Si esto es un hombre1

Primo Levi

(Fragmento)

También los recién llegados damos vueltas entre la multitud en busca de una voz, de un rostro amigo, de un guía. Contra las paredes de madera de un barracón están apoyados, sentados en el suelo, dos muchachos: parecen jovencísimos, de unos diez y seis años como mucho, los dos tienen la cara y las manos sucias de hollín. Uno de los dos, mientras pasamos, me llama y me pregunta en alemán algunas cosas que no entiendo; luego me pregunta de dónde venimos.

            —Italien— le contesto; querría preguntarle muchas otras cosas, pero mi vocabulario alemán es limitadísimo.

            —¿Eres judío?— le pregunto.

            —Sí, judío polaco.

            —¿Desde cuándo estás en el Lager?

            —Tres años— y me muestra tres dedos.

            Debe de haber entrado siendo un niño, pienso con horror; por otra parte, esto significa que por lo menos alguien puede vivir aquí.

            —¿En qué trabajas?

            —Schlosser— me contesta. No le entiendo. —Eisen, Feuer (hierro, fuego).

            Insiste, y hace señales con las manos como de quien golpea con el martillo sobre un yunque. Así que es un herrero.

 —Ich Chemiker— le confío yo; y él asiente gravemente con la cabeza.     Pero todo esto se refiere a un futuro lejano: lo que en este momento me atormenta es la sed.

            —Beber, agua—.

            —Nosotros no agua— le digo.

            Él me mira con cara seria, casi severa, y me dice separando las sílabas: —No bebas agua, compañero— y luego otras palabras que no entiendo.

            —Warum?

            —Geschwollen— contesta telegráficamente: yo muevo la cabeza porque no le he comprendido.

            «Hinchado», me lo hace entender hinchando los carrillos e indicando con las manos una monstruosa hinchazón de la cara y el vientre.

            —Warten bis heute abend.

            «Esperar hasta esta noche», traduzco yo palabra por palabra.

            Luego me dice:

            —Ich Shloime. Du?

            Le digo cómo me llamo, y me pregunta:

            —¿Dónde tu madre?

            —En Italia.

            Shloime se asombra:

            —¿Judía en Italia?

            —— le explico del mejor modo que sé, —escondida, nadie lo sabe, escapar, no hablar, nadie verlo.

         Me ha entendido; ahora se pone de pie, se me acerca y me abraza tímidamente. La aventura ha terminado, y me siento lleno de una tristeza que es casi una alegría. No he vuelto a ver a Shloime, pero no he olvidado su cara grave y mansa de muchacho que me acogió en el umbral de la casa de los muertos. Ω

[1] Tomado de:
https://www.um.es/tonosdigital/znum16/secciones/teselas-2-Si%20esto%20es%20un%20hombre.htm