El desafío del Estado Islámico

En julio de 2014, el Estado Islámico tomó la ciudad de Mosul, Irak y, a partir de ese momento, fue ocupando otras ciudades hasta llegar a controlar un territorio más grande que Reino Unido. Desde entonces no ha cesado el flujo de yihadistas desde diversas partes del mundo para sumarse a sus filas.

La internet es su principal instrumento para difundir su propaganda. No es un grupo con el que se pueda dialogar. Por principio, rechaza la paz, su ideal es hacer volver al mundo al siglo VII, considera legítimo exterminar a quienes no coinciden puntualmente con su interpretación del Corán y se considera a sí mismo como protagonista central del cercano fin del mundo, cuya cuenta hacia atrás se iniciará con la derrota de los ejércitos enemigos en la gran batalla que tendrá lugar, según el Profeta, en la ciudad siria de Dabiq.

En alguna ocasión el presidente Barack Obama dijo que el Estado Islámico no es islámico. Pero su inspiración, sus decisiones y sus leyes se basan en lo que denomina la profecía y el ejemplo de Mahoma. El Estado Islámico considera que el chiismo es una innovación de la doctrina islámica e innovar la interpretación del Corán es negar su perfección original, lo que es una apostasía que debe castigarse con la muerte. Esa postura supone la condena letal a 200 millones de chiíes, que son entre 10 y 15% de los musulmanes en el mundo, y a los jefes de Estado de los países musulmanes que han admitido leyes no escritas por Dios por encima de la sharía o ley islámica.

Las ejecuciones de los apóstatas son constantes y masivas. Aunque se carece de información confiable, al parecer las víctimas son sobre todo musulmanes, pues a los cristianos se les puede perdonar la vida si pagan un impuesto especial y aceptan el sometimiento.

Para Occidente, que hace mucho dejó atrás las guerras religiosas, no es fácil comprender el sustento doctrinario y las prácticas del Estado Islámico. Pero Bernard Haykel, el mayor experto en teología de esa organización, ha explicado que las filas del Estado Islámico están impregnadas de fuerza religiosa. Las citas del Corán son frecuentes. Las afirmaciones de que el Estado Islámico ha tergiversado los textos del islam —advierte Haykel— son absurdas: “El islam es lo que hacen los musulmanes, cómo interpretan los textos”.

Sus combatientes han retrocedido al primer islam y reproducen literalmente sus normas bélicas, entre las cuales algunas prefieren no ser reconocidas por los musulmanes civilizados. Son soldados —dictamina Haykel— que “se sitúan en el corazón de la tradición medieval y la aplican sin fisuras en el presente”. Han revivido minuciosa y obsesivamente tradiciones que llevaban siglos olvidadas. De ahí que el califato siga reduciendo a la esclavitud o crucificando a quienes ve como sus enemigos. “Conquistaremos vuestra Roma, romperemos vuestras cruces y esclavizaremos a vuestras mujeres”. El mensaje no podía ser más claro e inequívoco.

El costo humano de la existencia del Estado Islámico ha sido espantoso. Los atentados en Europa han ocasionado decenas de víctimas. Mucho más numerosos son los musulmanes asesinados y las musulmanas sometidas a la esclavitud sexual en las ciudades conquistadas.

Los bombardeos no han arrebatado al Estado Islámico sus posesiones territoriales, pero han impedido el ataque a Bagdad y Erbil con las consecuentes matanzas de chiíes y kurdos en esas ciudades. Como observa Graeme Wood (de cuyo artículo en The Atlantic se han servido estas líneas), ocupar los territorios de Siria e Irak que están bajo su poder desharía el embrujo sobre sus seguidores, pues sin territorio no hay califato. Probablemente, Estados Unidos no ha querido desplegar tropas para combatir en tierra por el recuerdo de los malos resultados en campañas anteriores. Previsiblemente la contienda será larga.

Advierte Savater: “… resulta asombrosa la afición que algunos de nuestros semejantes muestran por asesinar al prójimo, incluso con refinamientos atroces, y luego enorgullecerse de ello como si se tratara de una hazaña”. Derrotar al Estado Islámico es un imperativo ético tan importante como fue vencer a Hitler.