Por Martín González de la Vara
¿Fue una gesta heroica o un desorganizado baño de sangre? El gran historiador mexicano Luis González y González conversa con su hijo —historiador también— sobre las verdades y mentiras que han conformado nuestra visión de ese trauma conocido como Revolución Mexicana.
En su casa michoacana del Pueblo en Vilo —San José de Gracia—, Luis González y González conversa con un joven colega historiador que, además, es su hijo. Los rodean los libros, documentos, mapas, apuntes y reflexiones que el ex presidente de la Academia Mexicana de la Historia ha sabido reunir para, utilizados magistralmente (junto con muchas otras fuentes de otras tantas bibliotecas y archivos), devolverlos, transformados en alto conocimiento y explicación certera, al público más amplio y libre. Una vida consagrada a construir —cuidadosa y sagazmente— y a divulgar ese bien, siempre con el apoyo de doña Armida de la Vara (ella misma escritora, ausente ya), es un buen mirador para platicar sobre uno de los obstáculos que enfrenta el conocimiento histórico entre el común de la gente: los mitos oficiales. En nuestro país, uno de los más artificiales, y más gastados, ha sido el mito de la Revolución Mexicana.
Martín González de la Vara: Una serie de noticias, que actualmente se ven en todos los medios, se refieren a que no pocas de las instituciones creadas después de la Revolución por el gobierno priista, y sus antecesores, están en crisis, o a punto de desaparecer, o en bancarrota, y a que urge cambiarles la estructura. Como el Seguro Social, Petróleos Mexicanos, la Comisión Federal de Electricidad… Esas instituciones, esas empresas del Estado, no están pasando buenos momentos, y parece que no hay manera de reformarlas.
Luis González y González: Manera de reformar cualquier cosa, dentro de la vida de las sociedades, siempre hay. Pero no siempre se da la voluntad de hacerlo. Cuando estaba de dictador el general Porfirio Díaz, en lugar de intentar un arreglo pacífico con los que se levantarían en armas, dejó la presidencia y se fue a París. Entonces, los que se quedaron con el poder, que no tenían mucha experiencia política, no hallaron qué hacer, y allí se suscitaron los primeros conflictos. Pero, de todos modos, entró el nuevo presidente supuestamente a cumplir lo que ofrecía su Plan de San Luis. Y después hubo algunos otros levantamientos, que más bien parecían de grupos pequeños que querían sacar alguna ventaja económica, y encima estalló la traición contra Madero y las sublevaciones contra ella, y la lucha entre las facciones… Todos estos hechos no tienen ningún aspecto ni de reforma ni de revolución.
MGV: No tienen el aspecto de revolución en todas sus formas. Pero, cuando menos, eso se convirtió en una gran rebelión, en una gran disputa, algo parecido a una guerra civil.
LGG: Esa guerra civil, que va de 1910 a 1917, no fue muy popular. No se dio en toda la vastedad del territorio mexicano. Aquí en este pueblo —y es lo mismo que ha pasado en muchas otras partes—, les decían, a esos que andaban levantados en armas, “los fronterizos”, porque era propiamente en el lado de la frontera norte del país donde se alzaban en armas los descontentos.
MGV: Efectivamente, los ejércitos que combaten en esta especie de guerra civil, que luego se llamará Revolución, no son muy numerosos. Pero causaron un problema prácticamente a todo el país, o sea que sí afectaron a millones de personas.
LGG: No hicieron que apareciera en la mayoría de la gente la confianza en un cambio favorable del país, ni en una mejoría que se viera a las claras. La revuelta repercutió más bien en que la gente estaba viviendo en la paz llamada “porfírica”, muy tranquilamente, con ciertas necesidades que poco a poco se iban superando, y se vio forzada a dejar esa vida.
