El discurso fascista de Trump
al tomar posesión

 Ana Teresa Gutiérrez del Cid[1]

 El discurso pronunciado por Donald Trump, el viernes 20, en su inauguración como presidente, no tiene paralelo en la historia de Estados Unidos. Fue una exposición nacionalista, con matices claramente fascistas, en el que, si nos atenemos a la historia, vemos estas características.

            Trump proclamó que su programa era América primero, amenazando al resto del mundo con graves consecuencias si no se somete a sus demandas, tanto económicas como políticas. El discurso era todo menos un discurso inaugural para delinear, al comienzo de una administración, los ideales generales a los que se dedicará, con un cierto significado universal.

            En 1933, Franklin Roosevelt declaró en medio de La Gran Depresión que el pueblo estadounidense no tenía nada que temer. El mensaje de Trump es justo lo contrario: tememos al mundo, pero todo el mundo debe temernos. A diferencia de los presidentes estadounidenses del siglo pasado que se autoproclamaban como líderes del mundo libre o que sugirieron que Estados Unidos tenía interés en el desarrollo global, Trump trató a todos los países extranjeros como enemigos económicos y los culpó de la crisis del capitalismo estadounidense. —Debemos proteger nuestras fronteras…—, afirmó —de los estragos de otros países que fabrican nuestros productos, robando nuestras empresas y destruyendo nuestros trabajos—, como si no se beneficiaran las compañías estadounidenses de los sueldos relativamente bajos que pagan en México y en China.

            Trump ganó las elecciones en estados industriales devastados económicamente como Pensilvania, Ohio, Michigan y Wisconsin, explotando cínicamente la devastación social en ciudades fabriles y áreas rurales, ofreciendo una solución a la crisis basada en el nacionalismo económico, solución totalmente falsa.

            Este fue el tema principal de su discurso inaugural al afirmar que el país enriqueció la industria extranjera a expensas de la industria estadounidense y gastó billones y billones de dólares en el extranjero, mientras la infraestructura de Estados Unidos había caído en deterioro y decadencia. —Hemos hecho que otros países sean ricos—, dijo, —mientras que la riqueza, la fuerza y la confianza de nuestro país se han disipado en el horizonte—.

            Trump resumió su perspectiva chauvinista con la frase: —la riqueza de nuestra clase media ha sido arrancada de sus hogares y luego redistribuida por todo el mundo—. No es cierto. La riqueza producida por los trabajadores ha sido robada y redistribuida pero no por los extranjeros, sino por los empresarios estadounidenses, la pequeña elite de aristócratas financieros que han asumido el neoliberalismo como modelo capitalista, por el mismo Trump y gran parte de su gabinete, los millonarios y multimillonarios.

            La gran mentira de Hitler era culpar a los judíos, no a los empresarios, por las devastadoras consecuencias de la crisis del sistema de ganancias que produjo La Gran Depresión de los años 30’. La gran mentira de Trump, ofrece un chivo expiatorio diferente: los migrantes y otros países, para desviar la irá popular por la crisis económica que estalló en 2008. Pero esta mentira es tan falsa como la de Hitler.

            Como en Alemania en la década de 1930, la perspectiva de restaurar la grandeza nacional a través de la autarquía económica y la expansión militar, llevará inevitablemente al enfrentamiento con otras potencias. El discurso de Trump es una justificación directa del crecimiento del militarismo estadounidense durante el último cuarto de siglo, que se debe al esfuerzo de la élite gobernante de ese país para encontrar una solución violenta a la decadencia económica a largo plazo de Estados Unidos.

            El discurso de Trump fue elaborado con un lenguaje extraído del vocabulario del fascismo, con la ayuda, sin duda, de su principal asistente político, Stephen K. Bannon, exjefe de Breitbart News, un refugio para los nacionalistas blancos, supremacistas, antisemitas y neonazis.

            El nuevo presidente declaró “compartimos un corazón, un hogar y un destino glorioso”. Exigió una lealtad total a los Estados Unidos de América; aclamó a los grandes hombres y mujeres de las fuerzas armadas y las fuerzas del orden. Abogó por un nuevo orgullo nacional y concluyó: todos tenemos la misma sangre roja de los patriotas. Lugares comunes y palabras que recuerdan el discurso de Hitler que apelaba a la tierra y a la sangre.

            La política de expansión militar y nacionalismo extremo de Trump anuncia las consecuencias más siniestras para los derechos democráticos del mismo pueblo estadounidense. Habla de una despiadada oligarquía financiera que no tolerará ninguna oposición interna o externa. Su llamado a la fortaleza de América movilizada contra todos los países del mundo significa la supresión de toda disensión interna.

            Trump está tratando de desarrollar un movimiento fascista estadounidense, ofreciendo un falso enemigo para ser considerado responsable de los crímenes y fracasos del modelo capitalista neoliberal, demonizando a cualquiera que se oponga a sus políticas como desleal y presentándose como la personificación de la voluntad popular y el único que puede ofrecer una solución a la crisis.

Fuente:
http://www.e-radio.edu.mx/Noticiarios-pulso/Analisis-del-discurso-de-investidura-de-Donald-Trump
(24/01/2017)

[1] Es Doctora en Relaciones Internacionales por la UNAM y catedrática del Departamento de Política y Cultura de la Universidad Autónoma Metropolitana Unidad Xochimilco.