Donde el pueblo diga

Admitamos que, como repite frecuentemente el presidente electo, Andrés Manuel López Obrador, el pueblo es sabio, y que su sabiduría abarca complejos asuntos que no ha estudiado. Su sapiencia le habría sido otorgada por iluminación divina o sería intuitiva, por lo que seguramente es muy superior a la que se adquiere en el esforzado estudio.

            Cómo no habría de envidiarse ese saber, del que por supuesto carezco (¿será, ay de mí, que no soy parte del pueblo?). Soy capaz de escribir unas líneas como las que ahora, lectores, me hacen favor de leer ––puede escasear el talento, nunca el entusiasmo––, aprendí algo de leyes en mi paso por las aulas de la UNAM, me enteré después de algunos temas relativos a los derechos humanos, me sé las reglas del futbol (mi deporte favorito) y con cierta dificultad logro usar el sacacorchos para degustar un buen vino. Pero soy un absoluto ignorante en materias tales como la medicina, la aeronáutica, la ingeniería y muchísimas otras.

            En mis consultas médicas es la especialista la que me indica cuánta insulina debo inyectarme (soy diabético) para mantener en un nivel aceptable la glucosa. En mis infrecuentes viajes en avión confío en que el piloto sabe cómo mantener la nave en vuelo y cómo aterrizarla sin que se estrelle. Cuando mi automóvil necesita servicio dejo en manos de los mecánicos las adecuaciones y arreglos que deben hacérsele. No soy sabio en todas las disciplinas. Mejor dicho: no lo soy en ninguna, pero de la gran mayoría desconozco absolutamente todo.

            Pero volvamos al principio, al axioma de que el pueblo es tan sabio que puede decidir lo que debe hacerse en cualquier tema en que sea consultado. Sus decisiones serán acertadas no sólo en asuntos políticos, sino en todo lo que se ponga a su consideración. Por eso, será el pueblo sapiente e iluminado el que decida un asunto tan importante como el relativo a si se concluyen las obras del Nuevo Aeropuerto Internacional en Texcoco o se cancelan y se opta por Santa Lucía. Supongo que podemos estar tranquilos: lo que el pueblo decida será lo mejor para los pilotos, los controladores aéreos, los pasajeros y el país: ¿no es verdad que la voz del pueblo es la voz de Dios?

            Pero hay un pequeño detalle: tal como se planea la consulta, en realidad el pueblo no será consultado. Las casillas de votación se instalarán solamente en una minoría de los municipios del país —¡menos de la cuarta parte!—, escogidos por los organizadores sin explicar el criterio de la selección, y en el más optimista de los supuestos votará el 0.5% de los ciudadanos mexicanos (sí, uno de cada 200). Entonces, el pueblo, lo que se dice el pueblo, no va a decidir: lo hará apenas una mínima parte del pueblo, insignificante porcentualmente.

            Otro pequeño detalle: la votación no tendrá garantía alguna de limpieza e imparcialidad, pues no será organizada ni controlada ni computada por el Instituto Nacional Electoral (INE). Estará a cargo de quienes en todos los foros sobre el objeto de la consulta han rechazado —no obstante, los estudios técnicos de autoridades mundiales en la materia, la inversión realizada, los beneficios económicos y turísticos, y los cientos de miles de empleos que se generarían— que continúe construyéndose el aeropuerto en Texcoco. Es decir, todos sabemos que el árbitro ha tomado partido desde antes de que empiece el juego.

            Un detalle más: en el bando de detractores del nuevo aeropuerto en Texcoco no todos han actuado con honestidad. Javier Jiménez Espriú, anunciado como próximo secretario de Comunicaciones y Transportes, aseguró que la Organización de Aviación Civil internacional (OACI) avala la opción de Santa Lucía. La OACI se vio obligada a desmentirlo: en una carta al Presidente electo aclaró que en un horizonte de 30 años esa opción es claramente insuficiente, y que “la más adecuada es la construcción de un nuevo aeropuerto internacional para la Ciudad de México en el emplazamiento de Texcoco”. ¿Nos quiso engañar don Javier sólo por complacer a su inminente jefe o asimismo nos quiso hacer bobos por su cercanía con el contratista Riobóo?

            ¿Y ese silencio de comentaristas que hasta hace poco fulminaban todo engaño o corruptela perpetrados desde el poder?