Me encontré con un viajero de una tierra antigua
quien me dijo: —Dos enormes y destroncadas piernas pétreas
se yerguen en el desierto. Junto a ellas, en la arena,
medio enterrado, yace un rostro destrozado. Su ceño fruncido,
su labio arrugado y su mueca de frío poder
indican que su escultor leyó bien esas pasiones
que, marcadas en esas cosas inertes, aún sobreviven,
a la mano que las dibujó y al corazón que las infundió.
Y en el pedestal aparecen estas palabras:
«Mi nombre es Ozymandias, rey de reyes;
vean mis obras, ustedes, los poderosos, ¡y pierdan la esperanza!»
Junto nada queda. Alrededor de esa decadencia,
de ese colosal naufragio, desnudas y sin límites,
las arenas solitarias y llanas se extienden a lo lejos. Ω
Percy B. Shelley
[1] Traducción de José A. Aguilar V., de la versión consultada el 4 de febrero de 2014 en: http://www.online-literature.com/shelley_percy/672/