La historia que no sirve para nada

(Fragmento del libro Los mitos que nos dieron traumas[1])

Juan Miguel Zunzunegui

Todos en algún momento nos hemos preguntado la utilidad de estudiar Historia. Desde la primaria nos dijeron que se debe estudiar historia para conocer el pasado, pero ésa es una respuesta demasiado simplista que sólo nos lleva a otra pregunta: ¿para qué sirve conocer el pasado?…, finalmente ya pasó. Entonces de manera más profunda se argumenta: al estudiar historia conocemos el pasado, sólo así podemos comprender el presente… y quizás hasta conocer, prevenir, corregir o asegurar el futuro.

A los  muy preguntones estas respuestas no les satisfacen, así es que siguen (seguimos) preguntando: ¿cómo?, es decir, qué relación hay entre saber fechas, nombres y datos del pasado, y comprender lo que hoy sucede…, más aún, cómo es posible que eso nos haga adelantarnos al futuro y tomar las medidas adecuadas para corregirlo.

Para muchos al final no hay respuesta satisfactoria y entonces la respuesta es más simple aún: pues por cultura. Digamos una cosa claramente: NO tiene caso estudiar historia por cultura general, para ser una enciclopedia ambulante recatada de datos del ayer… eso es inútil, los datos están en los libros, y ahora en internet.

La historia sólo debe estudiarse si es útil, y es particularmente el historiador el que debe ocuparse  en que lo sea…inútil para la vida diaria, para solucionar problemas, para, efectivamente, corregir el rumbo. Gran parte de la historia es inútil en México, y a eso se han de dicado los sacros guardianes de la historia oficial, a hacerla del todo obsoleta. Repetir eternamente los mismos dogmas históricos es una labor fatua, por más títulos doctorales que tengan los que a eso se dedican. Estudiar el mito de nuestro pasado perfecto jamás nos dará lección alguna.

La historia no sirve para nada…, no por lo menos como se explica en México. Por un lado se enseña de forma dogmática y en un estilo más ortodoxo y hasta inquisitorial que la religión… y cuando la historia no sirve para generar pensamiento crítico, es del todo inútil. También dicen que estudiar el pasado sirve para no repetir errores en el futuro… pero cuando lo que se enseña dogmáticamente son mitos, es imposible corregir el futuro con esa base. Finalmente el mayor problema: se nos ha enseñado en México que tenemos una historia gloriosa… y si todo ha sido perfecto y glorioso, pues no hay errores de los cuales aprender.

Claro que si todo esto fuese verdad, si México tuviera un pasado glorioso, y entendiéramos que la vida es una serie de causas y efectos, tendríamos claro que un pasado glorioso sólo podría causar un presente glorioso, y que por lo tanto el presente malogrado en que vivimos sólo puede entenderse si asumimos que el pasado ha sido bastante devastador.

Si fuéramos todo lo que decimos que somos seríamos una potencia mundial, y no lo somos. En nuestro nefasto juego de máscaras nos hundimos en el pasado, con un ancla enorme y una más grande venda en los ojos. Un México que vive de mito de sí mismo y donde tenemos que reafirmar nuestra identidad de forma agresiva gritando iViva México cabrones!

Adicción al pasado y adicción a los mitos; eso es lo que México y el mexicano padecen. Como el adicto a cualquier tipo, el primer paso para solucionar un problema es aceptar que se tiene. El mexicano puede aceptar que estamos como estamos porque somos como somos, o vivir en la fantasía de que somos gloriosos, aunque la realidad demuestre lo contrario como parte de un complot mundial contra el país. La primera versión de la historia nos ofrece un futuro… la que se enseña en general hasta el día de hoy es absolutamente inútil y sólo nos hundirá más en el pasado.

Mitos y más mitos, la historia y los mitos se entrelazan hasta ser uno mismo, cuando se han enseñado por generaciones y sin derecho a cuestionarlos… pero así como la historia oficial está grabada en piedra, es inamovible y existen aún sus sacros guardianes, evitando toda revisión o reinterpretación, también hay que decir que en el siglo XXI de pronto se puso de moda la desmitificación, que a veces termina por ser igual de estéril o más que la historia de la SEP.

Durante el siglo XX el régimen estableció quién era el bueno, quién era el malo y quién era el feo, el héroe y el villano, el abnegado prócer y el vende patrias, no inventaron glorias inexistentes y triunfos que nunca se convirtieron en victorias. Pero de pronto hay epidemia de desmitificadores estériles, de esos que simplemente rechazan de tajo TODO lo que nos han dicho hasta ahora, hacen buenos a todos los malos y viceversa…eso es igual de inútil.

El desmitificador estéril es un mercader del mito al que no le importa México sino el dinero, y suele partir de la base de decir al lector: no le creas a la SEP, créeme a mí… con lo que sólo cambiamos un dogma por otro; pero hacer una lista de mitos y más mitos, o meterse a la cama de los héroes que nos dieron patria, tampoco sirve para cambiar al país. Están los que piensan que para desmitificar hay que ser contestatario, y simplemente van en contra por principio, y están los peores de todos, los que pretenden interpretar más de dos siglos de historia desde la óptica de su ideología de hoy, sea de izquierda o de derecha.

La historia es a un pueblo como su propio pasado a un individuo; hurgar en el pasado sirve para comprendernos, pero luego sólo es útil si lo soltamos y volteamos al futuro. El análisis histórico sirve para psicoanalizar a un pueblo. México tiene muchos traumas que le evitan progresar, que lo hacen enemigo de sí mismo… desmitificar debe hacerse para superar el pasado y soltarlo para siempre, para superar traumas, para poder llegar a un futuro que hoy nos está negado.

La historia dogmática y sus sacros guardianes no sirven para nada, el desmitificador estéril tampoco. Hay que desconfiar de todo aquel que, en historia o en lo que sea, pretenda tener la verdad absoluta y la única versión posible. La historia debe servir para generar pensamiento crítico. Para hacer análisis, para comprender a profundidad el origen de nuestros traumas, para unirnos como pueblo y no para separarnos más. Ω

 


[1] Editorial Debolsillo, México, 2014, p.48-51