Pacientes siquiátricos

Puede llamarse viento o quemadura / porque es la más perfecta de las formas / y a lenta perfección mata despacio. / Ahuyenta la razón. / Conjura al corazón, / su vuelo en llamas, / sus pájaros a pique.., escribió el poeta mexicano Vicente Quirarte.

Desde muy temprano —dice la nota de Adriana Alatorre en Reforma del 11 de octubre— decenas de personas se forman en el acceso del Hospital Psiquiátrico Fray Bernardino Álvarez, de la Ciudad de México, en espera de que su familiar sea atendido.

El nosocomio, inaugurado el 9 de mayo de 1967, brinda atención a personas de uno y otro sexo con trastornos mentales agudos. Su capacidad operativa es de 300 camas, y a veces no tiene disponibilidad, pero si tuviera mil, como el Hospital General de México, también estaría lleno, dice el director Carlos Castañeda, pues la demanda es demasiada, incluidos pacientes procedentes de otras entidades donde no hay servicios suficientes, como Morelos, Guerrero y el Estado de México. En nuestro país sólo se dedica a la atención de las enfermedades mentales el 2% del total destinado al sector salud.

Arturo Rivera, presidente de la Sociedad de Familiares con Enfermedades Mentales, señala que los tratamientos siquiátricos farmacológicos son caros y largos, en ocasiones de por vida, y es frecuente que las familias no estén dispuestas a atender a los pacientes y lleguen a abandonarlos en las calles.

Sin duda en muchos casos los familiares ven al paciente —aguijoneados por el desamor y la insolidaridad— como una carga intolerable, pero en muchos otros en razón de sus ocupaciones o de su propio estado de salud mental no les es posible atenderlo.

A la intemperie, sin quien se haga cargo de él, un paciente psiquiátrico puede morir de sed, de hambre, de frío, de calor, por atropellamiento, por un malestar no atendido, por obra de la maldad, y asimismo en todo momento está en peligro de ser víctima de delitos sexuales, trata de personas y otras miserias de la conducta humana.

La antipsiquiatría, que floreció principalmente en Italia en la década de los setenta del siglo pasado, impulsada por Franco Basaglia, recomendó el cierre de las instituciones siquiátricas porque se abusaba del internamiento, que en muchas ocasiones no era necesario, y porque en ellas muchas veces los pacientes eran víctimas de abusos, condiciones indignas de residencia o descuido.

El 13 de mayo de 1978 el parlamento italiano aprobó la ley que prohíbe el encierro de pacientes siquiátricos contra su voluntad. Los manicomios serían reemplazados por pequeños departamentos dentro de hospitales generales y por centros de acogida. La experiencia fue replicada en varios países occidentales.

No le pidas a la realidad que te cumpla lo que te prometió el sueño, dice el magistral aforismo de Mariana Frenk. Se tiró el agua sucia de la tina con todo y niño.

En Italia la medida se convirtió en un negocio inmobiliario. Muchos siquiatras terminaron internando a pacientes en departamentos comprados a ese fin por los familiares. Era la alternativa para salvarlos del abismo, del desamparo absoluto de la calle.

En la década de los ochenta, el presidente Ronald Reagan alentó el cierre de hospitales públicos siquiátricos en Estados Unidos. Esto generó pingües ganancias al sector privado, que captó esa demanda, pero muchos de los más de 40 millones de enfermos mentales sin cobertura terminaron en la cárcel o en la calle. La película El solista, basada en la novela de Steve López, describe las penurias de un esquizofrénico sin cobertura en Los Ángeles.

El corolario es evidente: la internación de pacientes con discapacidad mental en muchos casos no es necesaria ni deseable, pero en otros es la opción menos desfavorable. Aclaro: de acuerdo con los Principios para la protección de los enfermos mentales y el mejoramiento de la atención a la salud mental, formulados por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, el internamiento involuntario de un paciente siquiátrico requiere la comprobación de que es el único medio para impedir daño inminente al paciente o a terceros, y debe ser lo menos restrictivo posible y estimular la independencia personal.