En una ocasión, a Friedrich Katz y a mí se nos ocurrió lanzar un concurso que consistía en esto: se invitaba a la gente, sobre todo del campo, a que contara cómo había sido la Revolución en su pueblo o en su rancho. Tenía que hacerlo en cosa de veinte cuartillas. Se presentaron algunos miles de concursantes, muchos más de los que esperábamos; y una cosa que nos sorprendió mucho, sobre todo a Federico, es que todos caracterizaban ese movimiento, que se había dado en la segunda década del siglo XX, como una calamidad, como el recuerdo de un terremoto, o de un cambio muy perjudicial en el clima. Se pensó en publicar la parte premiada de este montón de opiniones; nos costó trabajo, por un lado, seleccionar las mejores, y por otro lado, escoger las que fueran menos violentas contra la llamada Revolución. Uno: la llamada Revolución —según esos testimonios y otros muchos— no fue popular y, dos: ese pleito se tomó más como una catástrofe natural que como una acción humana.
MGV: Pero, si bien la Revolución tiene ese aspecto negativo tan obvio, ¿cómo fue posible que los gobiernos emanados de esa gran rebelión, guerra civil o revolución hayan podido acallarlo, de manera que crearan un mito, una visión de la Revolución muy positiva y muy aceptada por el público en las décadas siguientes? ¿Cómo lo pudieron hacer?
LGG: Pues no había mucha voluntad de violencia en el país. Como en la época de Porfirio Díaz —que tuvo el designio de la pacificación—, había en la voluntad mayoritaria de México esa pasión, ese gusto por la paz.
MGV: Sí, pero la Revolución busca crear sus propios mitos, y hay una propaganda cultural. Claro, después de lo que podríamos llamar guerra civil, llega el periodo de los cuartelazos, que hace del gobierno una institución inestable. Pero tuvieron que hacer surgir una visión del pasado inmediato que justificara las acciones del gobierno en turno. No sé cuándo se empezaría a formar un mito sobre la Revolución, más o menos inteligible, más o menos homogéneo, y que sería aceptado por el público. Creo que eso se lograría con Cárdenas ¿no?, cuando ya, digamos, el Estado es más fuerte, cuando se da más impulso a la educación. Se crean instituciones consagradas a crear la versión oficial de la historia.
LGG: Mira: el régimen de Cárdenas no es igual de principio a fin. En un primer momento, Cárdenas siguió —sin cambio de ninguna especie— la política del General Calles, incluso en el aspecto antirreligioso. En un segundo momento, don Lázaro pensó que era ya necesario deshacerse de Calles a como diera lugar, y tomar alguna política particular. En tercer lugar, Cárdenas consideró que había que acentuar la política agraria, que venía siendo desde el principio un método que siguió el gobierno para atraerse, o tratar de atraerse, a la población campesina. Él la acentúo porque, aparte de las tierras ociosas que repartieron los gobiernos anteriores, ahora Cárdenas llegó también a las tierras en trabajo: ése fue un cambio hasta cierto punto notable. Pero, a su vez, Cárdenas se dio rápidamente cuenta de que iba a crear un quebranto económico con el famoso ejido —eso no funcionó—, y entonces tomó unas medidas muy importantes que le vinieron al azar, como fue la de la Expropiación Petrolera, de tipo nacionalista (que en este caso tuvo de acuerdo a Estados Unidos, y ahí quedó). Luego Cárdenas se dio cuenta de que se produjo otro incidente que había que aprovechar: la Segunda Guerra Mundial; vio que iba a hacer falta la participación con los países en guerra, y que hacían falta ciertos productos. Entonces el mismo Cárdenas, que antes había sido un tanto opuesto a los hombres de negocios —como se vio en el famoso discurso que dijo en Monterrey—, propuso que había que lanzarse a realizar pronto una revolución industrial. Por supuesto, era algo incipiente, pero en aquella época hubo algunas acciones que, entre las consecuencias buenas, positivas, sirvieron para seguir con la industrialización, para hacer que México siguiera cambiando. Luego, enseguida, viene Manuel Ávila Camacho, que llegó a ser un presidente muy firme, porque él lo primero que quiso, en todo momento, es que no hubiera guerra de ningún tipo.
