¿Matrimonio natural?

Me parece absurda la rabiosa oposición al matrimonio entre personas del mismo sexo por la sencilla razón de que la admisión en la ley de esa unión conyugal no hace daño a nadie.

            No resiste el menor análisis la aseveración de que ese connubio afectaría desfavorablemente a la familia. Si los homosexuales se casan entre sí, las familias formadas por hombre y mujer seguirán su convivencia ––buena o mala–– sin que en su relación influya en lo más mínimo que personas de preferencias sexuales diferentes tengan derecho a las nupcias.

            Los creyentes heterosexuales tienen derecho a expresar su desacuerdo con las relaciones homosexuales. También con la herejía, el ateísmo, la blasfemia, la inasistencia a misa, la convivencia de las parejas fuera de matrimonio, la elección libre del número y el espaciamiento de los hijos, etcétera. Pero la ley no está para darles gusto sino para respetar los derechos de todos, cuyo único límite son los derechos de los demás.

            Es sencillamente indefendible la creencia de que la atracción entre personas del mismo sexo es antinatural. Esa preferencia no es menos natural que la que se da entre personas de sexo distinto. En uno y otro supuestos es Eros el que apunta sus flechas hacia cierto blanco y no hacia otro. El sexo no es el único factor considerado en la elección de la flecha. Nos enamoramos de una determinada persona y no de otra sin que previamente así lo hayamos decidido. Deseamos ardientemente las caricias de cierta persona sin que antes de conocerla la hubiéramos seleccionado de un catálogo de opciones. Las razones del flechazo son enigmáticas.

            Lo que sí es antinatural es el voto de castidad a que se someten las monjas y los sacerdotes católicos. Es antinatural porque la libido es tan natural como la lluvia en el verano o como el movimiento de rotación de la tierra. La creencia de que Dios quiere que los curas y las monjas renuncien a uno de los placeres más intensos, fieros y sublimes que nos pueden conceder los dioses es tan necia como la de que Dios se siente ofendido porque una persona guste de otra de su mismo sexo. Se trata de prejuicios que no se sostienen en argumento alguno. Pero aun suponiendo, sin conceder, que la relación erótica entre personas del mismo sexo fuera antinatural, eso no la haría reprobable.

            El erotismo ––no la libido–– es artificial, como el derecho, la poesía, el cine, la gastronomía, la música, la tecnología, la cortesía y muchas otras cosas gracias a las cuales la vida es más disfrutable. No es lo natural o lo artificial lo que hace que algo sea bueno o malo. Es mala la enfermedad, por natural que sea, y es buena la medicina que la cura, que es artificial. El voto de castidad me parece aborrecible, pero no por mi parecer debe prohibirse. Quien elige la castidad está en su derecho de decidir cómo vivir.

            El Frente Nacional por la Familia y la Unión Nacional Cristiana por la Familia sostienen que el matrimonio entre hombre y mujer es lo natural y que desconocer su finalidad procreativa es vaciarlo de contenido. Falso: todo matrimonio es artificial pues es un contrato que nace de la ley, no de la naturaleza, y su finalidad no es la procreación, pues también las parejas solteras pueden procrear tan legítimamente como las casadas, y además éstas últimas tienen derecho a decidir no tener hijos sin que esa decisión haga nulo su matrimonio. ¿O es que a las personas imposibilitadas de procrear debería negarse el derecho a casarse?

            En un punto esas organizaciones tienen razón: la adopción no debe ser vista como un derecho de los adultos, sino de los niños. Los niños merecen crecer  en un hogar donde se les respete, se les cuide, se les ame, se propicie el desarrollo de sus capacidades y se les eduque en los mejores valores del proceso civilizatorio. No hay duda de que lo ideal es que todo niño tenga padre y madre que les proporcionen ese hogar. Pero los niños susceptibles de ser adoptados no son esos, sino los huérfanos, los abandonados, los arrebatados institucionalmente a sus padres por el maltrato que éstos les infligían. ¿No sería mejor para un niño quedar bajo la potestad de una pareja homosexual deseosa de atenderlo y apta para hacerlo amorosa y debidamente que en un orfanato?