ella parecía inusualmente alegre.

         —¿Y la última, la cuarta carta?

         —La última carta— dijo Rose —estaba fechada en ‘domingo’. La recibí el 29 de marzo. Después, ella dejó de escribir. Le escribí varias veces pidiéndole noticias, pero no recibí respuesta.

         —¿Cree usted— le pregunté —que ella se haya suicidado?

         —Ella sacudió la cabeza. —”No”— dijo. —”Estoy totalmente segura de que ella no haría eso.”

         —¿Tiene usted idea de qué fue lo que pasó?

         —No. Ninguna.

         —Miré las cartas de la señorita Grey y dije: —”Tres de las cartas son muy simples, y bastante inútiles. Tienen el sello de correos de Westbourne. No puedo leer el sello de correos de la última. Puedo ver ‘…UR…’ al final de la palabra y parte de una ‘E’ tres o cuatro letras antes: ‘E…UR…’. Es diferente de los otros tres sellos de correos. Creo que se trata de un nombre más corto.”

         —Miré de nuevo ese sello de correos con una lupa: —”Creo que la primera letra no es una ‘E’; probablemente se trata de una ‘F’, y las otras letras son ‘OR’. Así que tenemos ‘F…OR…'”.

         —Busqué en un mapa: —”Hay una pequeña estación de ferrocarril llamada Fullford entre Westbourne y Saint Edmunds. ¿Ha escuchado hablar de Fullford? ¿Dijo su hermana algo acerca de ese lugar, antes de irse?”

         —”No”— dijo la señorita Moore —”nunca he escuchado nada acerca de ese lugar.”

         —Entonces, lo que sigue— dije —es ir a la oficina de correos de Westbourne para ver si las cartas de usted todavía están allí, y después de eso iré a Fullford. Se trata de un pueblo pequeño, de manera que una forastera como la señorita Grey seguramente sería notada.

         —La señorita Moore estaba segura de que su hermana no se había suicidado, pero en ese momento yo estaba seguro de que sí lo había hecho. Todo esto sucedió hace veinte años. Yo era joven y no tenía mucha experiencia. Me formaba juicios fácilmente y estaba convencido de que eran correctos. Este caso me enseñó a no estar tan seguro de mí mismo.

Pregunté en la oficina de correos de Westbourne: —”¿Tienen cartas dirigidas a la señorita Hannah Grey que ya hayan sido recogidas o que todavía estén aquí?”

         —El encargado me dijo: —”Estuvieron recogiéndolas hasta el sábado 26 de marzo. Otras cinco no han sido recogidas y todavía están aquí”.

         —Le dije: —”Ella tiene un lunar grande en la parte baja de la mejilla izquierda. ¿La recuerda usted? ¿Recuerda cuando vino por última vez?”

         —”Sí”— dijo. —”La recuerdo muy bien por el lunar. Vino por última vez el sábado 26 de marzo, y no ha vuelto.”

         —Entonces fui a Fullford. Pensé: “Ella tenía una idea loca en la cabeza, que era la de matarse, e hizo un plan para que su pequeña media de hermana, a quien quiere mucho, no se diera cuenta de lo que quería hacer.”

         —Bueno, en verdad tenía una idea loca, pero no esa. Aprendí desde entonces a no hacerme ideas acerca de un caso hasta conocer todos los hechos.

         —Fullford era un pueblo muy pequeño, con alrededor de 500 habitantes, a unos 800 metros del mar. Sólo había una tienda, que también funcionaba como oficina de correos. El señor y la señora Robinson atendían la tienda, y su hijo, Joe, de unos quince años, entregaba la leche y otras mercancías en una carreta.

—Les pregunté si habían visto a la mujer del lunar.

         —”¡Sí!”— dijo la señora Robinson. —”Por supuesto que la vi. Poca gente viene aquí en marzo porque entonces hace mucho frío y viento.”

         —”¿Se hospedó en el pueblo?”

         —”No. Un hombre de Londres construyó seis casitas cerca del mar. El señor Henry Gunn y la señora Gunn se hospedaron en una de ellas.”

         —”¿El señor Henry Gunn y la señora Gunn?”

         —”Así se llamaban ellos.”

         —¡Así que Hannah Grey había llegado ahí con un hombre! Esa mujer tan respetable y religiosa había llegado a Fullford con un hombre ¡como su esposa! ¡Fue una sorpresa! Ella tenía algún dinero propio y fue fácil suponer cuáles eran las intenciones del hombre.

         —”Dígame más acerca de ellos”— dije. —”¿Quién alquiló la casa?”

