Muñecas sexuales

En el relato Parábola del trueque, de Juan José Arreola, un mercader recorre las calles del pueblo al grito de “¡Cambio esposas viejas por nuevas!” Las transacciones se hacen a precios inexorablemente fijos. Los interesados reciben pruebas de calidad y certificados de garantía. Las mujeres, según el comerciante, son de veinticuatro quilates. Al ver la adquisición de su vecino, los hombres corren desaforados en pos del traficante. El pueblo respira una atmósfera de escándalo. Muchos quedan arruinados. Sólo un recién casado puede hacer cambio a la par, pues su esposa está flamante

            Un solo hombre en el pueblo se queda en su casa con los pies clavados en el suelo, cerrando los ojos y los oídos a la oportunidad. Aunque su mujer parece tranquila, él, que la conoce, puede advertir su tenue, imperceptible palidez. Cenan en silencio, incapaces de cualquier comentario, hasta que al fin ella le pregunta por qué no la cambió. Él no puede contestarle. Los demás hombres no se separan de sus nuevas esposas, obedientes y sumisos. Él pasa por tonto y pierde los pocos amigos que tenía. Su esposa se vuelve silenciosa y retraída, pues se siente responsable de que él, al que sabe incapaz de apartar la imagen de la tentación, no tenga una mujer como los otros. Sigue leyendo

El desencanto con la democracia

Una curiosa tendencia humana es la de resaltar con mucho mayor énfasis y vehemencia lo que marcha mal que lo que va bien. Es comprensible: lo indeseable requiere ser enmendado mientras que lo plausible sencillamente debe seguir siéndolo.

            ¿Sencillamente? Para que las cosas aceptables continúen así es necesario tomar las medidas para que no se deterioren, pues en la vida nada garantiza que el éxito sea permanente. Además, como la realidad no es una fotografía inmóvil, lo bueno hay que mejorarlo continuamente para que no pierda esa calidad. Es como una bicicleta que va subiendo a buen ritmo una pendiente: si se deja de pedalear la bici no se queda inmóvil en el punto en que cesó el pedaleo, sino que rueda hacia abajo.

            Pensaba en eso mientras leía el más reciente informe de Latinobarómetro, que da cuenta de que en América Latina apenas poco más de la mitad de los ciudadanos consultados, 53%, se muestra partidaria del régimen democrático, dato inquietante, pues la alternativa a la democracia es la autocracia —forma de gobierno en la que la voluntad de una sola persona o un grupo reducido de personas es la suprema ley—. ¡Vade retro, Satanás! Sigue leyendo

¿Peor que nunca?

Se repite en redes sociales y en conversaciones que jamás habíamos estado tan mal como hoy y que no podríamos estar peor. Es curioso que entre quienes se quejan de su propia situación hay personas cuyas cuentas bancarias son abultadas, vacacionan en el extranjero y son dueñas de varios automóviles y varias casas.

            En un aspecto muy importante estamos más mal que hace una década: el de la inseguridad. Mientras que en los países más avanzados la criminalidad ha venido descendiendo espectacularmente, en los de América Latina, salvo excepciones, se ha disparado. No consuela que nuestra incidencia delictiva sea mucho menor que la de Venezuela, Honduras, El Salvador, Guatemala, Colombia y Brasil. Además, la gran mayoría de los delitos graves permanece en la impunidad.

            La corrupción, que con tanta razón indigna, no es mayor que la de antaño, pero ahora se nota más pues los medios de comunicación la exhiben sin miramientos y varios peces gordos están en prisión por corruptelas o fuera del país para eludir la acción penal. Nunca como hoy tantos exgobernadores habían estado presos. Sigue leyendo

Escalofrío

Fui testigo en Venezuela. Acudía todos los años a impartir durante dos semanas un curso de derecho penal en la Maestría Latinoamericana en Ciencias Penales y Criminológicas, cuya sede estaba en el Instituto de Criminología de la Universidad del Zulia, en Maracaibo.

            Hice buenos amigos en la universidad y reforcé mis ya muy fuertes lazos amistosos con Lolita Aniyar, directora del Instituto y coordinadora de la maestría, quien fue la principal exponente de la criminología crítica en América Latina antes de ser senadora y gobernadora de su estado. Una mujer muy guapa, cálida, simpática y de izquierda.

            Cuando Hugo Chávez se postuló como candidato a la Presidencia, varios de mis amigos universitarios venezolanos, dejándome estupefacto, se entusiasmaron. ¿Cómo pueden simpatizar —les preguntaba— con un candidato que protagonizó una tentativa de golpe de Estado y cuyo discurso seguía las pautas del más burdo populismo? Sigue leyendo