Las servidumbres ideológicas

“No son islamistas”, nos dicen los relativistas bienpensantes, para quienes todas las culturas tienen el mismo valor y todas las creencias son respetables, “sino que distorsionan los textos del Corán”.

            Pero el Estado Islámico toma en forma literal enseñanzas y preceptos del libro sagrado, para justificar la esclavitud, la crucifixión y las decapitaciones. “Conquistaremos vuestra Roma, romperemos vuestras cruces y esclavizaremos a vuestras mujeres”, prometió Abu Mohamed al Adnani, su portavoz principal, en un mensaje dirigido a Occidente.

            La Santa Inquisición también se basó en libros sagrados, los del Antiguo Testamento, para enviar a la hoguera a decenas de miles de personas. La apostasía, la blasfemia, la herejía, la ebriedad, la homosexualidad, el adulterio, el trabajo en días de guardar y muchas otras desviaciones eran pecados nefandos. Con especial saña se persiguió a las brujas, mujeres acusadas, básicamente, porque los sacerdotes envidiaban que supieran curar y hablaran con los antiguos dioses paganos, pues sentían que les disputaban el poder, y las deseaban con ardor y frustración, pues el voto de castidad veda a los religiosos los divinos placeres eróticos. ¿Podría negarse que los inquisidores eran cristianos? Felizmente, a diferencia del islam, el cristianismo se reformó, por lo que puede convivir con otras creencias en una sociedad laica.

            “Es que no eran o no son auténticamente de izquierda”, se ha dicho de gobernantes u organizaciones de ese signo político que han incurrido en abusos de poder, corruptelas, deshonestidades o crímenes terribles. ¿No eran de izquierda Stalin, Mao Tse Tung y Pol Pot, los regímenes de Europa Central y Europa del Este, Sendero Luminoso y las FARC; no lo son los gobernantes de Corea del Norte, los hermanos Castro y Maduro, el PRD y Morena en México?   “Yo votaría por una verdadera izquierda”, aseveran ciertos ciudadanos mexicanos que saben indefendibles las imposturas, las incongruencias y las fechorías de gobiernos y su partido que en la Ciudad de México fraguaron falsas acusaciones penales, extorsionaron a empresarios, no acudieron en auxilio de los policías linchados ante las cámaras de televisión en Tláhuac y justificaron los linchamientos en nombre de los usos y costumbres del pueblo bueno, violaron amparos, provocaron la muerte de varios jóvenes al ir a extorsionarlos a una discoteca, se sirvieron con la cuchara grande de la corrupción en la Línea 12 del Metro y callan ante los atropellos de los regímenes autoproclamados antiimperialistas. Pero esas incoherencias y tropelías son obra de la izquierda realmente existente. Ser de izquierda no es una vacuna que prevenga de cometer iniquidades y perversidades.

            A lo largo de la historia las ideologías han producido servidumbres intelectuales y morales. Por eso, Marx las calificaba como falsas concepciones de la realidad, aunque él mismo erigió la suya. Con la caída del Muro de Berlín y el efecto dominó que produjo, muchos quedaron en la orfandad doctrinaria. Les había sido arrebatada su fe, hasta entonces inconmovible y sin fisuras. Lo que siempre habían negado o soslayado como propaganda del imperialismo era incontrovertiblemente una realidad atroz: en los llamados sistemas socialistas la opresión era asfixiante. Se tenía que reconocer lo evidente o abandonarse en brazos de la esquizofrenia.

            Pero, entonces, ¿qué ideal defender? Aquel que busca lo que nos hace más humanos, el que se aviene con nuestra dignidad: los derechos humanos, que posibilitan el libre arbitrio para conducir la propia vida, el derecho a ser, incompatible con la intolerancia, con cualquier persecución basada en una ideología impuesta, religiosa o no. Para su concreción es preciso que se respeten nuestras libertades públicas y privadas, con el límite inviolable de que al ejercerlas no pasemos por encima de las de los demás y que tengamos la oportunidad de atender nuestras necesidades espirituales y materiales, cuya satisfacción es indispensable para librarnos de las coacciones de la miseria.

            “Toda ética que ordena la reclusión perpetua de nuestro albedrío dentro de un sistema cerrado de valores —dictaminó José Ortega y Gasset en Meditaciones del Quijote— es ipso facto perversa”.