Una curiosa tendencia humana es la de resaltar con mucho mayor énfasis y vehemencia lo que marcha mal que lo que va bien. Es comprensible: lo indeseable requiere ser enmendado mientras que lo plausible sencillamente debe seguir siéndolo.
¿Sencillamente? Para que las cosas aceptables continúen así es necesario tomar las medidas para que no se deterioren, pues en la vida nada garantiza que el éxito sea permanente. Además, como la realidad no es una fotografía inmóvil, lo bueno hay que mejorarlo continuamente para que no pierda esa calidad. Es como una bicicleta que va subiendo a buen ritmo una pendiente: si se deja de pedalear la bici no se queda inmóvil en el punto en que cesó el pedaleo, sino que rueda hacia abajo.
Pensaba en eso mientras leía el más reciente informe de Latinobarómetro, que da cuenta de que en América Latina apenas poco más de la mitad de los ciudadanos consultados, 53%, se muestra partidaria del régimen democrático, dato inquietante, pues la alternativa a la democracia es la autocracia —forma de gobierno en la que la voluntad de una sola persona o un grupo reducido de personas es la suprema ley—. ¡Vade retro, Satanás!
La fundación alemana Bertelsmann Stiftung ha realizado un análisis sumamente interesante de los datos del informe. “Revela signos de aumento de un síndrome por el que las élites políticas no logran ofrecer soluciones satisfactorias”, observa la fundación alemana. La crisis de confianza —subraya— está empezando a erosionar la legitimidad de los gobiernos latinoamericanos. Más aún: “En Latinoamérica la insatisfacción con el funcionamiento de la democracia está amenazando con mutar en un descontento de la democracia como tal”.
La fundación clasifica a 21 países tomados como muestra en el estudio. Solamente cinco son democracias consolidadas: Argentina, Costa Rica, Chile, Jamaica y Uruguay. Nueve son democracias imperfectas: Bolivia, Brasil, Colombia, El Salvador, México, Panamá, Paraguay, Perú y República Dominicana. Tres son democracias altamente imperfectas: Ecuador, Guatemala y Honduras. Las autocracias las divide en moderadas, Haití y Nicaragua, y las de línea dura: Cuba y Venezuela.
De las diferentes razones del desencanto, el estudio destaca el estancamiento económico generalizado desde 2010, del que apenas la región empieza a salir, y la violencia.
Respecto de la primera razón, el análisis señala: “El modelo económico liberal está amenazado por el prolongado estancamiento de graves consecuencias sociales. Esto es así porque los principales problemas de América Latina siguen sin ser resueltos —dependencia de las exportaciones de materias primas, baja productividad y altos niveles de desigualdad— y se ven exacerbados por la disparidad educativa, que frena el desarrollo”.
En cuanto a la segunda razón, la fundación recuerda que los 21 países de Latinoamérica se encuentran, si se excluyen las zonas de guerra, entre los 25 con mayor tasa de homicidios del mundo, y 43 de las ciudades de esos países están entre las 50 más violentas.
Nadie puede poner en duda que esos dos factores del sentimiento de frustración son de gran relevancia, pues afectan desfavorablemente de manera muy importante la calidad de vida de los habitantes de amplios segmentos de la población. La pobreza, la ausencia de horizontes promisorios y la exorbitante tasa de homicidios inciden dramáticamente en las condiciones de existencia de quienes las sufren. Sin embargo, la desafección por la democracia parece la actitud de quien quiere vaciar el agua sucia de la tina con todo y el niño. ¿Es la democracia culpable de los factores apuntados? Claramente no: basta voltear a ver lo que sucede en Venezuela, que a partir del chavismo se encuentra en una espiral ascendente de miseria, carencias y asesinatos.
¿Y México? En múltiples mensajes de las redes sociales y en numerosas conversaciones se dice y se repite que jamás habíamos estado tan mal como ahora, que peor ya no podemos estar. ¿Es eso verdad? La única manera de responder con seriedad es acudiendo a los datos de realidad. Todo lo demás es percepción errada o tergiversación.