La bruja1 Un estudio de las supersticiones en la Edad Media

(La bruja, según la Enciclopedia Británica, es la obra más importante sobre supersticiones medievales que se haya escrito. Su autor, el famoso historiador francés Jules Michelet, se basó para componerla en textos de autores antiguos respetados, en los manuales de los propios inquisidores y, sobre todo, en las actas judiciales y los procesos publicados. Reproducimos aquí la ‘Introducción’<p. 29-41> y el capítulo II del libro segundo ‘El martillo de las brujas <p. 171-18>). Nota del editor.)

INTRODUCCIÓN

Sprenger ha dicho (antes de 1500): «Hay que hablar de la herejía de las brujas y no de los brujos, porque estos cuentan poco». Y otro escritor de la época de Luis XIII añadiría: «Por un brujo hay diez mil brujas».

«La Naturaleza las ha hecho hechiceras». Es su propio genio, su temperamento femenino. La mujer nace ya hada. En los periodos de exaltación, que se suceden regularmente se convierte en Sibila. Por amor, en maga. Por su agudeza, su astucia (a menudo fantástica y bienhechora) es una Bruja hechicera que atrae la buena suerte, o por lo menos, alivia las desgracias.

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La zarpa1

José Emilio Pacheco

Padre, las cosas que habrá oído en el confesionario y aquí en la sacristía… Usted es joven, es hombre. Le será difícil entenderme. No sabe cuánto me apena quitarle tiempo con mis problemas, pero ¿a quién si no a usted puedo confiarme? De verdad no sé cómo empezar. Es pecado alegrarse del mal ajeno. Todos lo cometemos ¿no es cierto? Fíjese usted cuando hay un accidente, un crimen, un incendio. Qué alegría sienten los demás porque no fue para ellos al menos una entre tantas desgracias de este mundo.

Usted no es de aquí, padre, no conoció México cuando era una ciudad pequeña, preciosa, muy cómoda, no la monstruosidad que padecemos ahora en 1971. Entonces nacíamos y moríamos en el mismo sitio sin cambiarnos nunca de barrio. Éramos de San Rafael, de Santa María, de la colonia Roma. Nada volverá a ser igual… Perdone, estoy divagando. No tengo a nadie con quién hablar y cuando me suelto… Ay, padre, qué vergüenza, si supera, jamás me había atrevido a contarle esto a nadie, ni a usted. Pero ya estoy aquí. Después me sentiré más tranquila.

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Oración de un desocupado

Padre,
desde los cielos bájate, he olvidado
las oraciones que me enseñó la abuela,
pobrecita, ella reposa ahora,
no tiene que lavar, limpiar, no tiene
que preocuparse andando el día por la ropa,
no tiene que velar la noche, pena y pena,
rezar, pedirte cosas, rezongarte dulcemente.
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