La manifestación

En cuanto le pido que me lleve al monumento del Ángel de la Independencia, el taxista entiende que voy a la manifestación contra la política del Presidente y me dice: “Yo voté por López Obrador y estoy muy arrepentido”.

            Me cuenta que su mujer, enferma de cáncer, recibía quimioterapia brindada por el Seguro Popular hasta que un día fueron recibidos con la amarga noticia de que ya no era posible seguir proporcionándosela sin costo y que ellos mismos tendrían que adquirir los medicamentos.

            Como el precio era altísimo, tuvo que vender sus dos automóviles, pero ningún dinero alcanzaba para continuar el tratamiento. Su esposa murió hace seis meses.

            Hacía varios años que no acudía a una marcha. El ambiente es festivo. Decenas de miles de mujeres y hombres de todas las edades, notoriamente de diversas clases sociales, caminamos sobre Paseo de la Reforma. A diferencia de las marchas organizadas por algún partido o alguna ONG, en las cuales los gritos y las pancartas de los manifestantes son ideados por los organizadores, ahora los lemas coreados, las mantas y las cartulinas son producto de la propia creatividad de los participantes.

            Por tanto, lo que se vocea no son los eternos lugares comunes de esta clase de actos.

            Eso le da una fresca originalidad a éste.

            El Presidente hizo una interesante declaración: dijo que esa manifestación estuvo integrada por conservadores disfrazados de ciudadanos, y que esos conservadores se están quitando las máscaras. Así pues, de acuerdo con el juicio presidencial, decenas de miles se pusieron disfraz de ciudadanía. Demasiados disfraces, ¿no?

            Sólo son ciudadanos, según López Obrador, los que lo apoyan incondicionalmente. Sólo esos incondicionales conforman el pueblo bueno. Los demás no merecen consideración alguna: sólo ameritan denuestos.

            Es notable cómo se mezclan la molestia y la alegría de los manifestantes. La indignación por el daño que se le está haciendo al país no excluye el entusiasmo de estar aquí, de levantar la voz, de atreverse. Casi ninguno de los presentes milita en algún partido o alguna organización.

            Como la inmensa mayoría de la población, son ciudadanos no habituados a las marchas ni a los mítines.

            Aprovechan los domingos para levantarse más tarde, desayunar con más calma, descansar, leer, andar en bici, salir a pasear, convivir con la familia.

            Hoy están en la calle manifestando su inconformidad, su oposición a que el país se siga destruyendo, al capricho de Santa Lucía, a los abrazos para los delincuentes, a la pérdida de empleos, al hundimiento de la economía, al grave deterioro de los servicios públicos de salud, a que la educación de los niños menos favorecidos se deje en manos de la mafia sindical, a que se capturen las instituciones esenciales en la construcción de la democracia mexicana.

            Una mujer de edad avanzada me dice: “Ojalá logremos algo”. Le respondo que ya es un logro estar dando la lucha, que lo peor sería darnos por vencidos sin pelear, que en decenas de ciudades del país también están protestando, que esta concentración no fue por la convocatoria de un partido, sino a través de las redes o de oído en oído, y que, en cambio, en varias entidades se obligó a los burócratas a asistir al Zócalo, se les dio una torta y vinieron en autobuses provistos por las autoridades.

            A la primera marcha convocada como la de ahora asistió apenas un reducido puñado de personas. A la de ahora, como ya apunté, han acudido decenas de miles. Nadie viene acarreado. Quienes hemos venido estamos aquí por convicción. Es importante que seamos muchos y que eso se sepa por el efecto que seguramente tendrá la numerosa participación.

            El entusiasmo, el empuje y la determinación suelen ser contagiosos.

            Una gran manta exhibe las siglas de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, la Comisión Nacional de los Derechos Humanos y otros organismos autónomos sobre sendos féretros y bajo un inmenso moño negro. Una exigencia reiterada a lo largo de la marcha: “¡No toquen al INE!”. La manifestación no es sólo para protestar por lo que está sucediendo, sino para oponerse firmemente a las amenazas al régimen democrático.

            Extrañamente, el estupendo discurso de Beatriz Pagés en el mitin no ha sido mencionado en los medios. Lo concluyó advirtiendo que el país es de todos los mexicanos, no de un solo hombre.

