La tragedia de la guardería ABC, en Hermosillo, Sonora —subrogada por el Instituto Mexicano del Seguro Social a una sociedad civil privada—, es una de las peores de las que se tenga noticia en México; 49 niñas y niños no mayores de cinco años murieron abrasados o asfixiados y 70 resultaron heridos —algunos con secuelas muy graves—, a consecuencia de un incendio que se originó en un archivo de la Secretaría de Hacienda local ubicado en el mismo edificio. En ese momento los infantes dormían la siesta.
No hay palabras para describir el horror y la pena de los padres de esos pequeños. Han sido víctimas de la peor de las pesadillas, la cual será interminable, pues durante toda su vida resentirán la pérdida que han sufrido. Desde que ocurrió aquella calamidad han exigido castigo. Para que verdaderamente se haga justicia en cualquier asunto es preciso, en primer lugar, delimitar quiénes pueden ser los culpables.
En la bodega donde se originó el incendio no había nadie. Los empleados trabajaron aquel 5 de junio de 2009 aproximadamente de las 9:00 a las 14:35 horas. Aseguran que al salir apagaron los sistemas de aire acondicionado. Alrededor de las 15 horas se sobrecalentó un sistema de enfriamiento que fundió el aluminio del motor, lo que provocó que fragmentos en llamas cayeran sobre lo archivado: cinco toneladas de documentos, placas vehiculares y tres vehículos.
El incendio se generalizó en la bodega y se propagó a la estancia infantil, donde se encontraban 176 niños y unos 50 empleados. Las llamas fundieron el polietileno aislante del techo. El área se llenó de fuego y vapores tóxicos. Se oyó una explosión y se vio una espesa columna de humo. No había salidas de emergencia óptimas. Los materiales inflamables ayudaron a que el fuego se propagara rápidamente.
En una actitud admirable, vecinos de viviendas y negocios cercanos fueron los primeros en llegar a realizar labores de rescate. Los siguieron rescatistas, paramédicos y policías. Las educadoras, sus asistentes y otros trabajadores también participaron en esa tarea. Algunos de los auxiliadores se portaron como héroes. Héctor Manuel López y su hijo Francisco hicieron boquetes en los muros chocando contra ellos una camioneta a fin de que por ahí pudieran salir más niños. López rescató a ocho.
Si hay culpables, estos serían, por omisión, los que tenían el deber y la posibilidad de evitar que una desgracia así ocurriera. Ni la bodega en la que se inició el incendio ni la guardería estaban provistas de detectores de humo y extintores. Aunque los hubiera habido en la bodega, de nada hubiesen servido en esos instantes pues, como se apuntó, a la hora del accidente todos se habían retirado. Si los hubiera habido en la estancia infantil, no hay certeza de que, dada la rapidez con que se extendieron las llamas, hubiesen sido eficaces para impedir el infortunio.
Lo que resulta claro es que las 22 mujeres consignadas por la Procuraduría General de la República —la directora, las profesoras, las trabajadoras de limpieza e incluso la madre de una de las víctimas—, que les imputa homicidios culposos, no tenían posibilidad alguna de evitar lo ocurrido. Todas ellas también fueron víctimas por el impacto sicológico del suceso, que probablemente sea permanente. Lejos de delinquir, se comportaron heroicamente en el salvamento de los chicos. ¿Se les pagará su heroísmo con la cárcel?
La Suprema Corte de Justicia consideró que al ocurrir la tragedia existía un desorden generalizado en la cesión de contratos de guarderías infantiles a particulares, y en la supervisión y protección civil de dichos espacios. La pregunta es si ese desorden fue determinante en la generación de la hecatombe.
Siempre que ocurre una catástrofe con múltiples víctimas, los deudos y un segmento considerable de la opinión pública exigen que se encuentren culpables. No en todo accidente los hay, pues no siempre el percance es previsible y evitable. De haber culpables, éstos serían los que teniendo el deber y la posibilidad de evitar los decesos y las lesiones de los niños, por negligencia no lo hubieran hecho. No es el caso de las mujeres consignadas.