Lección 15
Liberalismo político y liberalismo económico
Liberalismo y democracia, junto con socialismo y comunismo, son las etiquetas que compendian la lucha política de los siglos XIX y XX. Una vez que hemos hablado de la libertad, es el momento de dar entrada al liberalismo.
El término liberales aparece por primera vez en España en los años 1810-1811, e indicaba a los que se oponían a la conquista napoleónica. Empieza a circular en Francia, con el vocablo libéraux, unos diez años después, pero con una connotación de desconfianza, ya que estaba asociado a los rebeldes españoles. Por último, adquiere un significado más respetable, traducido como liberal, en Inglaterra, adonde llega, sin embargo, a mediados del siglo XIX. Y la palabra «liberalismo» aparece aún más tarde. Nacer tan tardíamente –hablo de la palabra– fue una desgracia. El nombre no tuvo tiempo de arraigar, también debido a que en aquel momento la historia iniciaba su aceleración.
Además, el nombre –otra desgracia– nació en el momento equivocado, en las peores circunstancias posibles. Porque coincidió con la revolución industrial y con todas las tensiones y las crueldades que la caracterizaron.
Hoy sabemos que ninguna revolución industrial ha tenido lugar sin un alto costo humano, sin urbanización salvaje, sin explotación del proletariado industrial y sin reducción en los consumos. Lo cierto es que la transformación industrial de Occidente arrancó bajo los auspicios de la libre competencia, del laissez faire y del evangelio librecambista de la escuela de Mánchester.
La consecuencia fue que el “liberalismo” como sistema político se confundió con el “liberalismo económico” (el sistema económico de la revolución industrial), adquirió una acepción más económica que política, fue declarado burgués y capitalista, y por ello se granjeó la hostilidad granítica y perpetua del proletariado industrial.
¿Mala suerte? Sí, precisamente mala suerte. Si el término liberalismo se hubiera acuñado, digamos, en el siglo anterior, nadie habría podido atribuirle las culpas económicas que no le corresponden, y nadie habría podido confundir –como se confunde aún hoy en día– el “liberalismo político” con el “liberalismo económico”. Locke, Coke, Blackstone, Montesquieu, Constant, no fueron en absoluto los teóricos del laissez faire, sobre todo porque, en realidad, no sabían nada de economía. Ellos fueron, por el contrario, los teóricos del constitucionalismo, y la libertad de la que trataron era la libertad política.
La palabra liberalismo se malogró por otro motivo más: en algunos países aparece cuando la “cosa” ya ha caído en desgracia, como en Alemania y en parte también en Francia, y, de hecho, ni siquiera llega a establecerse en Estados Unidos. Los estadounidenses percibieron su sistema primero como una república, e inmediatamente después como una democracia. La Constitución de Estados Unidos es, de hecho, el prototipo de las constituciones liberales en el sentido propio del término, pero allí no la consideran como tal. Y se da el caso de que los liberals estadounidenses de hoy debaten sobre la noción de liberalismo en un vacío histórico casi total.
Fuente:
Sartori,
Giovanni. La democracia en 30 lecciones. México, Taurus, 2009, pp. 75-77.