A los abogados y los demás
profesionistas: rescatemos
la ética profesional1, 2

Timothy Snyder

Cuando los líderes políticos ponen el mal ejemplo, el compromiso profesional de hacer lo que es justo se vuelve más importante. Es difícil torcer el cumplimiento de las leyes sin ayuda de los abogados o convertir los procesos judiciales en un espectáculo sin la colaboración de los jueces. Los autoritarios necesitan servidores públicos obedientes, y los directores de los campos de concentración buscan empresarios interesados en mano de obra barata.

            Antes de la Segunda Guerra Mundial, un hombre llamado Hans Frank era el abogado personal de Hitler. Después de que Alemania invadió Polonia en 1939, Frank se convirtió en el gobernador general de la Polonia ocupada, una colonia alemana en la que millones de judíos y otros ciudadanos polacos fueron asesinados. Alguna vez, Frank presumió de que no había árboles suficientes para fabricar el papel de los carteles que se necesitaban para anunciar todas las ejecuciones. Él afirmaba que la ley estaba para servir a la raza, y que, entonces, lo que fuera bueno para la raza era bueno para la ley. Con argumentos como éste, los abogados alemanes podían convencerse a sí mismos de que las leyes y los reglamentos existían para servir a sus proyectos de conquista y destrucción en lugar de estar para entorpecerlos.

            El hombre que eligió Hitler para supervisar la anexión de Austria a Alemania, Arthur Seyss-Inquart, era un abogado que más tarde dirigió la ocupación de Países Bajos. Los abogados eran amplia mayoría entre los comandantes de los Einsatzgruppen [Grupos de Ataque], las fuerzas de tarea especiales que llevaban a cabo las matanzas masivas de judíos, gitanos, élites polacas, comunistas, personas discapacitadas y otros. Médicos alemanes (y de otras nacionalidades) participaron en espantosos experimentos realizados en los campos de concentración. Empresarios de “I.G. Farben” y otras compañías alemanas explotaron el trabajo de los detenidos de los campos de concentración, los judíos de los guetos y los prisioneros de guerra. Servidores públicos, desde secretarios de estado hasta secretarias, supervisaron y registraron esas atrocidades.

            Si los abogados hubiesen respetado la norma de no privar de la vida sin juicio; si los médicos hubiesen cumplido la regla de no practicar cirugías sin el consentimiento del paciente; si los burócratas hubiesen rechazado tramitar documentos relativos a los asesinatos, entonces al régimen nazi se le habría hecho mucho más difícil cometer las atrocidades por las que lo recordamos.

            Los profesionistas pueden establecer formas de diálogo ético que no son posibles entre un individuo aislado y un gobierno distante. Si los miembros de las profesiones se consideraran a sí mismos como grupos con intereses comunes, con normas y reglas que los obligan permanentemente, entonces podrían ganarse la confianza social y, desde luego, influencia política. La ética profesional puede guiarnos precisamente cuando estamos en una situación excepcional. No debe haber tal cosa como “sólo obedecí órdenes”. Si los profesionistas confunden su ética específica con las emociones del momento, entonces podrían ponerse a decir o a hacer cosas que antes les habrían parecido inaceptables. Ω

[1] Cap. 5 del libro On Tyranny. Twenty Lessons from the Twentieth CenturySobre la tiranía. Veinte lecciones del siglo XX— (Timothy Snyder. Tim Duggan Books. Nueva York. 2017. p. 38 y sigs.). Traducción de Jose A. Aguilar V.

[2] En el original, el título del cap. 5 es: Remember professional ethics (Recordemos la ética profesional).