La recaptura

Es verdad: la recaptura de Joaquín El Chapo Guzmán no hará desaparecer el tráfico de drogas con su estela de terror, muerte y corrupción, ni hará disminuir la incidencia delictiva ni abatirá la impunidad.

Es cierto asimismo que esa aprehensión no borrará la vergüenza de las dos fugas anteriores; no servirá para frenar la devaluación del peso; no aliviará las penurias del amplio segmento de mexicanos que viven en la pobreza; no dará empleo a todos los desempleados; no conducirá a encontrar con vida a los 43 normalistas de Ayotzinapa, ni enmendará los déficits de nuestro país en educación, atención a la salud y cultura cívica.

Es evidente que la detención, celebrada por la prensa del mundo y el presidente Obama, no hará mella en la incredulidad y la desconfianza, real o impostada, de un porcentaje considerable de la población, que asombrosamente parece irritada por el éxito del gobierno y en las redes sociales proclama que se trata de una maniobra para distraer a la opinión pública de los grandes problemas nacionales (¡como si el impacto de una noticia produjera efectos hipnóticos permanentes!); que El Chapo negoció su entrega con el gobierno; que ya había sido detenido anteriormente; que nunca estuvo preso en el penal de Almoloya; que nunca se fugó de allí; que el detenido no es El Chapo sino un doble o un clon o un actor enmascarado con la cara del Chapo; que El Chapo es invisible y por tanto inatrapable.

Es verdad, como apunta Sergio Sarmiento en Reforma, que El Chapo fue detenido no por ser el delincuente más buscado del mundo sino porque circulaba a exceso de velocidad en un automóvil reportado como robado. Si al salir de la alcantarilla al final del túnel por el que escapó hubiera proseguido su huida caminando para después buscar escondite en un hotelucho de mala muerte o en la guarida de alguno de sus cómplices o sicarios, tal vez hoy no estaría preso.

Y, sin embargo, con El Chapo otra vez en prisión, el gobierno federal ha pagado una deuda de honor. El segundo escape del narcotraficante lo había dejado en ridículo ante sus propios gobernados y ante el mundo. No era posible que se le fuera de la cárcel de más alta seguridad el preso más vigilado. Para que lo imposible sucediera tendrían que conjuntarse en dosis superlativas la dejadez, la imprevisión y la corrupción. El presidente había asegurado que eso no pasaría.

Portero sin suerte no es portero, aprendimos desde niños los aficionados al futbol. El portero que no alcanza un balón pero éste pega en el poste tiene la bendición de los dioses, cuyos designios son insondables para los mortales. El gobierno tuvo suerte. Durante el enfrentamiento feroz en el que varios guardaespaldas de El Chapo dieron la vida por su jefe, éste escapaba por el pasadizo que los marinos demoraron hora y media en descubrir. Emergió a la superficie algo sucio pero ileso por una salida que no estaba vigilada. Una ironía de la vida permitió que se le detuviera cuando ya se encontraba fuera del perímetro de quienes habían acudido a aprehenderle. Esa es la suerte: el azar en esta ocasión sonrió a las fuerzas de seguridad.

Si Joaquín El Chapo Guzmán Loera no hubiera sido atrapado, no faltarían los señalamientos de que las muertes producto de la balacera habían sido ejecuciones extrajudiciales y no habían servido para nada; de que no era creíble que en un enfrentamiento armado no hubiera muerto un solo marino mientras fallecían varios de sus contrincantes; de que las armas exhibidas a la prensa habían sido sembradas; de que El Chapo no se encontraba en esa casa, o se le había dejado irse una vez más mediante una suma estratosférica.

Lo conmovedor del episodio, más allá del valor simbólico de la recaptura, es que los policías que detuvieron a Joaquín El Chapo Guzmán Loera, mal pagados e infravalorados socialmente, se negaron al soborno multimillonario que les ofrecía el mayor narcotraficante del mundo y cumplieron ejemplarmente su deber. ¿Se exaltará su conducta en la película que se rodará sobre El Chapo? ¿Los entrevistarán Kate del Castillo y Sean Penn? Aunque no lo puedan creer muchos, en el fondo porque ellos mismos no se consideran capaces de una actitud como esa, hay en México servidores públicos honrados, incorruptibles.