Ver… para no creer

Todo México exigía la detención del exgobernador de Veracruz, Javier Duarte, caso límite de corrupción no disimulada. Si no se le detenía, el gobierno federal estaría demostrando que lo solapaba, que no tenía intención de hacer justicia. Pasaban los meses y Duarte seguía prófugo, lo que dejaba en claro el encubrimiento de un pillo indefendible.

            De pronto nos enteramos de que el evasivo exgobernante había sido detenido, lo que pondría fin a la impunidad de quien había gobernado sin escrúpulos y con codicia cínica y desmedida su entidad. Más vale tarde que nunca, ¿no?

            Pero he aquí que ahora todos los días se escuchan voces que parecen deplorar la detención. Unos dicen que se trata de una “simulación” con fines electoreros. Andrés Manuel López Obrador se ha atrevido a afirmar que Duarte es ¡un chivo expiatorio!, y que lo que el pueblo quiere no es que se procese a los pillos sino acabar con el PRIAN (el PRI y el PAN, la mafia en el poder).

            La simulación radica ­—se asevera— en que se detuvo al exgobernante, precisamente, a pocas semanas de la elección para gobernador en el Estado de México, con lo cual queda demostrado que el prendimiento no tiene que ver con el afán de procurar justicia, sino con el de favorecer al candidato del PRI.

            ¿Pero es que la Interpol y el gobierno guatemalteco atendieron una petición del gobierno mexicano de que, estando ubicado el inculpado, no se le detuviera, sino al llegar el tiempo políticamente conveniente?

            Aun si damos por sentado que el presidente y el PRI se están frotando las manos de gusto por el momento en que ha ocurrido la captura, ¿no es un éxito indudable que se haya cumplimentado la orden de aprehensión?

            ¿Chivo expiatorio, Duarte? Es decir, ¿un inocente al que se le han fabricado falsas acusaciones? López Obrador sostiene que se le ha echado el guante porque se pretende que confirme los señalamientos de que su gobierno subvencionaba a Morena y así hacerle perder a este partido la elección mexiquense. Entonces, ¿no debió detenerse al exgobernador? ¿Hay que liberarlo, pedirle disculpas e indemnizarlo?

            Si ahora se presentó la oportunidad de capturarlo, ¿debió esperarse a que pasara la elección del Estado de México para hacerlo, con el riesgo de que para entonces de nuevo se hubiera vuelto invisible, para que nadie sospechara que la captura tenía fines electorales?

            Duarte huyó en cuanto dejó el palacio de gobierno. Su fuga provocó una andanada de durísimos reproches y severas críticas al gobierno federal. Pero la aprehensión, ¿no redime al gobierno en ese asunto?

            Nos exasperaba que no se aprehendiera al corruptísimo y ahora nos enoja que se le haya aprehendido. Si no se le detenía, el gobierno federal resultaba cómplice de la corrupción y la impunidad que tanto y con tanta razón nos arrebatan e indignan; si se le ha detenido, el gobierno federal está jugando oportunista y tramposamente una carta electoral a favor de su delfín. Nunca se nos dará gusto.

            Todos sabíamos que en Veracruz el gobierno de Javier Duarte se despachaba con la cuchara grande, más grande que la cualquier otro gobierno de las entidades federativas. La captura no elimina la corrupción que tanto daña al país, pero al menos en este caso esa corrupción no habrá de quedar impune.

            ¿Eso no es de celebrarse sin deponer las exigencias de que también se haga justicia con los partícipes y cómplices de los delitos del detenido, y de que en todos los casos se persiga penalmente con eficacia a servidores públicos y exservidores públicos que hayan hecho de las suyas? Javier Duarte será extraditado y sometido a proceso penal por los delitos de que se le acusa. Una vez que eso suceda, ¿habrá quienes sigan diciendo que todo es una simulación?

            Podemos apostar a que así será: para un amplio segmento de la opinión pública los logros nunca resultan tales si son del gobierno, cuyas acciones siempre ocultan propósitos aviesos. Para ese sector, por ejemplo, lo del Chapo Guzmán —su captura, su fuga, su recaptura, su segunda fuga, su nueva recaptura— fue también una simulación, aunque ahora el Chapo ya esté padeciendo una dura reclusión en una cárcel de alta seguridad en Nueva York. Lo de Javier Duarte, asimismo —jurarán—, es un espejismo.