Una nueva Inquisición

Un fantasma perverso recorre la causa de los derechos humanos: el fantasma de la deriva punitivista, el cual aconseja que todo señalamiento de un servidor público como responsable de violación a esos derechos, independientemente del sustento probatorio, debe culminar en una severa sentencia condenatoria.

Por supuesto, todo atropello de la autoridad contra cualquier persona amerita el castigo proporcional a la gravedad del ilícito. La impunidad atenta contra la vigencia efectiva del Estado de derecho. Pero si la acusación y la condena se hacen sin las pruebas que demuestren la culpabilidad del acusado, se estará procediendo como lo hacía la Santa Inquisición. Sigue leyendo

La recaptura

Es verdad: la recaptura de Joaquín El Chapo Guzmán no hará desaparecer el tráfico de drogas con su estela de terror, muerte y corrupción, ni hará disminuir la incidencia delictiva ni abatirá la impunidad.

Es cierto asimismo que esa aprehensión no borrará la vergüenza de las dos fugas anteriores; no servirá para frenar la devaluación del peso; no aliviará las penurias del amplio segmento de mexicanos que viven en la pobreza; no dará empleo a todos los desempleados; no conducirá a encontrar con vida a los 43 normalistas de Ayotzinapa, ni enmendará los déficits de nuestro país en educación, atención a la salud y cultura cívica. Sigue leyendo

Niños maltratados

El maltrato a los niños por parte de padres, tutores, maestros, e incluso tíos y hermanos mayores ha sido una realidad persistente, institucionalmente admitida en todo el mundo, por lo menos, hasta fines del siglo XIX.

Ese maltrato se justificó por la creencia de que los castigos severos eran necesarios para mantener la disciplina, inculcar decisiones educativas y expulsar a los malos espíritus. Padres, maestros y sacerdotes han creído que la cura de la insensatez, que se alberga en el corazón de un niño, es la represión a palos. La máxima “la letra con sangre entra” ni siquiera era discutida. Sigue leyendo

El mito del buen salvaje

Un equipo de paleoantropólogos de la Universidad de Cambridge encontró cerca del lago Turkana, en Kenia, restos de al menos 27 personas, con 10 mil años de antigüedad, que presentan, salvo dos de ellas, signos inequívocos de violencia. El hallazgo se publicó en Nature.

Varios murieron por heridas en el cráneo infligidas con flechas y otras armas. A otros les partieron las rodillas o las manos. Algunos cadáveres conservan puntas de piedra incrustadas en la cabeza. En el grupo hay hombres, mujeres —una embarazada de siete meses— y niños. Ninguno fue sepultado. Se trató de una masacre, una acción de guerra, la más antigua que se conoce, en la que los matadores no discriminaron: privaron de la vida a los enemigos sin distinciones de sexo o de edad. Sigue leyendo