Lección 12
El pluralismo
Habíamos llegado al liberalismo. Antes, sin embargo, vamos a ocupamos de su antepasado, el “pluralismo”. Todo empezó a partir del momento en que se comprendió que la disensión, la diversidad de opiniones, los contrastes, no son necesariamente un mal. Indudablemente, la guerra civil y los conflictos armados entre facciones conducen a la ruina de los Estados. Pero entre una concordia forzada, por un lado, y el enfrentamiento armado, por otro, existe una amplia área intermedia de diversidad y de libertad de las ideas y de las conductas que no pone en riesgo el orden político-social, sino que, por el contrario, lo enriquece y lo dinamiza.
Entonces, ¿cuándo despuntó la idea de que en la diferencia y no en la uniformidad es donde reside el fermento y el alimento más vital para la convivencia?
Entre 1562 y 1648, ante las terribles devastaciones y crueldades de las guerras de religión, empezó a mirarse con recelo la unanimidad, y a valorarse el dissent [disentimiento] y la variedad. Y fue sobre esta revolucionaria inversión de los puntos de vista que empezó a construirse, a trancas y barrancas, la civilización liberal; y por ese camino es por el que se llega a las democracias actuales. La autocracia, los despotismos, las dictaduras, son mundos de un único color. En cambio, la democracia de los modernos es un mundo multicolor. Cuidado: únicamente la democracia liberal se estructura sobre la diversidad. Hemos sido nosotros, y no los griegos, los que descubrimos cómo construir un orden político a través de la multiplicidad.
¿Quién descubrió el pluralismo? Nadie en particular. Dado que la idea surge en la época de la Reforma protestante, es bastante obvio que nuestra mirada se centre en los reformadores, y en concreto en las sectas puritanas. Pero no es exactamente así. Sin duda, el protestantismo fragmentó, y en ese sentido pluralizó, los credos cristianos en Dios. Desde luego, a los puritanos les corresponde el mérito de haber deshecho el nudo entre lo que pertenece a Dios, la esfera de la religión, y lo que pertenece al césar, la esfera del Estado. Pero no hay que exagerar la contribución de los puritanos al descubrimiento del pluralismo.
Es cierto que ellos invocaban la libertad de conciencia y de opinión, pero la invocaban para sí mismos, porque eran minoría; para después estar totalmente dispuestos a negársela a los demás. En realidad, los puritanos eran tan intolerantes como sus enemigos, y para la mayoría de ellos “democracia” y “libertad” eran palabras y realidades despreciables. Los méritos de los puritanos en la creación del sistema de valores y creencias que a su vez generó la civilización liberal son indudables, pero en gran medida pueden adscribirse a la lista de las consecuencias imprevistas.
Es difícil, por tanto, encontrar padres “conocidos” del pluralismo. Sin embargo, podemos fijar los puntos que lo caracterizan. Primero: el pluralismo debe concebirse como una creencia de valor. Segundo: el pluralismo presupone e implica “tolerancia”; y, por tanto, se consolida negando el dogmatismo, el fideísmo y el fanatismo. Tercero: el pluralismo exige que la Iglesia esté separada del Estado y que la sociedad civil sea autónoma de ambos. El pluralismo se ve amenazado tanto por un Estado que sea el brazo secular de una Iglesia, como por un Estado que politice la sociedad. A Dios lo ·que es de Dios, al césar lo que es del césar, y a la sociedad civil, lo que no es ni de Dios ni del césar. Ésta es la visión del mundo que conduce al liberalismo y, posteriormente, a la democracia liberal.
Está claro que ésta es una visión del mundo que hasta hoy sigue siendo típicamente occidental. El islam la rechaza de manera categórica, y en África no tiene raíces de ningún tipo. Pero eso no es una buena razón para dar marcha atrás, ni tampoco para desvirtuarla.
Fuente:
Sartori,
Giovanni. La democracia en 30 lecciones. México, Taurus, 2009, pp.
63-66.