¿A quién creerle? ¿A las víctimas o a la ciencia?

Lo que la ciencia puede enseñarnos acerca
del caso Dylan Farrow/Woody Allen[1]

Carol Tavris[2]

Como muchas otras personas, he leído los apasionados y polarizados comentarios provocados por la carta de Dylan Farrow (de 1 de febrero de 2014) en la que acusa a Woody Allen de haber abusado sexualmente de ella en un desván hace 21 años cuando ella tenía 7. Como sucede siempre en los casos de acusaciones graves de abuso sexual contra niños, la mayoría de las personas se divide entre dos conclusiones: “Por supuesto, él lo hizo” o “No es posible que él lo haya hecho”.

No tengo idea de qué haya sucedido ese día tan lejano; y usted, tampoco. Pero tal vez la ciencia y el escepticismo puedan ayudarnos a hacer las preguntas correctas y a evitar los razonamientos emotivos. Por ejemplo, una cosa es sentir simpatía por Dylan, pero otra muy distinta es darle nuestro apoyo irreflexivamente con base en el criterio de que “toda acusación de abuso es cierta”. Este criterio lo defendió terminantemente un bloguero: “Una de las verdades brillantes, evidentes, no negociables que he aprendido es que, aunque parezca mentira, hay que creer lo que digan las víctimas. Creerles incluso si no se acuerdan de todo. Creerles aunque casi no recuerden nada. Creerles aun si la persona que dicen que las violó nos parece la persona más buena del mundo. Creerles incluso si tu mundo se destroza por ello, si no quieren compartir los detalles o denunciar o si se niegan a hablar de ello de nuevo. Creerles aunque su historia te parezca inverosímil.”

Esa clase de argumentos me parten el corazón. ¿Creer a los niños de la escuela preprimaria McMartin de Los Ángeles, quienes acusaron a sus maestras de abuso cometido en túneles subterráneos (inexistentes) y haberlos llevado a viajar en avión (¿con el salario de una maestra de primaria?)? ¿Creer en los niños de Nueva Jersey, quienes acusaron a su maestra y cuidadora diurna Kelly Michaels de, entre otras cosas, quitarles con la lengua cacahuates de los genitales, hacerlos que bebieran los orines y comer los excrementos de ella, y violarlos con cuchillos, tenedores y juguetes, aunque ningún adulto se dio cuenta y ninguno de los niños presentaba huellas de ello? ¿Creer en la mujer que, después de varios años de terapia, hipnosis y uso del “suero de la verdad”, acusó a sus padres de haberla violado diariamente durante 16 años, pero lo había olvidado hasta ahora?

También me desalienta leer las suposiciones de las muchas personas que apoyan a Dylan, que han sido científicamente refutadas:

  • Los niños nunca mienten cuando se trata de abusos sexuales.
  • Si un recuerdo es vívido, detallado y está acompañado de una fuerte carga emocional, es cierto.
  • En el caso de Woody Allen y Dylan Farrow, uno de ellos está “mintiendo”. Como lo dijo Aaron Bady en el periódico digital The New Inquiry: “Si uno de ellos tiene que estar mintiendo para que el otro esté diciendo la verdad, entonces presumir la inocencia de uno produce la presunción de la culpabilidad del otro. Y no puede presumirse la inocencia de Woody Allen como abusador a menos que presumamos que ella nos está mintiendo.”

En una investigación que se ha extendido por 30 años, los psicólogos científicos han demostrado repetidamente qué es lo que está equivocado en esas suposiciones. El objetivo de la investigación no es tomar partido sino auxiliar a los fiscales, los jueces, los familiares, los maestros y al resto de nosotros a pensar con mayor claridad sobre estos temas, tanto para apoyar a los niños que han sufrido abuso sexual como para proteger a los adultos de falsas acusaciones. La investigación ayudó a poner fin a la epidemia histérica de abusos en guarderías y de acusaciones derivadas de la “terapia para recuperar recuerdos”[3], pero no antes de que centenares de niñeras fueran procesadas y encarceladas, y miles de familias quedaran divididas. Algunas niñeras todavía están en prisión y otras fueron liberadas pero cargan de por vida con el estigma de ser abusadoras sexuales. Esas desviaciones de la justicia fueron el resultado de “creer en los niños” de manera irreflexiva, algo que solamente pueden hacer los adultos que no tienen niños, que no conocen a los niños o que nunca fueron niños.

