Niños maltratados

El maltrato a los niños por parte de padres, tutores, maestros, e incluso tíos y hermanos mayores ha sido una realidad persistente, institucionalmente admitida en todo el mundo, por lo menos, hasta fines del siglo XIX.

Ese maltrato se justificó por la creencia de que los castigos severos eran necesarios para mantener la disciplina, inculcar decisiones educativas y expulsar a los malos espíritus. Padres, maestros y sacerdotes han creído que la cura de la insensatez, que se alberga en el corazón de un niño, es la represión a palos. La máxima “la letra con sangre entra” ni siquiera era discutida.

El síndrome del niño golpeado fue descrito por primera vez en 1868 por Ambroise Tardieu, catedrático de Medicina Forense en París. Se basó en hallazgos espeluznantes obtenidos en las necropsias. Describió 32 niños golpeados o quemados hasta la muerte. La Sociedad para la Prevención de la Crueldad con los Niños fue fundada en la ciudad de Nueva York en 1871. Siguiendo su ejemplo, se constituyeron varias asociaciones con objetivos similares en diversas partes de Estados Unidos y la Gran Bretaña, las cuales jugaron un papel de la mayor importancia en la gestación de la conciencia de que los niños, seres frágiles e indefensos, por más que sean traviesos, rebeldes o inaplicados, deben ser tratados con humanidad.

No obstante, todavía hasta 1983 en los códigos penales mexicanos se justificaba como ejercicio de un derecho y, por tanto, no era delito, la acción de infligir lesiones a un hijo menor con el propósito de corregirlo siempre y cuando no pusieran en peligro la vida y tardaran en sanar menos de 15 días. Esas lesiones eran denominadas levísimas en los libros de derecho penal. Sin embargo, algunas que encuadraban en esa clasificación podían ser sumamente dolorosas, por ejemplo, las quemaduras con cigarrillo o las heridas ocasionadas por una paliza a cintarazos.

La Convención sobre los Derechos del Niño, aprobada por la ONU en 1989, consagra entre los derechos de los menores el de disfrutar de protección contra los abusos y maltratos. Pero por lo visto una enorme cantidad de madres y de padres, y de madres y de padres potenciales, cree que sus hijos son de su propiedad y que, por tanto, les pueden aplicar cualquier clase de castigo.

La encuesta nacional sobre derechos humanos, discriminación y grupos vulnerables —parte del proyecto Los mexicanos vistos por sí mismos: los grandes temas nacionales, coordinado por la doctora Julia Flores, del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM— revela que tres de cada 10 mexicanos consideran que no existen límites para corregir a los hijos. Decir que no hay límites es justificar cualquier tormento con tal de que tenga la finalidad de corregir.

De quienes consideran que sí debe haber límites para corregir a los hijos, más de la mitad no estiman inadmisibles los golpes que causen dolor ni los actos o palabras que humillen, y la mitad opina que son legítimos los actos o palabras que causen angustia o temor.

Los porcentajes alcanzados por estas respuestas nos indican que un alto porcentaje de los niños mexicanos sufren en sus propios hogares castigos despiadados, propios de tiempos muy remotos, pero que persisten y se consideran válidos en amplísimas capas de la población.

El maltrato a los niños es un hábito cruel, incivilizado, cobarde, heredado de generación en generación; un acto de barbarie que produce dolor, miedo, zozobra y humillación, perpetrado por quienes más amorosamente deberían cuidar a las víctimas.

A pesar de todo, como acertadamente apuntan Ruth y Henry Kempe al final de su obra Niños maltratados: “… la situación de los niños es mejor en la actualidad que en cualquier otra época histórica. Cualquiera que lea los trabajos sobre niños maltratados física o emocionalmente o se enfrente a diario con tal clase de problemas, ha de sentirse a veces pesimista sobre si seremos algún día capaces de proporcionar a todos los niños la iniciación en la vida que se merecen. Pero es importante no infravalorar los enormes adelantos que se están realizando actualmente. No debemos, pues, desmoralizarnos ni dejar de seguir avanzando”.