Austeridad fementida

¿De verdad se trata de evitar gastos superfluos para ahorrar todo lo posible y de esa manera, con lo ahorrado, atender las ingentes necesidades de los mexicanos desfavorecidos económicamente? ¿Es cierto el lema adoptado por el presidente de la República de por el bien de todos, primero los pobres, con el que se da a entender que al combatirse la pobreza se lucha contra injusticias que dan lugar a tensiones sociales que pueden generar discordia? ¿Es auténtica y tiene ese fin la política de austeridad que proclama el gobierno?

            Pues lean esto, amables lectoras y lectores: el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) gastó más de 10 millones de pesos —sí, leyeron bien: más de 10 millones de pesos—, solamente entre julio y septiembre de este año para financiar las visitas que hizo durante ese lapso el Presidente de la República a los hospitales rurales del país (Reforma, 9 de diciembre). La información abarca únicamente hasta el 26 de septiembre y el recorrido presidencial tuvo lugar del 5 de julio al 18 de octubre, de donde se advierte que lo erogado por el IMSS durante la totalidad de la gira es mayor aun que la cantidad señalada.

            La multimillonaria erogación se empleó en gastos de transportación de funcionarios públicos a los sitios visitados por el Presidente: boletos de avión, gasolina de vehículos y pago de peaje, así como en viáticos, templetes, carpas, vallas, sillas, lonas, equipo de audio y video. La Unidad del Programa IMSS Bienestar, encargada de atender a los habitantes de bajos recursos, hizo la mayor aportación: 9 millones 674 mil 966 pesos. El resto fue pagado por la Dirección de Vinculación Institucional y Evaluación de Delegaciones Estatales del IMSS.

            En sus visitas, los directores de los hospitales rurales del programa IMSS Bienestar informaron al Presidente de las graves carencias que sufren sus centros de salud, las cuales incluyen obsolescencia del equipo médico, escasez de medicamentos y de personal, falta de médicos especialistas y deficiencias de la infraestructura física hospitalaria. Esa penuria, por supuesto, impide o por lo menos obstaculiza un servicio de calidad.

            Claro que, para subsanarlas, es importante que el Presidente, el secretario de Salud, el director del IMSS y el secretario de Hacienda estén al tanto de las insuficiencias de los hospitales. Pero, miren ustedes, para enterarse de esa precariedad el Presidente realizó una onerosísima gira no obstante que podía haberse enterado de ella sin siquiera levantarse de su escritorio en Palacio Nacional: le bastaba —prodigio de la revolución informática que estamos viviendo— con solicitar a los directores de los nosocomios un informe en el que se detallaran los requerimientos de cada uno de éstos.

            En esta época de internet, por vía de correo electrónico es posible informarse de lo que sucede en los sitios más remotos sin necesidad de viajar a ellos. Basta con escribir unos cuantos caracteres para obtener la información correspondiente. Si el Presidente hubiese optado por esta vía, se habría ahorrado una buena suma de millones de pesos, con los cuales seguramente se podrían remediar o paliar algunas de las carencias, insuficiencias o deficiencias de los centros hospitalarios.

            ¿Es admisible éticamente que al tiempo que los servicios públicos de salud se deterioran dramáticamente en perjuicio de millones de mexicanos —sobre todo de los más pobres, quienes no tienen la posibilidad de acudir a médicos o sanatorios privados— se malgasten más de 10 millones de pesos en un tour innecesario salvo para que el Presidente se tome la foto en cada uno de los hospitales rurales visitados?

            El IMSS presta servicios de la mayor relevancia. Su misión es proteger la salud, el bien más importante, previniendo y curando enfermedades, además de brindar protección social a los trabajadores y sus familias. Es mucho y muy meritorio lo que hace, pero también es mucho lo que deja de hacer o hace deficientemente por la exigüidad en que se desenvuelven sus tareas. No es aceptable que dedique parte de sus recursos a actos de propaganda política y culto a la personalidad.

            Pero la supuesta austeridad quedó desmentida desde el principio del actual gobierno, pues al cancelarse la obra del nuevo aeropuerto se tiraron a la basura cientos de miles de millones de pesos.