MGV: Pero en el aspecto, digamos, ideológico o cultural, los gobiernos que se ostentaban como de la Revolución, desde Obregón y Calles, hacen cierta labor cultural, educativa, y responden a la necesidad de crearse una historia. Esos comienzos difusos de cómo los revolucionarios se van a convertir en los ideólogos, en los formadores de la historia oficial, es un problema relativamente poco conocido, ¿no?
LGG: Sí. Los hombres en el poder necesitaban idear una imagen favorable de su figura, y entonces se presentaron revestidos de una cosa muy positiva, que era el halo de una revolución. Y se crea el mito de la Revolución Mexicana. Ahora: hubo cambios en el aspecto cultural que no tuvieron absolutamente que ver nada con la actividad política: hubo filósofos con sus ideas, hubo científicos que trabajaron por ahondar en tal o cual campo de conocimiento, hubo algunas novedades en la educación —que se debieron a un político maderista que volvió a meterse en la política, que era Vasconcelos, que de hecho nunca pasó de ahí (ahora se le toma como un hombre de acción).
MGV: Estos esfuerzos culturales parecen minoritarios. Incluso la reforma educativa de Vasconcelos o el muralismo, que dan la impresión de grandes movimientos, realmente son un fenómeno casi elitista…
LGG: El muralismo, dentro del conjunto de los cambios culturales, es algo con una originalidad propia. De hecho, no es que ninguno de los pintores conocidos como originales hayan dado fisonomía a la Revolución. Todos tenían que vestirse de “revolucionarios”, para dar la idea de que ahí se había construido un nuevo México. No. Utilizaron el medio que les tocó vivir y, sí, en una pintura original. Entonces en todo el mundo estaba de moda cambiar la pintura tradicional o “fotográfica” por esta nueva pintura ideológica. La aparición de la fotografía vino dar chamba a estos pintores politizados.
MGV: Pero ¿en qué momento hay una intención del Estado de crear un mito histórico sobre la Revolución?
LGG: Probablemente haya sido con Obregón, que ya quiso darle característica nacional a su movimiento. Pero con los gobiernos llamados posrevolucionarios, los que han estado del cuarenta para acá, se usa la palabra “revolución” muchísimo, y se acentúa que todo lo que se está haciendo va en un sentido “revolucionario”, es ni más ni menos que la Revolución Mexicana.
MGV: Pero la historia oficial…
LGG: Ah, y cierta historia por supuesto, que se ha hecho ad hoc para justificar los nuevos gobiernos, ha tendido a crear esa idea de un pueblo inquieto, al que de un momento a otro se le enciende el coco y se da el gobierno que cree conveniente.
MGV: Pero ¿cuándo se da esto? ¿Quiénes lo crean, quiénes son: es difícil o se puede determinar quiénes son los creadores de la historia oficial?
LGG: Bueno sí, se puede hablar de los que empiezan a escribir ya, desde luego, esa parte en México, que viene de finales de Díaz para acá. Uno que, además, usaba un método marxista era don Alfonso Teja Zabre. Y aparecieron varios historiadores no profesionales, que empezaron a crear una imagen de lo que se llama la Revolución Mexicana; entre ellos está don José Romero Flores. Pero en general los historiadores profesionales se abstuvieron de entrarle a ese paquete. Empezó a crearse dentro de la historiografía científica la idea de que al historiador le está vedado lo reciente, el pasado inmediato, y por lo mismo se metieron poco o nada con personajes y sucesos del siglo XIX mexicano.
MGV: Pero la historia oficial tuvo el mérito de llegar a todos los mexicanos.
LGG: Pues sí, desde luego. Ahora: esa imagen oficial de la historia reciente en México empezó a ser puesta en duda por algunos notables intelectuales mexicanos. Uno de ellos, por ejemplo, fue Octavio Paz. Otros son Héctor Aguilar Camín y Enrique Krauze.
MGV: Ahora ha cambiado mucho, en los últimos diez años, el Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, el famoso INEHRM. Pero durante mucho tiempo fue el semillero de estudios de historia de la Revolución desde el punto de vista oficial. Y varias generaciones de mexicanos fuimos creados con esa idea, con esas imágenes románticas, que se crean en el siglo XIX. Y las ideas románticas sobre Zapata, Villa, Carranza y Obregón sobreviven hasta hoy. Todavía se piensa que cualquier lucha agraria está emparentada con Emiliano Zapata.
