El mito del buen salvaje

Un equipo de paleoantropólogos de la Universidad de Cambridge encontró cerca del lago Turkana, en Kenia, restos de al menos 27 personas, con 10 mil años de antigüedad, que presentan, salvo dos de ellas, signos inequívocos de violencia. El hallazgo se publicó en Nature.

Varios murieron por heridas en el cráneo infligidas con flechas y otras armas. A otros les partieron las rodillas o las manos. Algunos cadáveres conservan puntas de piedra incrustadas en la cabeza. En el grupo hay hombres, mujeres —una embarazada de siete meses— y niños. Ninguno fue sepultado. Se trató de una masacre, una acción de guerra, la más antigua que se conoce, en la que los matadores no discriminaron: privaron de la vida a los enemigos sin distinciones de sexo o de edad.

Hace 10 mil años los homo sapiens de la zona vivían en sociedades nómadas dedicadas a la caza y la recolección. Se ha querido idealizar esa época como una edad de oro en la que no había jefes, jerarquías ni violencia, lo que dio lugar al mito del buen salvaje. Desde el famoso texto de Cristóbal Colón en el que dice haber llegado al paraíso terrenal, se atribuyó toda clase de bondades a los naturales: seres humanos virtuosos e ingenuos. James Cook describió a los indígenas desnudos de las islas del Océano Pacífico como seres pacíficos de fácil trato.

Rousseau formuló la hipótesis del hombre natural, el cual originariamente era incorrupto, pacífico y moralmente recto. El buen salvaje vagaba por la naturaleza, carente de domicilio y en paz con sus semejantes, hasta que las terribles desigualdades sociales despertaron en los hombres la perversidad. Joseph-Marie Loaisel de Tréogate, escritor muy apreciado durante la Revolución Francesa, aseveraba que el hombre es bueno por naturaleza y es la sociedad la que lo pervierte.

El mito —que persiste hasta nuestros días— nunca se apoyó en evidencias sino en elucubraciones y ensoñaciones. La violencia extrema es habitual en sociedades actuales de cazadores y recolectores de África. Las contiendas bélicas entre esos grupos suelen ser a muerte. En proporción con el número de habitantes, se registran en esas comunidades muchos más decesos por violencia que en las sociedades industrializadas.

La antropóloga Carol Ember demostró que más del 90% de las sociedades de cazadores y recolectores se han visto enredadas en incesantes ciclos de guerras en las que la violación y la tortura son prácticas sistemáticas. El nivel de violencia se advierte en los altos indices de mortalidad masculina a causa de conflictos tribales y disputas internas.

La curva de violencia ha venido descendiendo desde finales de la Edad Media y tiene su punto de inflexión en la Ilustración. La era de la razón marca el descenso de la criminalidad, como argumenta Steven Pinker, psicólogo de la Universidad de Harvard. No obstante las carnicerías de los conflictos bélicos, sobre todo de las dos guerras mundiales, y el repunte de los homicidios dolosos en algunos países por la persecución penal de las drogas o el desgobierno, hoy en el mundo los hombres matan a su prójimo menos que nunca antes.

Jamás existió cosa tal como el buen salvaje. Los seres humanos, desde nuestros remotos ancestros hasta los actuales, llevamos en el corazón pulsiones destructivas e impulsos nobles. Los mejores son los que han logrado domeñar aquellas y cultivar éstos. Los más crueles criminales son tan humanos como los más admirables benefactores de la especie. El proceso civilizatorio nos ha permitido avanzar espiritualmente, pero no ha acabado con los violentos, los fanáticos, los abusivos.

Escribí al final de uno de mis textos juveniles que creía firmemente en el hombre innatamente bondadoso y comunitario, que no requeriría de normas coercitivas, al cual no había llegado su momento pero podían irse abriendo sus caminos. Hace tiempo dejé de creer en eso. Ahora creo que siempre se requerirán normas que conminen coactivamente con castigos las conductas dañinas. No seremos capaces de instaurar la Ciudad de Dios sobre la tierra. Pero podemos aspirar a vivir en sociedades en las que cada vez haya menos crímenes, menos abusos, menos injusticia, y más solidaridad, más bienestar y mayor seguridad.