Premios

La decisión de la Academia Sueca de entregar el Premio Nobel de Literatura al escritor austriaco Peter Handke ocasionó la indignación de importantes autores, entre ellos Salman Rushdie, y la reprobación del PEN-Internacional y de víctimas del genocidio en Bosnia-Herzegovina. El motivo son los escritos y declaraciones de Handke sobre las guerras balcánicas de los años noventa y sus gestos hacia Slobodan Milošević, quien fuera presidente de Serbia y falleciera en una celda de La Haya mientras se le juzgaba por crímenes de guerra, crímenes contra la humanidad y genocidio.

            “Me chocó que se premiase a alguien que fue amigo de Slobodan Milošević y ha dedicado su carrera a defender a un enemigo de masas”, ha declarado Emir Suljagić, director del Memorial de Srebrenica, donde en julio de 1995 las tropas del general serbobosnio Ratko Mladić asesinaron a 8,372 varones musulmanes. Por su parte, Gun-Britt Sundström renunció al Comité del Nobel, encargado de seleccionar a los candidatos, y el escritor e historiador sueco Peter Englund, integrante de la Academia, anunció que no asistiría a la ceremonia de premiación.

            Alfred Nobel dejó dicho en su testamento que el premio debía recaer en “quien haya producido en el terreno literario la obra más destacada de una tendencia idealista”. Desde hace 118 años, cuando el Nobel de Literatura se concedió por primera vez, los académicos se han preguntado por el significado del término “idealista”. ¿La tendencia idealista hace referencia a una literatura no ideologizada o, por el contrario, quiere decir comprometida con una causa que se considera plausible? ¿La obra idealista es la que revela los ideales del autor? ¿Pero todos los ideales son admirables? ¿No queda claro, siniestramente claro, que ciertos ideales han ocasionado muchas muertes y enorme sufrimiento?

            Lo primero que hay que precisar es que Handke no justificó el genocidio. Se reunió con el criminal de guerra Radovan Karadžić, negó legitimidad al Tribunal Penal Internacional para los crímenes de guerra en la antigua Yugoslavia y pronunció un discurso en el entierro de Milošević, pero su postura sobre la masacre de Srebrenica no deja lugar a dudas. Hanke aseveró que el de Srebrenica es “de lejos el peor crimen contra la humanidad cometido en Europa desde la guerra”, una “venganza abominable de las fuerzas serbias”, aunque señala que estuvo precedido por otro “crimen al que conviene el término de genocidio” de las fuerzas musulmanas.

            Más allá de la discutible interpretación del escritor austriaco —crimen terrible en venganza de otro crimen terrible—, es de advertirse que en otras ocasiones se han otorgado distinciones, incluso el Nobel, a autores que han manifestado abiertamente su simpatía por dictaduras cuyos dirigentes han perseguido, encarcelado y asesinado a muchos seres humanos. Recibieron importantes galardones el francés Louis-Ferdinand Céline, admirado autor de Viaje al fin de la noche, quien escribió panfletos antisemitas y filonazis durante la ocupación de su país por las fuerzas de Hitler, y el estadunidense Ezra Pound, quien, simpatizante de Mussolini, arengó desde la radio italiana a los soldados de su país a desertar y a difundir la propaganda nazi contra los judíos, por lo cual fue recluido en un manicomio.

            La Academia Sueca decidió otorgar el Nobel al poeta chileno Pablo Neruda, apologista de Stalin y aplaudidor de la represión a escritores rusos disidentes, y a Jean Paul Sartre —quien lo rechazó—, partidario de la revolución cultural china. Como es sabido, el estalinismo y el maoísmo nada tienen que envidiar a Hitler en su furor persecutorio y asesino. Uno y otro encarcelaron o asesinaron a millones de inocentes. Otro Premio Nobel, Gabriel García Márquez, nunca dejó de manifestar su admiración a Fidel Castro, responsable de múltiples ejecuciones tras juicios sumarísimos, encarcelamiento de disidentes y una obsesiva persecución contra los homosexuales, a quienes se les confiscaron propiedades y se internó en campos de reeducación.

            Grandes novelistas, poetas, filósofos, pintores y cineastas, entre otros creadores, han asumido posturas políticas indefendibles, las cuales no restan calidad a su obra. Una pregunta difícil: ¿esas posturas —sin duda abominables— debían inhabilitarlos para ser objeto de reconocimiento público? ¡Gulp!