         —«El señor Gunn vino a finales de febrero. Preguntó cuáles de las casas tenían calefacción central y buen horno de carbón. Dijo: —’soy muy sensible al frío.’— Una de las casas, llamada Paisaje Marino, tenía eso. La tomó de inmediato y pagó la renta correspondiente hasta finales de marzo. Dijo: —’Le escribiré para avisarle cuándo llegaremos la señora Gunn y yo, y para pedirle lo que necesitaremos para comer y el carbón para el horno. Asegúrese de que haya suficiente carbón para nosotros.’»

         “¿Qué apariencia tenía el señor Gunn?”

         “Era de estatura media, ni alto ni bajo. Su piel era muy blanca y usaba un gran bigote negro.”

         —Yo estaba seguro entonces de lo que había pasado. ¡Sí! Esa debía de ser la historia, con un horrible crimen al final. Pero hice algunas preguntas más y la historia no pareció tan simple. Se hizo más y más misteriosa.

—”¿Cuándo llegaron el señor y la señora Gunn?”

         —”El señor Gunn escribió y ordenó que todo estuviera listo para el 12 de marzo. Llegaron por la tarde y fueron llevados directamente a Paisaje Marino.”

         —Le pregunté a la señora Robinson: —”¿Cómo se comportaban ellos?”

         —”Como toda la gente. A veces la señora Gunn venía al pueblo, pero él no, nunca salía excepto para caminar solo por la playa en la noche cuando no había nadie. La señora Gunn fue a Westbourne por tren, tres o cuatro veces. Joe iba a la casa cada mañana por los pedidos.”

         —”Ya veo. ¿Y qué pasó luego?”

         —«El 28 de marzo, la señora Gunn le dijo a Joe: ‘mi marido está enfermo, no es nada grave, no necesita un médico, pero tiene que quedarse en cama por unos días.’»

         —”¿El 28 de marzo?”— dije, y recordé que ese día fue el siguiente al en que Hannah envió la última carta a Rose Moore. La enfermedad del señor Gunn explicaría porqué ella no podía ir a la oficina de correos de Westbourne, pero parecía no haber razón para que ella no hubiese escrito.

         —Le pregunté a Joe: “¿Qué pasó después de eso?”

         —Dijo: “La señora Gunn era diferente después de la enfermedad de su esposo. Ella ya nunca vino al pueblo a hacer pedidos. A veces abría la ventana del dormitorio y desde allí me hacía los pedidos, o los escribía en un papel que pegaba a la puerta. Y yo dejaba la leche, el pan y otras cosas en la puerta trasera o ella los recibía a través de la puerta entreabierta.”

Le pregunté a la señora Robinson: “¿Cuándo se fueron?”

         —”La señora Robinson partió el 8 de abril: se fue por la noche, en tren, hacia Westbourne. Me sorprendió que hubiera dejado solo a su marido en la casa cuando éste apenas se había recuperado de su enfermedad. Joe la llevó a la estación. No llevaba equipaje, así que él supuso que regresaría al día siguiente.”

         —”¿Cuándo se fue el señor Gunn?”

         —”Joe fue a la casa a las 8 de la mañana siguiente. El señor Gunn le habló desde la ventana.”

         —Me volví hacia Joe: —”¿Qué dijo el señor Gunn?”

         —”Me dijo que regresara a las once para que lo llevara a la estación. Pensé que todavía se sentía enfermo, porque tenía puestos su abrigo y su sombrero, y una bufanda gruesa de lana rodeaba su cuello y cubría su boca.”

         —”¿El tren de las once? ¿Ese va para Westbourne?”

         —”No”— dijo la señora Robinson. —”Ese va a Londres. Supuse que habían tenido una pelea.”

         —Así parecía. Tomé las llaves de la casa y me fui para echarle una mirada.

         —Todo estaba muy limpio. El horno estaba en un espacio de la cocina. No lo revisé muy de cerca. No estaba encendido. La casa estaba muy limpia. Me di cuenta de que la palangana para lavarse del dormitorio del señor Gunn no había sido usada; quizá él se lavaba en la cocina, o no se lavaba porque sentía mucho frío.

La casa se sentía bastante caliente. Me pregunté cuánto hacía que el horno se había apagado. Había una tubería en el cuarto. La recorrí con mis dedos para ver si estaba caliente. Sentí algo entre ella y la pared. Parecía algún insecto. Lo saqué.

         —No era un insecto. Era una cosa muy rara. Era un pedazo redondo de hule como de una pulgada de ancho. Algunos pelos habían sido cosidos a él. ¡Era un objeto muy extraño!

         —Me lo llevé. Cuando estaba en el tren, de regreso a Londres, lo saqué y lo miré. Parecía un lunar; se había arreglado para que pareciera un lunar. Su reverso estaba bastante pegajoso, como para que pudiera adherirse a algo… ¡a una cara!