Consideremos qué es “mentir”. Es un término de adultos que denota la conducta de alguien que, a sabiendas y deliberadamente, dice una falsedad. Pero un niño o un adulto no tiene que mentir para estar equivocado. Tanto los niños como los adultos inventan cosas para llamar la atención o evitar un castigo o por razones que ni siquiera conocen. Alguna vez le dije a mi maestra de quinto año que no había ido a clase el día anterior porque había ido a una pista de carreras. Conocí a un niño que le dijo a su madre que su maestra de primer año lo había golpeado. Enojada, la madre se llevó a su hijo del salón de clases y dio por terminada la buena amistad que tenía con la maestra. Cuatro años después, el niño admitió llorando que había inventado todo.

Más sobre el mismo tema: tanto los niños como los adultos tenemos falsos recuerdos, y nuestra certeza de que son ciertos, sin importar lo vívidos y emotivos que sean, no los hace verdaderos. Tengo un recuerdo poderoso de mi querido padre leyéndome La Maravillosa O de James Thurber cuando yo tenía 8 años, pero ese libro fue publicado cuando yo ya tenía 13 —un año antes de la muerte de mi padre—. Los recuerdos pueden distorsionarse o fabricarse por fallas normales de la memoria y por manipulaciones inducidas por preguntas de los adultos, como sucedió repetidamente en los casos de las guarderías. En un estudio sobre niños en edad escolar, a quienes se preguntó sobre sus recuerdos de un incidente real de un francotirador en su escuela, muchos de los que no habían ido a la escuela el día del incidente dijeron que recordaban haber escuchado disparos, haber visto a alguien tendido en el suelo y otros detalles que no pudieron haber presenciado directamente. No estaban “mintiendo”, estaban teniendo falsos recuerdos como todos alguna vez los tenemos. La emoción y el trauma de la experiencia los indujeron a insertarse en el suceso.

En su conferencia TEDGlobal[4] de 2013, la eminente científica de la memoria Elizabeth Loftus[5] dijo que la memoria es menos parecida a una grabadora y “más parecida a una página de Wikipedia: puedes entrar en ella y cambiarla, pero también lo pueden hacer los demás.” Ella y otros investigadores han inducido falsos recuerdos incluso sobre sucesos disparatados tales como, dice ella, “ser atacada por un animal feroz, estar a punto de ahogarse y ser rescatada por un salvavidas o ser testigo de una posesión demoniaca.” Los falsos recuerdos pueden ser implantados mediante sugerencias, información errónea, hipnosis e incluso fotografías alteradas. Ella les llama “recuerdos falsos enriquecidos” porque la gente cree que son verdaderos. Los “recuerdan” confiadamente agregando detalles a medida que avanzan en ellos emocionándose profundamente, como yo hago con el recuerdo de mi padre leyéndome La Maravillosa O. Los recuerdos falsos enriquecidos pueden persistir por años. Por eso es que Dylan Farrow no necesariamente está “mintiendo” cuando relata su versión de los hechos. Pero sin corroboración independiente no sabemos qué fue lo que pasó.

De manera similar, los perpetradores no están mintiendo necesariamente cuando claman inocencia: muchos están justificándose al ser incapaces de, y no estar dispuestos a, aceptar las pruebas del daño o la crueldad que han cometido contra otros. ¿No comprenden esto todas las parejas, todas las familias o todos los políticos? “Tú me traicionaste”, dice ella. “Tú comenzaste”, responde él. Él no está mintiendo; realmente cree que sus acciones no fueron tan devastadoras como ella piensa. Woody Allen puede estar autojustificándose más que mintiendo. Y Mia Farrow puede estar haciendo lo mismo.

Cuando una historia muy emotiva aparece en las noticias, es muy tentador para todos sacar conclusiones. Muchos se inclinan a creer, como lo hice yo en el caso McMartin, que “donde hay humo hay fuego”. Error: a veces sólo hay humo… y reflejos. El problema, como lo demuestran los estudios sobre disonancia cognitiva, es que tan pronto como tomamos partido, el cerebro se encarga de justificar y consolidar nuestra posición buscando solamente la información que la confirma, y negando, ignorando o minimizando las pruebas de que podemos estar equivocados.

