La causalidad del crimen incomprensible

Cada que ocurre un crimen que horroriza o asombra a todos —como el del Colegio Americano de Monterrey— no faltan los analistas que señalan que esos sucesos no se dan en el vacío, que son el espejo de la sociedad en que tienen lugar, que las estructuras sociales son corresponsables de la tragedia.

El libro One of us. The story of Andres Breivik and the massacre in Norway (Uno de nosotros. La historia de Anders Breivik y la masacre en Noruega), de Asne Seierstad, aborda el múltiple asesinato llevado a cabo por Breivik en Noruega el 22 de julio de 2011. Ese día, Breivik mató a 77 personas, 69 de ellas jóvenes que estaban en un campamento. Seierstad revela aspectos interesantes de la biografía del autor de la matanza: su niñez, su familia, su educación, y hace referencia al contexto social que le tocó vivir.

            Nadie vive fuera de la comunidad y el grupo social que el azar le asigna. Desde luego, las circunstancias sociales influyen en el curso de la existencia y en las conductas de cada uno de los miembros de la comunidad. Por supuesto, los grandes criminales —como los grandes artistas, los sabios, los héroes y los santos— no son ajenos a la sociedad en que discurren sus vidas sino parte de ella.

            Pero de ahí no se sigue que la sociedad haya determinado las acciones de los criminales, los artistas, los sabios, los santos, los héroes o de cualquier otro integrante del grupo social. Una trampa argumentativa en que ha incurrido la sociología criminal es la de examinar el proceder de un sujeto haciendo un flash back de las condiciones sociales en que se desarrolló y los episodios difíciles de su vida para concluir que tales condiciones y episodios lo llevaron a actuar de la manera en que lo hizo.

            Ese examen se hace —no podría ser de otra manera— a posteriori, acomodando las vivencias del sujeto de tal modo que el conjunto de ellas aparezca como la causa eficiente de lo sucedido. Pero a priori nadie se hubiera atrevido a decir que un individuo que ha vivido en ciertas circunstancias se convertiría en un criminal. Así como nadie nace delincuente, nadie tampoco es convertido fatalmente en delincuente por el escenario social en que transcurren sus días.

            En las sociedades más pobres y atrasadas tanto como en las más ricas y avanzadas, de cuando en cuando se han producido hechos criminales terribles. Sí, quien los ha cometido es uno de nosotros —como lo dice el título del libro de Seierstad— no un extraterrestre ni una bestia. Pero millones de personas cuyas vidas han discurrido en circunstancias similares a las del criminal no se convierten en criminales.

            Algo parecido podemos decir de los artistas, los sabios, los héroes y los santos. Se trata de seres extraordinarios cuyo quehacer alcanza niveles de excelencia humana. Pero no todos los que crecieron en circunstancias similares a las de ellos —familia, educación, satisfactores— llegan a esa cumbre de calidad humana. Sólo unos cuantos, unos cuantos entre millones.

            Las razones por las que un individuo transita del comportamiento acorde con la vocación humana de convivencia a la ferocidad destructiva de sus semejantes son enigmáticas. Esa ferocidad nos produce tal estupefacción y tal espanto que no nos resignamos a dejarla inexplicada. Algún motivo debe haber que nos haga comprensible una conducta monstruosa. Y como las sociedades son imperfectas y ha sido una perdurable moda intelectual responsabilizarlas de las conductas individuales, tenemos en ellas el blanco inmejorable de la culpabilidad.

            En 1980, el politólogo marxista francés Louis Althusser, pensador mundialmente respetado, estranguló a su esposa Hélène —con quien mantenía una buena relación— mientras le daba un masaje relajante. Dijo que no tenía motivo alguno para hacerlo, que no sabía por qué lo había hecho. De inmediato llovieron las interpretaciones sobre el porqué. Todas ellas volviendo la mirada hacia atrás, a lo que había sido su vida. Sin embargo, nada en su biografía hacía presagiar su acción.

            El crimen monstruoso o incomprensible será siempre un escándalo inaudito porque parece desmentir la sociabilidad de los seres humanos y porque las explicaciones que intentemos nos dejarán íntimamente insatisfechos.