         —Me dije: “¡esta es la respuesta al misterio! El señor Gunn había estado actuando como él mismo y como Hannah por aproximadamente 14 días. Este lunar lo usaba cuando fingía ser Hannah.”

         —Cuanto más pensaba en ello, más seguro me sentía de estar en lo correcto. Cuando el señor Gunn supuestamente estaba enfermo, él estaba actuando como Hannah, pero nunca se mostró como Hannah, excepto al muchacho, Joe. Éste dijo que la señora Gunn era ‘diferente’ después de la enfermedad de su esposo. Ella hacía los pedidos desde la ventana superior de la casa o los pegaba a la puerta. Los recibía a través de la puerta entreabierta, o el muchacho los dejaba afuera.

         —El 8 de abril, la señora Gunn (realmente el señor Gunn vestido como Hannah, con el lunar pegado en la cara) se fue a Westbourne. La mañana siguiente, el señor Gunn partió a Londres.

—Cuando el señor Gunn pidió a Joe que fuera por él a las once para llevarlo a la estación, tenía puesta una bufanda sobre la boca. ¿Por qué? Para ocultar que se había cortado el bigote.

         —¿Pudo él haber partido de Fullford hacia Westbourne a las 6:30 de la tarde del 8 de abril, y regresar a Fullford a tiempo para pedirle a Joe que lo llevara a Fullford a las once? Miré el itinerario de trenes y vi que él pudo haber salido de Westbourne en el tren de las 7:10 y haberse bajado en Playa Norte, la estación previa a Fullford, y haber caminado desde allí por la playa de regreso hasta Paisaje Marino.

         —¿Por qué habría hecho eso? Probablemente mató a Hannah el 28 de marzo y pasó los diez días siguientes incinerando el cuerpo en el horno y triturando los huesos para esparcirlos en la playa.

—Yo estaba bastante seguro de tener razón, y mi jefe, a quien le conté la historia, estaba muy complacido conmigo. Y yo lo estaba conmigo mismo.

         —Solamente había dos pequeños detalles que parecían muy curiosos y que no encajaban en mi historia. Yo no podía explicarlos. Me pregunto si usted podría descubrirlos.

         —Lo que seguía era encontrar al señor Gunn y probar que era culpable. Pude averiguar que lo vieron vestido como Hannah yendo a Westbourne el viernes por la noche. Pude saber que lo vieron vestido como él mismo subiendo al tren hacia Londres el sábado en la mañana. Pero después de que abordó el tren parecía haber desaparecido. Nadie lo vio en el tren, nadie lo vio bajar.

         —Desde luego, analizamos las cenizas del horno y buscamos señales de excavación en el jardín y restos de huesos o cenizas de éstos en la playa. Incluso levantamos los pisos de Paisaje Marino. No encontramos nada.

         —Pero sí encontramos algo interesante. Durante febrero, la señorita Hannah Grey retiró todo su dinero del banco y lo cambió a moneda francesa. Eran aproximadamente cinco mil libras esterlinas[1]. ¡Un bonito premio para el señor Gunn!

         —Bueno, he aquí un caso en el que el criminal no cometió ningún error, excepto el lunar pegajoso. Desde entonces he estado pensando en el caso una y otra vez tratando de averiguar cómo es que fue más listo que nosotros.

Cuando Hatton terminó su historia le dije: —Supongo que nunca atraparon al señor Henry Gunn.

         Hatton dijo: —¡Nunca!— Pero supe por su sonrisa que la historia todavía no había terminado.

         —¿Y usted nunca volvió a saber de él?

         —No dije eso. Diez años más tarde supe todo de él. ¿Por quién cree usted que lo supe?

         Sacudí la cabeza. —No,— dije —no puedo imaginarme por quién supo usted de él.

         —¡Por la señorita Hannah Grey!

         —¡¿Por la señorita Hannah Grey?! ¿Quiere usted decir que…?

         —Quiero decir que ella nunca fue asesinada. Sí, eso precisamente. Ese fue mi caso más extraño, y ese caso me enseñó a nunca formarme ninguna idea sino hasta haber reunido todos los hechos. Me enseñó que si algunos detalles no encajan, no debo estar satisfecho hasta que los explique.

         —Bien.— dije —¿No va usted a contármelo todo? ¿Qué sucedió realmente? ¿Cómo lo averiguó? ¿Quién se lo dijo?

         Hatton procedió a terminar su historia.

La señorita Rose me lo contó. Hacía veinte años que estábamos casados. Cuando Hannah sintió que iba a morir, le escribió a Rose desde un convento, una casa de mujeres religiosas en Bélgica. Hannah vivió alrededor de un año después de esa carta. Rose vio a Hannah en tres ocasiones y así se enteró de toda la historia.

