Robert Louis Stevenson[2]
Cuando este texto se publique habrá transcurrido un año desde que comencé a pronunciar aquí mis sermones y me parece apropiado ahora despedirme de manera formal y conforme a la temporada. La elocuencia en las despedidas es cosa rara y, similarmente, las últimas palabras en el lecho de muerte no suelen dar el tono apropiado para la ocasión: Carlos II, hombre ingenioso y escéptico cuya vida había sido una gran lección de incredulidad humana, compañero complaciente y rey sagaz, resumió todo su ingenio y escepticismo —con una dosis de buen humor mayor de la acostumbrada— en la frase: Me temo, caballeros, que me la he pasado demasiado tiempo muriendo.
Demasiado tiempo muriendo: he aquí la mejor manera de resumir —me temo, caballeros— su vida y la mía. Las arenas del tiempo se deslizan y las horas, todas “numeradas y determinadas”, transcurren sin cesar, al igual que los días. Cuando el último día nos alcance habremos estado muriendo demasiado tiempo, ¿qué más? Sin embargo, Sigue leyendo →