¿Hacia la sociedad igualitaria?1

Mario Bunge

Desde hace dos décadas se nos prometen dos utopías igualitarias en reemplazo del socialismo, que, nos aseguran, ha fracasado definitivamente (cuando de hecho nunca se lo practicó). Ellas son las del libre comercio y la www. Acabamos de ver que la primera no cumple lo que promete. Según la utopía informática, tanto las personas como las naciones nos igualamos a medida que nos enchufamos en la red. ¿Qué hay de cierto en esta profecía?

La idea de que Internet globalizará y perfeccionará la democracia se funda en el supuesto de que sólo la información habrá de contar, y que ésta es universalmente accesible. ¿Es realmente así? Veamos. Es cierto que la revolución informática está expandiendo la democracia cultural, es decir, el acceso popular a bienes culturales, tanto auténticos como falsificados. Pero al mismo tiempo el uso de Internet se limita al 8% de la población mundial, la que se divide entonces entre los conectados y los desconectados. En otras palabras, la polarización entre los conectados y los desconectados se añade a la existente entre varones y hembras, ricos y pobres, blancos y oscuros, jóvenes y viejos, cultos e incultos, creyentes e infieles, etc. En resolución, la revolución informática contribuye a deshabilitar (disempower) a los de abajo. Esta no es una profecía, sino un resultado de investigaciones empíricas (Menzies, 1995; Hurwitz, 1999).

Sin embargo, la revolución informática no es sino una de las fuerzas que han causado el aumento de la desigualdad en el curso de los últimos tres decenios. (…)

El resultado neto de estos cambios es una disminución del ingreso real de casi todos los trabajadores, excepto los del nivel más bajo, incluso en el país más rico del mundo. Esta tendencia no es nueva: en los EE.UU. el aumento de la desigualdad de ingresos comenzó en 1969, al tiempo que la productividad aumentó incesantemente (Harrison y Bluestone, 1988). En el Tercer Mundo, especialmente en América latina, la desigualdad es muchísimo más pronunciada y sigue creciendo. Por ejemplo, hace poco, The New York Times anunciaba la desaparición de la clase media en la Argentina. Aunque esta afirmación es exagerada, lo cierto es que, tanto en nuestro país como en el resto del mundo, la clase media se está proletarizando. Esto lo reconoce incluso el thatcherista arrepentido John Gray (1998) en su libro sobre el espejismo de la globalización.

En todo caso, no es verdad que estén desapareciendo las clases sociales, como lo proclaman los profetas del nuevo orden. Al contrario, la movilidad social hacia arriba ha estado disminuyendo. En los países avanzados, casi todos los hijos de obreros son obreros; casi todos los hijos de desocupados crónicos son desocupados crónicos; en cambio, muchos profesionales quedan desocupados o semiocupados. En suma, las estadísticas no sugieren que esté desapareciendo la división en clases sociales. (…)

Tampoco se observan la desaparición de la diferencia entre izquierda y derecha ni el desacoplamiento entre clase social y partido político que anticiparon profetas del nuevo orden o la tercera vía tales como Giddens (1995). (…) En resumen, no estamos marchando hacia el partido único. Lo que sí ocurre en muchos países es que la gente se está desilusionando de la política, de modo que, allí donde el voto no es obligatorio, no acude con entusiasmo a las urnas. O, cuando elige, tiende a favorecer a los candidatos más independientes.

En resumen, los datos estadísticos no dan pie a la tesis del igualamiento socioeconómico y de la uniformación política como efecto de la revolución informática y la globalización. (…)

Conclusiones

En el curso de los dos últimos decenios nos han estado vendiendo tres mitos que están arrollando el pensamiento crítico. Ellos son los de la cibersociedad, la globalización total y el igualamiento de naciones y personas resultante de la combinación de la revolución informática con el libre comercio. (…) La realidad es que la humanidad enfrenta enormes problemas globales que, lejos de resolverse, se están agravando. Son los siguientes:

1. El dominio económico progresivamente intenso y global por corporaciones transnacionales cada vez menos numerosas, con el debilitamiento consiguiente de las economías nacionales y del poder de los individuos.

2. La desigualdad creciente tanto entre naciones como entre individuos, con el consecuente deterioro del estilo de vida de la enorme mayoría de las personas, particularmente en el Tercer Mundo.

3. La marginalización política de las masas, debido a su desilusión con los partidos políticos tradicionales, con el consiguiente debilitamiento de la democracia.

4. El rápido deterioro del medio ambiente, debido a la ausencia de normas internacionales sobre la emisión de gases, la pesca, el talado de bosques, el uso de pesticidas y fertilizantes, etc.

5. El agotamiento de recursos naturales no renovables, en particular los energéticos, y la ausencia de estímulos para el desarrollo de sustitutos.

6. El continuo aumento de la población, especialmente en las regiones que menos pueden sostenerlo, debido a la falta de una planificación mundial de la familia.

7. La prolongación del armamentismo, pese al fin de la Guerra Fría.

8. La decadencia de la familia, provocada en unos casos por la desocupación y en otros, por la ocupación excesiva.

9. La globalización de la cultura de supermercado, caracterizada por su baja calidad, con la consiguiente nivelación para abajo de maneras de pensar, valores, gustos y aspiraciones.

10. El auge del “macaneo” posmoderno, con la consiguiente degradación de los estudios de las humanidades y de las artes. A ese macaneo pertenecen los tres mitos que hemos examinado hace un rato.

En resumen, si el siglo XX fue el de los totalitarismos clásicos, el nuevo siglo amenaza ser el de un neototalitarismo a escala planetaria que apenas empezamos a comprender. Es difícil de comprender, en parte, porque, a diferencia de los totalitarismos clásicos, no se impone tanto por la fuerza como por el abuso del mercado y de la publicidad, los manejos de las burocracias estatales al servicio de los intereses transnacionales y la apatía política popular, generada tanto por la corrupción de las clases políticas como por la ausencia de ideales nuevos y factibles.

El estudio de este neototalitarismo cabe a grupos multidisciplinarios e interdisciplinarios dentro y fuera de universidades y parlamentos. Y la lucha contra él recae sobre las organizaciones voluntarias, en particular los partidos políticos.

Quienes no investigan la realidad no pueden aspirar a repararla. Quienes no planean sobre la base de conocimientos sólidos se tornan esclavos de planes ajenos. Y quienes no nadan contra la corriente son arrastrados al océano anónimo. Ω



[1] Fragmento del libro Mitos, hechos y razones (Sudamericana. Buenos Aires. 2004).

http://grupobunge.wordpress.com/category/politica-sociologia-y-economia/page/8/