En el relato Parábola del trueque, de Juan José Arreola, un mercader recorre las calles del pueblo al grito de “¡Cambio esposas viejas por nuevas!” Las transacciones se hacen a precios inexorablemente fijos. Los interesados reciben pruebas de calidad y certificados de garantía. Las mujeres, según el comerciante, son de veinticuatro quilates. Al ver la adquisición de su vecino, los hombres corren desaforados en pos del traficante. El pueblo respira una atmósfera de escándalo. Muchos quedan arruinados. Sólo un recién casado puede hacer cambio a la par, pues su esposa está flamante
Un solo hombre en el pueblo se queda en su casa con los pies clavados en el suelo, cerrando los ojos y los oídos a la oportunidad. Aunque su mujer parece tranquila, él, que la conoce, puede advertir su tenue, imperceptible palidez. Cenan en silencio, incapaces de cualquier comentario, hasta que al fin ella le pregunta por qué no la cambió. Él no puede contestarle. Los demás hombres no se separan de sus nuevas esposas, obedientes y sumisos. Él pasa por tonto y pierde los pocos amigos que tenía. Su esposa se vuelve silenciosa y retraída, pues se siente responsable de que él, al que sabe incapaz de apartar la imagen de la tentación, no tenga una mujer como los otros. Sigue leyendo