Esa es la razón de la vehemencia con que muchos de los partidarios de Farrow reprueban a gritos a sus opositores. (El título de un trabajo de investigación capta perfectamente este fenómeno: “Ante la duda, grita.”) Ante la disyuntiva de a quién creerle, dicen ellos, siempre debemos tomar la causa de la parte acusadora en los casos de violación o abuso sexual, porque de otra manera estamos apoyando la patriarcal “cultura de la violación”. Como lo escribe Bady, “si estás presumiendo la inocencia de él al presumir que ella está mintiendo, entonces eres partidario de la cultura de la violación.” Quienquiera que haga preguntas escépticas sobre la historia de Dylan Farrow es un pedófilo o un sexista promotor del abuso contra niños y mujeres. Esa clase de certeza autocomplaciente impide la investigación racional y no ayuda a la causa del feminismo o a la justicia.

¿Qué debemos pensar, entonces, de las acusaciones de Dylan Farrow? Hay que tomar en cuenta que ocurrieron durante la amarga disputa de una custodia, cuando estaba en su punto más alto el comprensible enojo de Mia Farrow contra Allen por su relación con Soon Yi. Podríamos preguntar por qué Dylan está haciendo pública su historia ahora y si ella ha sido influenciada por terapias de recuperación de la memoria o, como su hermano Moses escribe, por una madre iracunda y vengativa. Quisiéramos tomar en cuenta que esta familia sigue profundamente dividida. Más que todo, tenemos que admitir la lección más difícil del pensamiento crítico: la incertidumbre tolerante.

Lo que no debemos hacer, como mi coautor Elliot Aronson ha dicho, es “sacrificar nuestro escepticismo en el altar de la ira”. El enojo es bueno cuando da lugar a esfuerzos constructivos y racionales a favor de la justicia: para los niños inocentes y los adultos inocentes. Pero el enojo sin escepticismo y sin ciencia es una receta para la histeria y la cacería de brujas. Ω

 


[1] Traducción de José A. Aguilar del texto que le fue enviado por la revista digital Skeptic http://www.skeptic.com/eskeptic/14-02-26/#feature.

[2] Psicóloga social y escritora estadounidense (Los Ángeles,1944)). Profesora de psicología en la Universidad de California (Los Ángeles) y de la Universidad ‘Escuela Nueva para la Investigación Social’ de Nueva York. Miembro de la Asociación Psicológica Americana, la Asociación Psicológica Científica y el Centro para la Investigación Científica. Sus artículos y reseñas de libros aparecen en el New York Times, Los Ángeles Times, el Suplemento Literario del Times y otras publicaciones. (NT)

[3] Como dice John Hochman —1946, psiquiatra forense y escritor sobre los temas de psicología de los cultos, abuso sexual y síndrome de los recuerdos falsos—: Según la teoría de la represión de Freud, la mente borra automáticamente de la memoria los sucesos traumáticos para prevenir la ansiedad excesiva. Luego Freud teorizó que los recuerdos reprimidos causan “neurosis”, la que puede curarse si los recuerdos se hacen conscientes. Aunque todo esto se enseña en los cursos introductorios de psicología y ha sido tomado como verdadero por novelistas y guionistas, la teoría de la represión de Freud nunca ha sido verificada mediante comprobación científica rigurosa http://www.skepdic.com/repress.html [Traducción de José A. Aguilar V.] (28 de febrero de 2014).

[4] Las Conferencias TEDGlobal se celebran anualmente desde 1996 y son patrocinadas por la Fundación Sapling (Sapling Foundation), con sede en Nueva York, para difundir globalmente las grandes ideas de la ciencia y la cultura. Han participado en ellas importantes gobernantes, científicos, artistas y muchos ganadores del Premio Nobel. (NT).

[5] Matemática y psicóloga estadounidense (Los Ángeles, 1944), experta en memoria humana. Es profesora distinguida de la Universidad de California (Irvine) y autora de más de veinte libros y alrededor de 500 artículos científicos. (NT)