Ningún hombre se había acercado a Hannah antes, y el señor Gunn tenía mucha experiencia con las mujeres. Él había diseñado precisamente el plan que yo me imaginé. Él quería asesinar a Hannah, incinerar el cuerpo en el horno y escapar disfrazado con las ropas de ella.

         —Pero durante esas dos semanas en Fullford, ella comenzó a sospechar cada vez más de él. Hasta que un día ella entró al cuarto de él silenciosamente y lo vio sentado frente a un espejo poniéndose el lunar en la mejilla para parecerse a ella. De inmediato ella descubrió el plan de él, y la enojó furiosamente que él la imitara con lo que ella más se avergonzaba, ese feo lunar.

         —Gunn supo que su plan estaba arruinado. La atacó; lucharon, pero ella era más fuerte que él. Lo empujó hasta hacerlo chocar su cabeza contra la pared y caer desmayado. Quizá el corazón de él no era muy fuerte. Pero Hannah todavía estaba llena de furia contra él. Con sus manos fuertes rodeó su cuello y lo estranguló.

         —Entonces se dio cuenta de lo que había hecho. Cayó de rodillas e imploró perdón. Ella no era una delincuente, no sabía qué hacer. Durante diez días vivió en la casa con el cadáver del señor Gunn, pasando la mayor parte del tiempo de rodillas, rezando. Era lo suficientemente sensible para poder fingir que nada había sucedido. Hacía los pedidos a Joe cada mañana y tiraba casi toda la comida que él le traía.

         —Emprendió la huída el viernes, la noche anterior de cuando fui a Fullford. Cuando estaba sentada en el tren en la estación de Westbourne, se le vino la idea. Recordemos que ella era muy religiosa. Le dijo a Rose que “escuchó una voz que le ordenó lo que tenía que hacer”. Se bajó del tren por el lado opuesto al de la estación y regresó a Paisaje Marino caminando por la playa.

—Eso fue dos días después de la luna nueva; el mar estaba en su nivel más bajo y soplaba el viento del Este.

         —Cuando llegó a la casa le quitó la ropa al cadáver y lo jaló hacia la playa, donde le amarró dos rocas grandes y lo hundió en el agua. (El cuerpo debe de haber sido arrastrado por la corriente y dejado en la orilla en algún lugar de la costa; pero, sin ropa, nadie pudo saber quién era). El viento del Este habría borrado las huellas en la arena. Ella no planeó todo esto; simplemente tuvo suerte.

         —Limpió la casa, empacó sus cosas y las de Gunn, y salió vestida como él. En el carro del tren no había nadie más, por lo que pudo volver a ponerse sus propias ropas. Esa fue la razón por la que no pude averiguar sobre Gunn en el ferrocarril. Estaba yo tan concentrado buscándolo a él, que no pregunté por ella.

         —Después de eso, todo fue fácil. En aquellos días no se necesitaba pasaporte o papeles para ir a Francia o a Bélgica. Ella tenía mucho dinero francés. Cruzó el mar por la noche y arrojó la maleta de Gunn al agua sin ser vista. Cuando llegó a Bélgica, se dirigió a Lovaina. Había estado allí en su juventud y conocía un convento de ese lugar. Donó todo su dinero al convento e ingresó a éste, donde vivió durante once años. Se impuso como parte de su castigo no escribirle a nadie en Inglaterra, aunque no había nadie más a quien quisiera escribir que Rose.

         —Ese fue mi caso más extraño. No me culpo por haber sido engañado. Ella tuvo mucha suerte: el mar estaba en su punto y el viento borró las huellas en la arena, y encontró un carro vacío en el tren en el que pudo ponerse de nuevo sus ropas.

Pero— dije —¿cuáles eran los dos detalles que no encajaban?. Usted se culpaba por no haberles encontrado explicación.

         ¡De veras! ¡Esos detalles! El supuesto señor Gunn usaba una bufanda cuando hablaba desde la ventana con Joe. Pensé que eso era para ocultar que se había rasurado el bigote, pero él también tenía puesto el sombrero, y no se necesita sombrero para ocultar la falta de bigote… aunque sí para esconder el cabello de Hannah. ¿Y por qué la palangana del señor Gunn no tenía señales de haber sido usada recientemente? No la había usado recientemente porque estaba muerto. Un detective no debe formarse ideas sino hasta que tenga todos los hechos y no quede ninguno sin ser explicado.

[1] Actualmente, alrededor de $90,000 (noventa mil pesos mexicanos), pero en la época en que el autor ubica los sucesos —1910— equivalían a una cantidad bastante mayor. (Nota del traductor)