El loro
(Con permiso de míster Poe)
A Susana Canales, que es como decir
a Diana, a Venus, a Minerva, pero más
guapa que ellas.
Una noche bochornosa;
una noche cuya atmósfera execrable,
tremebunda y apestosa,
incordiosa,
despreciable,
excitaba mi cabeza sudorosa,
yo me hallaba en mi casucha miserable
de Tortosa.
A mi frente hipocondriaca
se acercaban mil ruidos, que yo, obseso,
repetía, lo confieso:
una vaca
de regreso
a su establo, que es caricia, mimo y beso,
y más lejos —traca, traca, traca, traca—,
un expreso.
Una mano acaso experta
en dar golpes agoreros, inquietante,
asestó sobre mi puerta
—puerta tuerta
que a Levante
daba siempre—, cierto golpe espeluznante.
Yo repuse con el alma casi muerta:
“¡Adelante!”
Mi cabello se ensortija
de emoción al recordarlo… Sudo y lloro…
Mi razón se desvencija…
Rememoro:
La manija
de la puerta gira, gira… Me incorporo,
y en la helada y nada cómoda rendija,
veo un loro.
Aquel pájaro precito,
que nació en el cacahué y el aguacate,
derechito, derechito,
el maldito
botarate,
se subió en un cortinón color granate,
y dio un grito, un pavoroso y torvo grito:
“¡Chocolate!”
¿Fue sentencia cabalística,
o enigmático y teúrgico el acróstico?
¿Era un lapsus de lingüística?
¿Era mística,
y el diagnóstico
mistagógico era luz y viento gnóstico?
¿O era, en cambio, tongo y filfa silogística
de pronóstico?
Dirigíme al ave impía
—disculpad que mis anhelos no recate—
y le dije: “Por mi tía
Rosalía
Cabañate,
que no sé si lo que has dicho es un dislate”.
Mas el pájaro, obstinado, repetía:
“¡Chocolate!”
“¿Qué sentido sobrehumano
le estás dando a esas tabletas, que en la tienda
compra el probo ciudadano?
Haz que entienda,
loro hermano;
haz que caiga de mis ojos esta venda,
ya que veo solamente en ese arcano
la merienda.
¿Por qué vite y admitite?
¿Por qué trágico e insólito avenate
un tortazo no “te” dite?
¿Por qué oíte?
¿Por qué late
en mi pecho un corazón que se debate…?”
Un silencio, y luego el pájaro repite:
“¡Chocolate!”
De mi oído ya apoplético
no se borra tu tremendo aviso fónico,
y mi duda te hace herético
o exegético
o plutónico.
Mas, ¿quién eres, que así parlas, salomónico?
¿Un Cagliostro o un augur seudo magnético
macarrónico?
“No pretendas que yo trate
—dijo el loro con sonrisa indefinida
y un fulgor color tomate—
del remate
de esta vida:
chocolate es lo que aliente y lo que late,
y el origen y el final de esta partida:
chocolate”.
“¡Líbrame ya de tu yugo!”
—espetéle con el alma majareta—
y caí de mi banqueta,
hecha en Lugo,
de moqueta,
y en el suelo fui chupando todo el jugo
a una estatua en alabastro del poeta
Víctor Hugo.
Una gran metamorfosis
me cambió desde esa noche. En mi petate
grito, lleno de neurosis…
La halitosis
me combate,
y remite si suavizo mi gaznate,
degustando e ingiriendo a grandes dosis
¡¡chocolate!!