LGG: Sí: Emiliano Zapata para nada pensó en el reparto de las haciendas: nomás en que se les devolviera a los pueblos sus terrenos comunales.
MGV: Pero aún ahora la idea oficial de Emiliano Zapata o de Francisco Villa se sigue aplicando a movimientos que incluso no son opositores del gobierno actual.
LGG: Sí. Por ejemplo los zapatistas de Chiapas no creo que tengan que ver en la realidad con Zapata, nada. Nomás por el nombre.
MGV: Es decir que el mito es…
LGG: El mito de Zapata es algo aprendido.
MGV: De igual manera, Pemex es reconocido por un gran número de mexicanos como una institución mexicana y nacionalista, y un orgullo para México, pese a los problemas que ha enfrentado durante toda su existencia.
LGG: Sí. Es también una idea absolutamente exagerada el creer que la economía no debe ser mundial, como naturalmente lo es, sino estrictamente de un Estado.
MGV: Y lo mismo podemos decir de la industria eléctrica. Lo curioso es que estas ideas, o esta visión oficial de la historia, aunque sabemos que está plagada de mentiras, ambiciones, errores y contrasentido, sigue pesando mucho.
LGG: Ya ahora se ha hecho la idea de que ciertos aspectos de la vida económica son estrictamente para gente de aquí, de hecho para el gobierno. Acá, dentro de la historia de las ideas que se ha hecho en el siglo XX, pues seguramente no faltará quien se ocupe de cómo se formó la mitología nacional de este tiempo.
MGV: Vicente Fox, durante su campaña, se tuvo que desdecir con respecto a Pemex. Cuando vio que era muy impopular la idea de privatizarlo por pequeños pedazos, o abrir el petróleo a la inversión privada, se tuvo que echar para atrás. Por la impopularidad de la medida. Y lo mismo pasa cuando se habla de la pretendida privatización del Instituto Mexicano del Seguro Social: nada más se dice algo al respecto y…
LGG: Esto de la asistencia social en México tenía una tradición muy ligada al catolicismo. En la Nueva España, como durante el México independiente, se creía que de la gente que las estaba pasando duras se ocupaban personas muy religiosas, con mucho espíritu y caridad. Después el gobierno también empezó a ocuparse de esto, pero llegaron los funcionarios a la conclusión de que sólo el gobierno debería aminorar la pobreza de los pobres, o quitarles el hambre a los hambrientos. De hecho, por ejemplo, todavía las instituciones que se llaman no gubernamentales son las que cuentan más en la asistencia social y multitudinaria, sobre todo en las poblaciones chiquitas, en el campo, que las de la esfera oficial.
MGV: Aunque, bueno, no dejan de tener su mérito.
LGG: Desde luego. Pero piensa tú en este pueblo de diez mil habitantes: los que se encargan de las viejecitas que quedaron solas y abandonadas, los que se encargan de los que padecen hambre o de los incapacitados y los otros pobres: de todos ellos se ocupa la demás gente, a través de pequeñas organizaciones caritativas. Son pocos los que acuden a otra parte, en donde hay una institución del Seguro Social o cosa por el estilo.
MGV: Ahora, Pemex tiene una historia de corrupción e ineficiencia larguísimas. Y aun así se sigue considerando, por una gran parte de los mexicanos, como una institución notable. Y actualmente México importa gasolinas.
LGG: Sí, se ha seguido bastante el método nazi de mentir, mentir, que algo queda.
MGV: Pero ahora, con un gobierno panista en la Presidencia, el gobierno no ha sido capaz de enfrentarse a los mitos.
