Extraña simpatía

Me aterra que en mi país haya simpatizantes del régimen de Nicolás Maduro, no sólo entre organizaciones sociales que han dado muestras claras de sus posturas antidemocráticas y su proclividad a la corrupción, en partidos como el Partido del Trabajo y Morena, y en el diario La Jornada, sino también entre académicos universitarios

            ¿Qué clase de prédica recetan a los jóvenes alumnos esos profesores que proclaman a Hugo Chávez y Nicolás Maduro como ejemplares libertadores del pueblo venezolano? ¿Basta etiquetarse como socialista y enemigo del imperialismo yanqui para que la inepcia, la tiranía, la corrupción y los crímenes sean soslayados o incluso aplaudidos?

            Ya lo he contado. De 1988 a 2000 fui profesor de la Maestría Latinoamericana en Ciencias Penales y Criminológicas que se impartía en la Universidad del Zulia, en Maracaibo, por lo cual viajaba a Venezuela cada año. Hice buenas amistades. A algunos amigos les entusiasmó la candidatura de Chávez. Estupefacto, yo les decía con vehemencia que cómo podían apoyar a un militar golpista. Pagaron su error: al triunfo de su candidato, unos fueron despedidos de sus empleos, otros, encarcelados, muchos marginados, otros más engrosaron la estadística de la diáspora venezolana, que asciende a más de un millón 300 mil exiliados.

            Venezuela vive una pesadilla. Ser opositor al régimen, e incluso disidente, se considera ahora traición a la patria, lo que puede dar lugar a años de prisión: hay más de 400 presos de conciencia. Las bandas paramilitares del chavismo asesinan impunemente a manifestantes. Solamente en los últimos cuatro meses han sido asesinadas, durante los actos de protesta, 120 personas.

            La escasez de alimentos y medicinas es crítica. Se han cerrado varios medios de comunicación independientes y a otros se les se ha negado el papel. Los jueces están completamente sometidos al gobierno. Quienes lo han desafiado con sus resoluciones han sufrido graves represalias; incluso una juez fue condenada a la cárcel y allí fue violada. El juicio contra Leopoldo López fue una farsa: se le condenó interpretando que su llamado a protestar sin violencia tenía una carga subliminal en virtud de la cual ¡estaba instigando a la violencia! La Asamblea Nacional Constituyente, absolutamente oficialista, sustituirá al Parlamento, elegido apenas hace dos años.

            La corrupción de los gobernantes y sus familiares, la ostentación de su riqueza mal habida y su voracidad criminal son un insulto para los habitantes que enfrentan severas penurias. Estados Unidos ha congelado cuentas millonarias de altos funcionarios. Dos sobrinos de La Primera Combatiente están presos y confesos de traficar 800 kilos de coca. Dos hijastros de Maduro se alojaron en una suite del lujoso hotel Ritz de Madrid durante 18 días.

            Con el chavismo, Venezuela se convirtió en santuario protector de terroristas y narcoguerrilleros. Miembros de ETA, las FARC y Hezbolá obtuvieron nacionalidad, pasaporte y empleo en el país. Espías cubanos han ayudado al régimen a consolidar el Estado policial.

            ¿Todo eso ha sido para beneficiar a los pobres, para instaurar, en un futuro sin fecha, la justicia social que prometen los gobiernos socialistas? Antes del régimen chavista, el país tenía un porcentaje de algo más de 40% de familias en la pobreza. Esa tasa se ha duplicado.

            ¿Por qué a alguien le puede resultar digno de apoyo un gobierno de esas características y con esos resultados? No es una pregunta fácil de responder. Lo cierto es que las dictaduras de todo signo político han tenido numerosos adeptos: Hitler, Mussolini, Franco, Stalin, Mao, los hermanos Castro y un larguísimo etcétera han contado con millones de partidarios, no obstante sus crímenes.

            “El sectario —advierte Fernando Savater— quiere que los suyos salgan adelante a toda costa, aunque el conjunto del país sufra en su armonía o incluso corra el peligro de desmoronarse. En su hemiplejía partidista valora las instituciones, no en cuanto garantías para que todos puedan jugar limpiamente, sino sólo en la medida que se presten a ser utilizadas al servicio de su propia ideología: lo que no me sirve para ganar, debe ser desprestigiado e inutilizado” (Diccionario del ciudadano sin miedo a saber, Ariel).