La bandera de la homofobia

Beatriz Martínez de Murguía

Periódico La Crónica de Hoy, jueves 25 de abril de 2013

El martes 23 de abril, la Asamblea Nacional de Francia aprobaba, en medio de una crispación ciudadana poco usual, la ley que reconoce el matrimonio entre personas del mismo sexo y su derecho a la adopción. Es una ley que ya aparecía contemplada en el programa electoral con el que el actual presidente de la república, el socialista François Hollande, se presentó a las elecciones hace poco menos de un año y ganó.

Pero la caída imparable de su popularidad (en la última encuesta publicada hace unos días un 74% de franceses se manifestaba muy descontento con su gestión), provocada sobre todo por una tasa de desempleo que no deja de crecer mes tras mes y la congoja de una clase media cada vez más empobrecida y desesperanzada, ha terminado por convertir a la mencionada ley en un asunto con el que la derecha francesa ha buscado medir fuerzas con un gobierno desgastado y, peor aún, en opinión de muchos analistas, desorientado.

Sin capacidad o sin la disposición necesaria para proponer una alternativa económica real, puesto que la política de austeridad viene impuesta desde Bruselas, y contra la que el propio Hollande ya se manifiesta aunque sea tímidamente, la ley a favor del matrimonio homosexual les ha permitido a los dos grandes partidos de la derecha (el UMP y el ultraderechista FN) movilizar a sus bases, en unión con un sinfín de asociaciones católicas, judías y musulmanas, en la condena a una ley dirigida, según todos ellos, a terminar con la familia, la república e incluso la democracia.

La crisis, el oportunismo político y una homofobia que sólo ocasionalmente se esconde pero nunca desaparece, son algunos de los factores que han propiciado una movilización en la calle como hacía tiempo que no se conocía.

Contra lo que algunos podrían pensar, imaginando manifestaciones de gente mayor, las imágenes en la televisión han mostrado muchos rostros de gente joven, con sus hijos pequeños en brazos o carriolas, rabiosamente en contra de la adopción de niños por parte de parejas homosexuales.

Como ejemplo de lo que se vio en días pasados, justo antes de la aprobación parlamentaria de la ley, basta mencionar las declaraciones de un hombre desempleado de 49 años manifestando que esa ley le preocupaba más que el problema del desempleo o madres jóvenes agitando a sus hijos pequeños ante las cámaras de televisión para, se supone, mostrar lo que es un hijo “sanamente” educado. También los casos de los homosexuales golpeados u hostigados en días pasados, en las ciudades de Lille o de Niza, entre otros episodios de violencia homófoba, recuerdan a un pasado que vuelve a Europa con cada vez más fuerza. Lamentable y penoso, pero, al menos por el momento, los homosexuales franceses gozan, desde el martes pasado, de los mismos derechos civiles que el resto de los ciudadanos. Una buena noticia.