Curas pederastas

Durante mi infancia y mi adolescencia jamás supe de un solo caso de abuso sexual de algún sacerdote contra niñas o niños. Era inimaginable que un dignatario eclesiástico, nada menos que el portavoz de la palabra de Cristo, quien predicaba el amor y la compasión hacia los semejantes, pudiera cometer semejante bajeza, crimen tan atroz.

            Un cura, representante de Dios en la Tierra, era lo más confiable, lo más puro, lo más bueno. No había padres de familia de la fe católica que dudaran de la absoluta limpieza moral de quienes, desde el púlpito, la cátedra y el confesionario instaban a los miembros de la grey a intentar ser perfectos como el Padre celestial lo es.

            No fue sino muchos años después que se empezó a descubrir que numerosas de esas almas de Dios, esos seres iluminados indudablemente confiables, sin mácula alguna, habían perpetrado, y seguían haciéndolo, uno de los actos más abominables, un delito que ha resultado devastador para los ofendidos.

            Todo abuso contra una niña o un niño —físico o sicológico, de cualquier índole— es repugnante. El progreso del proceso civilizatorio se mide en buena medida por el trato que se da a los niños. Un infante es un ser absolutamente indefenso. Sus padres tienen la misión de protegerlo contra los innumerables males del mundo, pero los de las víctimas no podían sospechar que entre las fuentes de dichos males estuvieran los proclamados representantes de Cristo.

            Y hay de abusos a abusos. Y de entre ellos, la depredación sexual contra un pequeño es el peor abuso imaginable. Solamente un ser desprovisto de los más elementales escrúpulos humanitarios, un miserable, es capaz de perpetrar un acto de esa índole.

            “Dejad que los niños se acerquen a mí”, dijo Cristo en alusión a que los chicos representan la parte menos contaminada, la más límpida, de la humanidad, y la que requiere mayores cuidados. Los curas abusadores han aprovechado esa cercanía para inferirles un daño que, en muchas de las víctimas, ha dejado secuelas imborrables. Cómo alguien que se dice portavoz de Cristo podía haber dañado de esa forma a seres tan vulnerables, tan frágiles.

            No reprocho a ningún sacerdote que incumpla el voto de castidad, el cual impone un deber verdaderamente contra natura, un deber contra uno de los impulsos más febriles y urgentes de los humanos, propio de su condición biológica y síquica. No haría reclamo alguno al cura seductor de mujeres o de hombres siempre y cuando los seducidos sean adultos.

            Ni siquiera creo que quienes trasgreden el voto de castidad hayan sido hipócritas o falsarios al jurarlo. Me parece que muchos lo asumieron con sinceridad, pero luego fueron vencidos por la poderosa tentación erótica.

            Las flechas de Eros, ese diosecillo travieso que se divierte disparándolas, no respetan oficios, edades, estados civiles ni juramentos, y suelen ser extremadamente punzantes no solamente en el cuerpo, sino también en el alma de aquellos en los que hacen blanco.

            Esos curas incapaces de resistir el canto de sirenas tan tentadoras tienen un amplio abanico de opciones para elegir pareja permanente o fugaz. No son pocos los que han dejado el sacerdocio por tener una pareja sentimental o que continúan ejerciéndolo a pesar de que la tienen.

            Pero elegir para satisfacer su pulsión a una niña o un niño es una decisión que ameritaría que, si existiera un lugar de castigo tal, se les condenara a pasar una larga temporada en un infierno no menos terrible que el que describió Dante en su Divina Comedia.

            El informe sobre sacerdotes pederastas de los Legionarios de Cristo señala que, en sus 78 años de historia, 175 menores fueron víctimas de abuso sexual por parte de 33 de sus curas. 60 de esos abusos los cometió Marcial Maciel, fundador de la congregación.

            Como ha advertido el presidente de la Conferencia del Episcopado Mexicano, el arzobispo Rogelio Cabrera López, dicho informe omite referirse a los cómplices y encubridores de los abusos. En efecto, las autoridades eclesiásticas guardaron silencio y dejaron de sancionar y de denunciar esas conductas ignominiosas.

            Muchos de los delitos ya han prescrito y, por tanto, quedarán impunes. Pero la Iglesia católica tiene la obligación de tomar medidas para que tales abusos se prevengan y, en su caso, se castiguen como los graves delitos que son.