LGG: Sí, no se ha atrevido a enfrentarlos, porque cree que se suelta el avispero. Así es. Hay que pensar en una manera de modificar la aplicación de los mitos siniestros por verdades: cómo hacer para que la gente quede convencida de eso. Por ejemplo, en cuestión de energía eléctrica: se necesita más energía eléctrica, y no hay otra manera de obtenerla más que mediante recursos, que pueden provenir de la iniciativa privada, sea nacional o internacional; es una cosa muy natural. Pues que venga la iniciativa, no va a pasar nada. Y el petróleo: todo mundo supo, por ejemplo, que esa gran industria, esa gran empresa mexicana, a raíz de la Expropiación, sufrió un fuerte quebranto; sin embargo, ahora se considera que, si entra allí algún particular que también es mexicano, pero no “de la Revolución”, a tratar de meter sus centavos, pues eso es una traición a la patria…
MGV: Hay otro monopolio que nunca recibió esta protección del mito oficial, que es la telefonía. Fue expropiada sin mayor alharaca, nunca se ligó a los destinos de la Revolución, y fácilmente fue vendida, sin que nadie opusiera resistencia.
LGG: Es que no era gran negocio para los que la tenían. Igual ha pasado con los ferrocarriles.
MGV: Ahora, con lo de la energía eléctrica, es difícil entender por qué se montan sobre la tradición de la Expropiación Petrolera, cuando es un evento posterior…
LGG: Oye: algo que hace difícil una conversación sobre este tema de la Revolución Mexicana entre tú y yo es que, por lo que veo, los dos pensamos lo mismo: no puede haber discusión.
MGV: No, bueno, pero a mí me toca vivir una etapa más cínica, una etapa donde ese mito, obviamente, en la academia está desechado. Yo, de profesores que haya tenido, uno o dos se podrían considerar aliados de la historia oficial, una historia oficial que, dentro de la universidad o la academia, estaba completamente decaída. Mientras que en tu tiempo la historia oficial era muy fuerte.
LGG: Pues era probablemente la única que había. Mira: en 1940 —ahora ya como que se ha tratado de olvidar esto—, la llegada de los españoles a causa de la Guerra Civil (que venían a pasar aquí “sólo un tiempo mientras podían regresarse a trabajar otra vez en España”) fue importantísima. Allí en El Colegio de México se empezó sobre todo a hablar mucho —y naturalmente por los profesores mayoritarios, que eran los españoles— de la necesidad de desarrollar mejor la conciencia nacional, y de hacer avanzar el estudio de los principios de esta nacionalidad, que se enraízan en la Nueva España. Por otra parte estos maestros españoles fueron los que trajeron la idea de que la historia no sólo era una cosa que se hacía viviéndola o imaginándola, sino propiamente estudiándola: para conocer esa Nueva España había que ir a meterse de cabeza en los archivos, que todavía se conservaban aquí y allá; había que someter esos archivos a una rigurosa crítica, y entonces crear la imagen de lo que fue la vida en la Nueva España. Y por lo mismo, pues, el tema de la Revolución pasó a segundo término.
MGV: Pero en otras instituciones también se atacaba la historia oficial, desde otros puntos de vista, como inconsistente, poco científica y hasta mentirosa. Y aun así, muchos historiadores profesionales siguieron trabajando en la creación de esta historia oficial.
LGG: Bueno, hasta cierto punto. Por ejemplo, vamos a poner al maestro Zavala, que es un poco el director de esta revolución historiográfica. Él trabajaba, minuciosa y calladamente, en las instituciones jurídicas que predominaron en Nueva España, en la filosofía que se tenía en la mente para manejarse en la vida, todas esas cosas; pero, al mismo tiempo, a veces le pedían colaborar para alguna ceremonia oficial, y soltaba por ahí lo que le pedían. No son los mejores textos de él, y si hacía eso era para evitarse que lo molestaran.
MGV: O sea que, después de muchos años de investigación histórica, de muchos estudios de profesionales de la historia, el mito oficial no pudo ser reemplazado en la mente de la mayoría de los mexicanos.
LGG: También hasta cierto punto. Por ejemplo, hubo allí, en El Colegio de México, una persona que se opuso a esto de volver a los principios y ocuparse sólo de ellos, y empezó a argumentar que lo importante era el pasado inmediato, importante para conocer verdaderamente el momento en donde estamos y saber cómo manejarlo. Era la historia que se llamaba “moderna”. Y se emprendió en grande esa Historia moderna de México, en diez volúmenes. Eso tampoco caía en la historia que le interesaba a los afectos a la Revolución oficial: la Revolución —o lo que llamaban la Revolución—, creía que, sobre todo, había que hablar muy mal de Díaz.
