No salir de la recámara

El reciente sismo ha acaparado nuestra atención, pero hay también otros temas que no debemos pasar por alto. Más que un yerro, fue un descomunal despropósito la declaración de Julio César Romero Reyes, rector de la Universidad de Madero de Puebla, al opinar sobre el repugnante crimen de Mara Castilla, la estudiante de 19 años violada y estrangulada presuntamente por el conductor del taxi que había abordado para regresar a su casa después de una fiesta con sus amigos.

            El rector Romero Reyes atribuyó el incremento de los crímenes contra mujeres a la descomposición de la sociedad y a las libertades de que ahora disfrutan. “Ahora cualquiera de ellas puede salir a muy altas horas de la noche”, lamentó.

            Debiera saber el señor rector que en muchas ciudades del mundo —las europeas, por ejemplo— mujeres de todas las edades y clases sociales caminan por la calle o toman un taxi solas, a medianoche o de madrugada, sin que por lo general sean agredidas. Se trata de sociedades donde en los hechos, no sólo en la ley, las mujeres han conquistado en porcentajes mucho más altos que las mexicanas las mismas libertades de que disfrutan los varones.

            En los países europeos la tasa de homicidios dolosos, de mujeres y de hombres, son 20 veces menores (leyeron bien: 20 veces menores) de las que se registran en nuestro país. No son entonces las libertades factor del aumento de crímenes. Específicamente, no son las salidas a altas horas de la noche.

            En los países más avanzados, cultural e institucionalmente, los asaltos, los secuestros, las violaciones y los homicidios son relativamente poco frecuentes. A la inversa, hay sociedades en las que el vacío de autoridad, la debilidad institucional, ciertas pautas culturales, los déficits educativos y la impunidad, entre otras cosas, favorecen la alta incidencia de esos delitos. Entre esas sociedades, lo escribo con pesar, está la nuestra.

            Quizá los lectores recuerdan la agresión tumultuaria, violaciones incluidas, que sufrieron en Colonia más de 100 mujeres que celebraban la Nochevieja. El imán de la mezquita salafista de la ciudad dijo que la culpa era de las agredidas, pues caminaban en la calle sin la compañía de un familiar masculino e iban medio desnudas —¡en la noche invernal alemana!— y perfumadas. Por lo tanto, según el imán, no era de extrañar lo sucedido: con su comportamiento echaban leña al fuego de la masculinidad. El rector Romero Reyes sostiene una tesis similar: las mujeres que ejercen las libertades contribuyen a su victimización.

            Para no ser víctima, según esa lógica, la mujer tendría que autoimponerse un toque de queda: a partir de cierta hora —¿las 20, las 21?— tendría que recluirse en su casa. Toda convivencia nocturnal sería exclusivamente para los varones, lo que, por cierto, sería mucho menos disfrutable: sin mujeres al mundo le faltaría una sal insustituible.

            La seguridad tendría que pagarse al altísimo precio de la renuncia femenina a libertades que, sin duda, hacen más disfrutable la vida. Pero el señor rector debería saber también que tanto en nuestro país como en el resto del mundo, sin excepción alguna, los homicidios de varones son más, muchísimos más, que los de mujeres.

            De acuerdo con las cifras del Inegi, en 2016 se registraron en México 21 mil 159 homicidios dolosos de varones y dos mil 735 de mujeres: la cantidad de hombres asesinados es más de siete veces mayor. ¿Son sus libertades el factor que explica esta altísima incidencia, de acuerdo con la lógica del señor rector?

            Irónicamente, apuntó Pascal, que las desgracias del ser humano empiezan cuando éste toma por la mañana la absurda decisión de abandonar su recámara. Pero la vida es muy breve, y fuera de casa nos esperan celebraciones, pláticas, bares, restaurantes, cines, teatros, paseos, aventuras, una serie de atracciones a las que, si queremos vivir plenamente, no podemos renunciar.

            En el esplendor de sus 19 años, Mara fue víctima de una de las mayores brutalidades que la vileza puede soportar. No se debió a que haya ejercido la libertad de divertirse, sino al gravísimo deterioro de la seguridad pública en nuestro país. Éste es el tema que principalmente deberá ser abordado con toda seriedad por los candidatos a la Presidencia.