Teoría y práctica del cooperativismo: de Louis Blanc a La Lega y Mondragón

Mario Bunge

La teoría económica estándar presupone que todas las empresas son privadas. Pero de hecho en todos los países hay firmas estatales y mixtas, así como empresas cooperativas además de las privadas, y las primeras no se ajustan a las presuntas leyes del mercado, ya que no procuran maximizar sus utilidades. En efecto, la meta de la empresa estatal es servir al público, en tanto que la finalidad de la cooperativa es beneficiar a sus miembros de manera igualitaria y solidaria. Todos saben esto, salvo los profesores de economía que prefieren vivir en la Luna, lugar en que reina soberano el mercado libre, en el que nadie produce nada, pero todos venden o compran algo para beneficio mutuo.

En este artículo me propongo recordar los argumentos aducidos por el primer gran teórico del cooperativismo, así como los éxitos alcanzados por dos grandes ejemplares sociedades de cooperativas. Una de ellas es la Lega delle Cooperative e Mutue, fundada en 1886 y que incluye a unas 15 mil cooperativas italianas. La otra es Mondragón Corporación Cooperativa, un conglomerado vasco de un centenar de cooperativas, que acaba de cumplir medio siglo de existencia y ocupa el noveno puesto entre las empresas españolas.

El primer gran teórico del cooperativismo fue Louis Blanc (1811-1882), historiador y militante socialista francés, aunque nacido en Madrid. Su libro L’organisation du travail, publicado en 1839 por la cooperativa de producción Société de l’Industrie Fraternelle, tuvo gran difusión y fue reeditado varias veces. En ese libro, Blanc arguyó elocuentemente que, aun cuando los obreros de los “talleres sociales” (cooperativas de producción) trabajasen solamente siete horas por día (la mitad de lo usual en esa época), los beneficios para sí mismos y para la sociedad serían inmensos por los siguientes motivos:

1) Porque trabajaría para sí mismo, el obrero haría con entusiasmo, aplicación y rapidez, lo que hoy hace lentamente y con repugnancia;

2) Porque la sociedad ya no contendría esa masa de parásitos que hoy día viven del desorden universal;

3) Porque el movimiento de la producción ya no ocurriría en la oscuridad y en medio del caos, lo que causa la congestión de los mercados, y ha conducido a sabios economistas a afirmar que, en las naciones modernas, la miseria es causada por el exceso de producción;

4) Porque, al desaparecer la competencia, ya no tendríamos que deplorar ese enorme desperdicio de capitales que hoy día resulta de las fábricas que cierran, de las sucesivas bancarrotas, de mercancías que quedan sin vender, de obreros en paro, de las enfermedades que causan en la clase obrera el exceso y la continuidad del trabajo, y de todos los desastres nacidos directamente de la competencia.

Blanc fue el primero en proponer una sociedad de cooperativas, a las que llamó “talleres sociales”. Independientemente de él, otro socialista, John Stuart Mill (quien pasa por liberal) propuso ideas semejantes en su influyente Principles of Political Economy, cuya primera edición apareció en 1848.  Tanto Mill como Blanc fueron socialistas democráticos, es decir, reformistas antes que revolucionarios. Pero, mientras Blanc preconizó una economía sin competencia, Mill alabó el mercado y el librecambio, de modo que fue precursor de lo que hoy se llama socialismo de mercado. Desgraciadamente, Marx y sus acólitos despreciaron tanto el cooperativismo como la democracia política, con lo que, lejos de contribuir a la socialización de los medios de producción, parieron el estatismo dictatorial que caracterizó al difunto imperio soviético.

Tanto los marxistas como los fundamentalistas del Mercado (como los llama el financista George Soros) sostienen que el cooperativismo no puede sobrevivir en un medio capitalista, en el que las grandes empresas cuentan con la ayuda de los bancos y del Estado, y pueden producir en gran escala a precios bajos gracias al uso de técnicas avanzadas, y a que pueden explotar a sus empleados, particularmente si éstos no se unen en sindicatos combativos. Ésta es una proposición empírica, y por lo tanto se sostiene o cae si se la confronta con la realidad.

¿Qué nos dicen los hechos? Que el cooperativismo ha triunfado en pequeña escala en algunos países, y fracasado en otros. Por ejemplo, ya queda poco del pujante movimiento cooperativo inglés nacido en Rochdale (cerca de Manchester) en 1844. En cambio, florecen cooperativas de varios tipos y tamaños en países tan diversos como Suiza, India, Argentina, España, Italia y Estados Unidos.

¿A qué se deben los triunfos y fracasos en cuestión? Creo que este problema aún no ha sido investigado a fondo. Uno de los motivos del triunfo del conglomerado Mondragón es que tiene su propio banco y su propia universidad para la formación de sus técnicos y gerentes. Y ¿a qué se debió el fracaso de la cooperativa argentina? Creo que un factor fue el que sus dirigentes eran funcionarios del Partido Socialista: creían que la devoción a la causa podía reemplazar a la competencia profesional.

Otra causa de decadencia puede haber sido la que ya había señalado su fundador, el neurocirujano y dirigente socialista doctor Juan B. Justo, en su Teoría y práctica de la historia (1907). Allí nos dice que, paradójicamente, el triunfo de una cooperativa puede llevar a su ruina. En efecto, cuando una empresa crece mucho, la distancia entre la cúpula y la base aumenta tanto, que ya no hay participación efectiva. Y sin participación intensa no hay autogestión, que es la esencia del “espíritu cooperativo” y también de la democracia auténtica.

En todo caso, lo cierto es que las cooperativas son mucho más longevas que las empresas capitalistas: la tasa de supervivencia de las empresas unidas en Mondragón es casi de 100%, y la de las cooperativas federadas en la Lega es de 90% al cabo de tres décadas. Esta noticia sorprenderá a los economistas y profesores de administración, pero no a los cooperativistas, ya que los cooperadores, a diferencia de los empleados, trabajan para sí mismos y están dispuestos a esforzarse más, e incluso a sacrificarse por el bien común, por ser el de cada cual. En efecto, la cooperativa ofrece a sus miembros ventajas inigualables: seguridad del empleo, satisfacción en el trabajo, y orgullo de pertenecer a una empresa común inspirada en ideales nobles: igualdad, democracia participativa, y solidaridad dentro de la empresa y con empresas similares.

Es imaginable que una sociedad en que todas las empresas fuesen cooperativas, como lo son de hecho las empresas familiares, sería menos imperfecta que las sociedades actuales, las que no ofrecen seguridad económica ni, por lo tanto, tampoco política. Aunque la mayoría de los filósofos morales y políticos no se ocupan de la seguridad económica, la Oficina Internacional del Trabajo, dependencia de la ONU, la considera un derecho humano.

Llegamos así a la conclusión de que el único orden social que promete la realización efectiva de la democracia integral y los derechos humanos es el cooperativista, el que aun no ha sido ensayado en gran escala. ¿Habrá políticos dispuestos a diseñar una plataforma que incluya un fuerte apoyo a la voluntaria y gradual de la economía?

(Tomado de BUNGE, Mario. Filosofía y sociedad. 1ª reimpresión. Siglo XXI. México, p. 122-124.)