MGV: Sí, dedicarle tantos volúmenes a Díaz podría parecer inútil y hasta ofensivo. Y qué recepción tuvo la Historia moderna.
LGG: Bueno, todo libro de grandes dimensiones no tiene una recepción importante. Pero en general se recibió bien dentro del mundo intelectual. Luego también empezaron a aparecer, con motivo de las conmemoraciones, estudios sobre el movimiento de Independencia. Aquí, casi todos los nuevos historiadores tomaron parte en esos estudios, y casi todos, hasta donde es posible —dentro de su valor o su cobardía—, se empezaron a pelear contra los mitos tradicionales del periodo: no se limitaron a hacer elogios del Cura de Dolores…
MGV: Ahora, es muy fácil criticar los mitos, pero es difícil que desaparezcan si no hay una alternativa.
LGG: Exacto. Aquí la única alternativa, en relación con el mito de la Revolución Mexicana, y cualquier otro, es buscar y encontrar la verdad, o acercarse profesionalmente a ella, y decirla. Es hacer, con los recursos de la historia, de la sociología, de la antropología, etcétera, un estudio de esta época del siglo XX, por ejemplo, ¿sí?, olvidándose de que sigan viéndolo como lo que no fue.
MGV: El mito de la Revolución es un obstáculo para el cambio económico, ¿no? Es muy difícil para la gente entender por qué, de pronto, las instituciones sacrosantas del Estado revolucionario pueden ser vendidas o no, y el hecho real es que son casi tabúes, y el Congreso mexicano no parece querer atacar el problema de frente.
LGG: Mira. Otra idea, otro mito que conviene ir desvaneciendo es el de la importancia del gobierno en la vida social del mexicano. Se ha creado el mito de que todo, absolutamente todo lo bueno y malo de este país, proviene de ese “papá gobierno”. No: todavía, gracias a Dios, la mayor parte de la actividad social es independiente.
MGV: ¿Tú qué crees que pase con el mito de la Revolución? ¿Tú crees que debía terminar pronto, que se vaya a sustituir por otro…?
LGG: Quizá se sustituya por otro. De hecho ya los mismos políticos se han dado cuenta que ya no tiene la fuerza que llegó a tener antes: ya en la palabrería, digo, en la oratoria política la palabra “revolución” se invoca poco.
MGV: Sí, pues, pero el gobierno panista no va a tener tiempo, tal vez no tenga la intención, de crearse una historia oficial.
LGG: Ni hace falta.
MGV: ¿Con qué se va a sustituir?
LGG: Con una historiografía real. Hay que luchar hacia allá. Me da la impresión de que un gobierno que necesita de mentiras para vivir no puede considerarse sano. Pero eso no es irremediable. Hay muchas sociedades que no están en esa situación… Por ejemplo, creo que en Francia se da poco eso de necesitar mitos. Y en Italia.
MGV: Y eso es beneficioso para la sociedad.
LGG: ¡Pues sí! Mira: el hecho de que un mito estorbe o impida caminar hacia adelante a la economía de un país, pues, quiere decir que lo perjudica ¿no? Y si se tiene una idea real de la situación, pues entonces por el lado económico se avanza mejor. Por otra parte, hay que aceptar, sí, ciertos elementos constitutivos de norma social: como aquí en México hay que aceptar necesariamente que ésta es una sociedad mestiza, con rasgos tanto físicos como mentales provenientes de todas las razas; y que es una sociedad católica, con multitud de ritos y una sola moral; y que ésta es una sociedad hispanohablante no obstante el respeto para las pequeñas minorías que hablan otras lenguas. Somos como somos, y no debemos parecer otra cosa en las crónicas escritas de nuestra vida nacional. La historia contada debe parecerse lo más posible a la historia vivida.
[1] Publicada en septiembre de 2003.